Susan Sontag fue una intelectual valiente, pero su valentรญa no fue sรณlo intelectual. En 1989, cuando Salman Rushdie y sus editores fueron condenados a muerte por el ayatolรก Jomeini, muchas personas en todo el mundo, de derecha y de izquierda, se afanaron en explicar que Rushdie habrรญa hecho algo en verdad terrible al escribir sus Versos satรกnicos, y que —como intentรณ esgrimir Jimmy Carter— tal vez se tratase meramente de un oportunista, un hombre que intentaba vender libros por la vรญa del escรกndalo. Susan era a la sazรณn presidenta de la rama estadounidense del PEN Club. Fue ella quien testificรณ ante el Congreso de Estados Unidos. A ella, y no a los lรญderes polรญticos, le correspondiรณ explicar que la fatwa de Jomeini contra Rushdie ya habรญa amenazado de muerte a un editor estadounidense, y que la libertad literaria bien podrรญa ser un tema de interรฉs nacional para Estados Unidos.
Cabe recordar que, como resultado de la fatwa del ayatolรก contra Rushdie, mรกs de cincuenta personas alrededor del mundo fueron asesinadas, entre ellas el traductor de Rushdie al japonรฉs —esto sin contar las bombas sembradas en dos librerรญas noruegas, el ataque suicida a un hotel britรกnico y las puรฑaladas que recibiรณ el traductor de Rushdie al italiano. Hacรญa falta valor para defender a Rushdie. Y Susan lo defendiรณ, dejando la impresiรณn de que su respaldo era, simplemente, un asunto de instinto y que no requerรญa en absoluto de valor. Era รฉsta justamente la impresiรณn que debรญa quedar.
Unos aรฑos mรกs tarde, Susan fue a Sarajevo, en Bosnia. La ciudad se hallaba bajo el violento sitio de los nacionalistas serbios enloquecidos. Ahรญ, Susan dirigiรณ la producciรณn de Esperando a Godot. Fue un acto magnรญfico. Al dirigir una obra (¡y quรฉ obra, para una ciudad sitiada!), se afirmรณ plenamente como una intelectual y una artista. No se presentรณ como una luchadora, ni como una estratega geopolรญtica, ni como un general de cafรฉ. Sรณlo montรณ una obra. Pero, al hacerlo, le demostrรณ fehacientemente a los cosmopolitas y los liberales del mundo lo que estaba en juego en Sarajevo: a saber, la supervivencia de una civilizaciรณn urbana capaz de montar una producciรณn de Esperando a Godot. Asรญ, indirectamente, Susan tambiรฉn solicitaba ayuda a su propio paรญs, el lejano y por mucho tiempo indiferente Estados Unidos, que estaba en posiciรณn de rescatar a los habitantes sitiados de Sarajevo, si tan sรณlo se asumiera la decisiรณn polรญtica para hacerlo.
Es difรญcil recordar hoy dรญa cuรกnto valor fue necesario en el caso de Rushdie, y es igualmente difรญcil hacer memoria de lo controvertido que fue el llamado a intervenir en los Balcanes en la dรฉcada de los noventa. Pues si Estados Unidos intervenรญa militarmente, ¿no equivaldrรญa esto a un acto imperialista semejante a las intervenciones estadounidenses en Amรฉrica Latina un siglo atrรกs? ¿Acaso la intervenciรณn estadounidense no era una atrocidad por definiciรณn, algo que debรญa evitarse a toda costa? ¿No era factible que una intervenciรณn estadounidense irritara y enfureciera a los rusos, que habrรญan de reaccionar con violencia y resentimiento? ¿No se estaba cocinando un nuevo desastre al estilo Vietnam? รstos eran los argumentos, y eran intimidantes. Al dirigir la obra, Susan no abordaba ninguna de estas cuestiones. Tal fue su genialidad. Ella se limitรณ a dirigir la mirada de todo el mundo a la escena de Sarajevo, una escena poblada de gente que amaba el teatro y las grandes obras literarias, gente que no odiaba y que, sin embargo, serรญa asesinada o arrancada de sus casas, a menos que los paรญses poderosos se levantaran en su defensa.
