Los emos según mi primo

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Patricio, mi primo, tiene trece años. Hace unos días, Patricio me llamó por la tarde. Confesó, al otro lado de la línea, que era un emo. Le pregunté qué era un emo, temiendo que fuera el apócope del chemo. Prometió responder si lo llevaba a cenar esa noche.

Llegamos, Patricio y yo, a un restaurante. Apenas se sentó –uniforme puesto, mochila al hombro–, puso unas páginas sobre mi plato. Señaló que las hojas contenían todo lo que había que saber sobre los emos. Empecé a leer en voz alta: “Los emos son adolescentes de apariencia triste. Generalmente son delgados y el fleco les cubre la cara.” Patricio, entrelazando los dedos sobre su plato, corrigió: “No, no, los emos no sólo son de apariencia triste: se dedican todo el día a deprimirse. No hacen la tarea, no tienen trabajo, nomás se dedican a ser emos.”

Continué la lectura. Algunos textos que Patricio buscó en internet: “Los emos han sido descubiertos por la sociedad mexicana luego de los ataques en marzo en la ciudad de Querétaro, en la Plaza de Armas. Los punks, darks y metaleros han atacado a los emos en 14 estados del país.” Patricio añadió: “No entiendo. Si su vida es una ruina, ¿para qué les pegan? Son chavos que escuchan música distinta, pero esa no es razón para golpear a alguien.” Pregunté a Patricio por qué pensaba que los habían golpeado, respondió: “Porque los otros creyeron que los estaban imitando.”

Huelga decir que la respuesta de Patricio es el argumento de los jóvenes que golpearon a los emos. Pero ¿por qué, en nuestro país, un grupo de jóvenes golpea a otro por diferencias de gustos, digamos, musicales? Ninguna de las llamadas “tribus urbanas” se originó en nuestro país. Tanto punks como emos son imitación: han mirado y copiado la moda en otros países. No rinden culto a la vestimenta típicamente mexicana, sus modelos no cantan en español. Si el metal, el punk, y el dark no han salido del ombligo mexicano, ¿por qué pelean contra la imitación? ¿Y por qué maliciosamente a golpes? ¿No son banales los golpes? Que vengan unas palabras de Hannah Arendt: “Lo que nos enseña Adolf Eichmann es que la temible banalidad del mal, desafía la palabra y el pensamiento.”

Que también nos hagan el favor unas palabras de Octavio Paz (palabras a propósito de los pachucos que no podrían ser más vigentes): “A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia.” Los adolescentes están tan conscientes de sí y tan concentrados en ser distintos al de al lado que, me temo, en esto radicó el impulso de golpear a los emos. ¿Pues qué adulto, en su sano juicio, golpearía porque repara en la oficina que otro se vistió parecido y escucha ópera en su computadora?

Que Paz continúe a propósito del pachuco: “Su disfraz lo protege y, al mismo tiempo, lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe.” Esto se ciñe tanto a los pachucos como a los emos y a los darks. Patricio, por cierto, añadió: “Los emos se disfrazan de tristes y hasta se cortan los brazos: por eso les pegaron. No sé por qué piensan que la vida es una miseria, por eso a mí no me caen bien. Pero no los discrimino. ¿Sabes?, no sólo los han discriminado en el país, también hay discriminación a los emos en mi escuela.” Le pregunté si habían golpeado a algún emo en su escuela. Me contó la historia de un niño que, con el filo del compás, se marcó en el brazo el nombre de la niña más guapa del salón. El único emo de su escuela, mostró su brazo lacerado a la niña. “La niña se enojó, le dio una cachetada”, aseveró Patricio. “¡No es para menos! Yo también me habría enojado, aunque no habría golpeado a nadie.”

 

– Brenda Lozano

 

 

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