Por aquellos dรญas, en Nueva York, yo fui una de las personas arrastradas a la acciรณn por el gesto de Susan en Sarajevo. Quienes albergรกbamos este mismo sentimiento organizamos en un teatro de Nueva York el evento llamado "Una velada por Sarajevo", con el ostensible propรณsito de recaudar fondos para los miembros del PEN Club en esa ciudad. Convencimos a una fabulosa lista de personas para que asistiera y ofreciera unas palabras: Joseph Brodsky, Derek Walcott, David Rieff (el hijo de Susan, que ya estaba reportando desde Bosnia), Stanley Crouch, Leon Wieseltier, Simon Schama y otros cuantos, por no mencionar a Wynton Marsalis, que nos deleitรณ con su jazz. Rushdie, que aรบn se guardaba de la fatwa, enviรณ un comunicado de apoyo, y mi tarea fue subir al escenario y leer su comunicado (lo cual, por risible que parezca, me hizo darme cuenta de que en aquellos dรญas defender pรบblicamente a Rushdie sรญ requerรญa de unas cuantas cavilaciones privadas sobre el significado de la valentรญa y la ponderaciรณn del riesgo).
A decir verdad, al organizar este evento nuestro objetivo era empujar al presidente Clinton y al Congreso de Estados Unidos a jugar un papel mรกs contundente o, por lo menos, a proporcionar medios de defensa a los habitantes de Bosnia. Aunque tambiรฉn recaudamos fondos que ascendieron a cuarenta mil dรณlares, una buena suma. Entonces tuvimos que ingeniรกrnoslas para hacer llegar esta suma al PEN Club de Sarajevo —a la gente que se hallaba bajo el sitio serbio. Asรญ que le dimos el dinero a Susan, en efectivo, y ella partiรณ a la zona de guerra con los billetes en la mano.
Empero, la valentรญa fรญsica mรกs grande de Susan fue el seguir escribiendo y pensando pese al terrible hecho de que gran parte de su vida adulta estuvo dedicada a luchar contra el cรกncer, una y otra vez. Ella viviรณ bajo una sombra, pero irradiรณ vida, siempre.
*
Susan podรญa ser difรญcil de tratar. Mientras trabajรฉ con ella en nuestra pequeรฑa campaรฑa de apoyo al PEN Club de Sarajevo, tuve la impresiรณn de que era insufrible: miraba casi con desdรฉn a algunos de nosotros que estรกbamos totalmente de acuerdo con ella y que, entusiastas, nos atareรกbamos fielmente a su servicio. Hace poco, me encontrรฉ con ella en un evento del Consejo de Relaciones Exteriores, donde presentรฉ mi opiniรณn sobre la guerra en Iraq. En esta ocasiรณn, no estรกbamos totalmente de acuerdo. A mi modo de ver, la guerra en Iraq es una guerra bastante similar a la que se librรณ contra Milosevic: una guerra destinada a derrocar a un tirano y ayudar a sus vรญctimas oprimidas a establecer una sociedad libre, para su propio beneficio y para beneficio del mundo. Susan tenรญa una opiniรณn diferente. Y cuando me vio en la reuniรณn, apenas pudo obligarse a inclinar la cabeza a modo de saludo. Yo sรณlo pude entornar los ojos como respuesta. Ya que estoy repasando la lista de los defectos de Susan, debo mencionar que a veces tambiรฉn hacรญa declaraciones obtusas —y sus declaraciones obtusas estรกn destinadas a ser inscritas en su biografรญa, aunque sea sรณlo porque algunas personas (¡los intelectuales, ja, ja!) siempre se complacerรกn en colgar seรฑalamientos ridรญculos al cuello de cualquier intelectual vulnerable.
Pero estos defectos —su arrogancia, su extravagancia despreocupada (cuando le complacรญa ser extravagante)— parecen estar indisolublemente ligados a sus grandes virtudes. Susan estaba decidida a ser impetuosa y lรบcida, se empeรฑaba en serlo, y me parece que trabajรณ muy, muy duro para conseguir su รญmpetu y su lucidez. En una ocasiรณn, en los dรญas en que habitaba una de las viejas casas decimonรณnicas de la King Street, en Greenwich Village, me invitรณ a su casa para charlar. Se sentรณ en un sofรก, recargรณ sus pies en una mesita, y de alguna manera se enfrascรณ en una desconsolada confesiรณn sobre las dificultades que pesaban sobre ella en ese momento particular. Susan intentaba escribir un ensayo sobre Andrรฉ Gide y su actitud frente a la Uniรณn Soviรฉtica, de lo cual deduje que intentaba zanjar retrospectivamente su visiรณn de las anticuadas actitudes prosoviรฉticas de la izquierda. Era รฉste un tema de enorme importancia, con miles de implicaciones. Susan querรญa condenar a la Uniรณn Soviรฉtica y al comunismo y, no obstante, se negaba a caer en una serie de clichรฉs polรญticos que aborrecรญa —querรญa desarrollar un pensamiento propio, y no simplemente un conjunto de fรณrmulas ya existentes. Para cumplir su objetivo, pensaba sobre Gide y su desasosiego en torno a estas cuestiones, hace mucho tiempo, cuando estas ambiciones particulares eran mucho mรกs difรญciles de conseguir que en el tiempo de Susan.
Sin embargo, segรบn me dijo, se habรญa estancado —un momento frustrante para ella. No podรญa avanzar en su ensayo. Nunca supe si finalmente lo completรณ. Tal vez lo hizo, y su ensayo sobre Gide y la URSS fue publicado debidamente y yo me lo perdรญ y deberรญa buscarlo hoy. O tal vez se dio por vencida respecto de ese ensayo y se abocรณ a otra cuestiรณn. De cualquier forma, la confesiรณn de su contrariedad sobre el tema me mostrรณ la cantidad de trabajo implรญcito en su claridad y rigor. Ella trabajaba, como cualquier pensador debe trabajar; los pensamientos no descendรญan sobre ella como la lluvia. A veces, su trabajo era en vano. Sin embargo, en otras ocasiones, lograba exactamente lo que querรญa. Y bien pudo haber sentido, despuรฉs de tanto trabajo, que le era lรญcito tenerse a sรญ misma como una reina, y ser tan arrogante como quisiera. Y si de vez en cuando soltaba una declaraciรณn pomposa, vaya, esas declaraciones expresaban su buen humor, el donaire aforรญstico de la seguridad que en su fuero interno albergaba sobre algรบn tema de genuina importancia y complejidad —tal vez incluso en momentos cuando una pequeรฑa duda podrรญa haberle beneficiado. El donaire era su mayor encanto, a mi modo de ver; y quienes seรฑalan insistentemente sus comentarios obtusos o hiperbรณlicos han errado el camino. Susan se divertรญa. A veces, se volvรญa humorista. Hay un cierto placer en el arduo trabajo del pensamiento, y ella rebosaba placer.
*
La contribuciรณn singular de Susan a la literatura y al pensamiento de Estados Unidos radicรณ en sacudirse los hรกbitos parroquiales que siempre han constreรฑido la escritura en este paรญs y salir al mundo. Fue ella quien descubriรณ a varios escritores europeos y latinoamericanos para el pรบblico de Estados Unidos. Fue ella quien atrajo la atenciรณn estadounidense sobre los escritores franceses de posguerra. Su ensayo "Notes on Camp" refleja la influencia francesa. Pero pienso que su mayor logro fue algo mรกs grande que presentar a estos escritores y sus ideas ante los estadounidenses, mรกs grande que incorporar unas cuantas ideas extranjeras a su propio pensamiento. El ensayo analรญtico en Estados Unidos, considerado como un gรฉnero literario, siempre ha tendido a seguir un modelo entre varios: la meditaciรณn amateur del caballero al estilo inglรฉs (รฉste es el gran modelo para la revista The New Yorker, donde Susan publicรณ algunos de sus trabajos, y siempre ha tenido cierta influencia en las letras espaรฑolas); el ensayo acadรฉmico; el sermรณn aforรญstico o de exhortaciรณn, al estilo de Emerson; la presentaciรณn marxista de tesis; y la reseรฑa impersonal de libros.
Sin embargo, Susan escribiรณ en un estilo que era serio, erudito, filosรณfico, moral y profundamente personal al mismo tiempo, aunque no necesariamente confesional. Es รฉste el estilo que ha descendido de Montaigne: el estilo no del ensayo de Estados Unidos, ni del ensayo britรกnico, sino del ensayo francรฉs. Me parece que, en Estados Unidos, los logros plasmados en la forma de escribir de Susan nunca han sido del todo valorados. Algunos crรญticos en Estados Unidos han querido encontrar en el trabajo de Susan la prosa refulgente del ensayo convencional estadounidense, o la manรญa sistemรกtica de los escritores acadรฉmicos. Y estos crรญticos sรณlo han encontrado carencias. La prosa de Susan tiende a ser frugal, en lugar de refulgente; sus pensamientos, demasiado personales como para constituir un sistema cientรญfico. Pero estas quejas tambiรฉn yerran el camino. A Susan le preocupaban las mentalidades mรกs que lo evidente, incluso aunque escribiera sobre ello; y su propia mentalidad era la de un ensayista francรฉs. No obstante, escribรญa en una prosa estadounidense franca y buena, y รฉsa era una combinaciรณn poco usual.
Susan contribuyรณ a presentar a Roland Barthes a los lectores estadounidenses; pero su logro clave fue demostrar que era posible pensar al estilo de Barthes, y hacerlo en inglรฉs. Tal vez en este respecto tuvo una deuda con el maestro de Barthes, Gide —lo cual puede constituir otra razรณn de la dificultad que experimentaba al hablar sobre este รบltimo. Quienes no aprecian la gran diferencia entre un lenguaje-cultura y otro —esto es, la mayor parte de los lectores monolingรผes de Susan en Estados Unidos— nunca comprenderรกn cuรกn grande fue su logro al hacer esto, al componer ensayos de estilo francรฉs en su propio tono de voz estadounidense. Pero รฉste fue, de hecho, un gran logro. Y un logro perdurable: un nuevo tipo de ensayo para la literatura de Estados Unidos. Fue ella quien abriรณ la puerta para los escritores por venir.
Los lectores de habla hispana pueden sentirse un poco desconcertados por estas afirmaciones, ya que Parรญs ha sido una capital intelectual para el mundo de habla hispana durante casi doscientos aรฑos. Los lectores de Octavio Paz no verรกn nada inusual en la idea de un escritor no francรฉs que recibe influencia de los franceses y de su forma de escribir ensayos. Estos lectores, empero, deben reflexionar sobre los logros de Rubรฉn Darรญo, a saber, el idear una manera de incorporar ritmos y conceptos de la poesรญa francesa al lenguaje espaรฑol. Esto era extremadamente difรญcil de hacer y, aun asรญ, Darรญo lo hizo, y un sendero fue abierto para quienes vinieron despuรฉs de รฉl. La literatura siempre ha luchado por ser dos cosas a la vez, ser local y ser cosmopolita, y cada una de sus batallas es en verdad tremenda. El logro de Susan fue una victoria en la lucha por el cosmopolitismo. Por eso Susan siempre ha sido reconocida como una escritora del mundo, y no sรณlo estadounidense.
Puedo imaginar que la valentรญa fรญsica de Susan tambiรฉn debรญa algo a su inspiraciรณn francesa. En los tiempos modernos, el "compromiso" ha sido una costumbre particularmente marcada de los intelectuales franceses —mucho mรกs que de sus contrapartes en Estados Unidos. Esto se debe en parte a la historia francesa del siglo XX y especialmente a la experiencia de la guerra contra el fascismo. Pero existe otra explicaciรณn, mรกs filosรณfica, de la costumbre intelectual del "compromiso". La literatura francesa siempre ha estado obsesionada por la tarea de registrar el pensamiento racional o irracional del escritor mismo —siempre ha estado obsesionada por lo subjetivo. Y esta obsesiรณn genera naturalmente en los escritores la voluntad de salir al mundo y verlo por sรญ mismos. Los franceses han querido confiar en sus propios ojos, y no sรณlo en las informaciones de los expertos y los periodistas. Han querido ganarse lo que ellos mismos, como individuos, puedan descubrir. Ellos han querido sentir las cosas en su piel, y no sรณlo comentarlas a la distancia. Asรญ, Gide fue a la URSS, Malraux peleรณ en Espaรฑa, Rรฉgis Debray se uniรณ al Che y Andrรฉ Glucksmann viajรณ a Chechenia. Susan fue a Sarajevo, y sus lectores leales han comprendido intuitivamente que, al arriesgarse asรญ, estaba afirmando el espรญritu de sus propios textos. Sus actos de valentรญa no fueron actos de vanidad. Fueron muestras de coherencia con su propia persona. –
— Traducciรณn de Marianela Santoveรฑa
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