Diálogo con Albert Boadella

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Con cuarenta años de teatro, Els Joglars es la compañía privada más antigua de Europa. Su trayectoria permite trazar la historia de España desde la perspectiva de unos artistas cuyo proyecto está fundado en la inteligencia creadora como recurso para vivir jugando. En el tránsito de un siglo cruel en el que muchos militares, católicos y nacionalistas se tomaron su papel demasiado en serio, Albert Boadella  (Barcelona, 1943) y Els Joglars continúan reivindicando el poder crítico del teatro y el humor, convencidos de su sentido profundamente humanista.
      
     Como director fundador de Els Joglars ha sido testigo de la dictadura de Franco, la transición hacia la democracia, la lucha de España por instalarse en la modernidad y la vuelta al poder de la derecha. ¿En qué momento ha disfrutado más las revanchas que se gestan en su grupo?
     En los últimos años, porque es cuando el grupo ha estado más cohesionado, nuestras relaciones son más armoniosas y tenemos un conocimiento del oficio más profundo, de modo que los dardos contra el poder son más efectivos. Ese poder nos ha tratado de silenciar de varias formas: "quitándonos cancha", boicoteándonos, como ha ocurrido con las instituciones públicas de Cataluña —por ejemplo, el Teatro Nacional y la Televisión Autonómica (TV-3)—, y a través de la cobertura negativa de ciertos medios de comunicación, que comenzaron a decir que nuestros trabajos eran de poca calidad, aunque eso no dio resultado. Pero lo más importante es el silencio en torno a las cosas que hacemos. El nacionalismo catalán ha impuesto una omertá siciliana contra nosotros. Nos tratan como si fuésemos un equipo de tercera regional, como un asunto puramente anecdótico. Es gente que pretende cortarle el paso a los que piensan distinto en asuntos fundamentales.
      
     Los nacionalistas catalanes y un sector de la izquierda del país —los progres— no le perdonan su carácter independiente. ¿Su actitud es una reacción a las políticas de Felipe González y del nacionalismo de Pujol, o se trata de un deseo de mantenerse al margen de los tópicos del antifranquismo?
     La generación de los progres es mi propia generación y su caldo de cultivo fue la década del 60. Se trata de gente que en su mayoría ejerció un "antifranquismo virtual", de 11:00 PM a 3:00 AM. Fue la generación del "porro" y la libertad sexual, cosa que puede tener importancia para romper unos tabúes, pero no fue un grupo de primera división en términos políticos. A fin de cuentas, Franco murió en la cama. He sido muy contestatario con los progres porque han llevado una vida de diseño, todo en ellos es un poco decorativo, como el arte que realizan.
      
     ¿Cree que en los últimos 25 años se ha intentado relativizar los efectos de la dictadura con tal de fortalecer la democracia? ¿Se ha confundido amnistía política con amnesia histórica?
     Lo más grave ha sido la renuncia a la memoria histórica. No había que hacer un "Tribunal de Nuremberg", pero tampoco la memoria podía desaparecer. Hay un vacío histórico. Existen, además, dinámicas personales que no se pueden entender sin conocer cabalmente el franquismo, el antifranquismo y sus frustraciones. También es importante el hecho de que la izquierda le abrió nuevamente las puertas a la derecha. Por ejemplo, fue el PSOE el que propició la entrada de las empresas al gobierno, cosa que ha continuado el Partido Popular. Ahora el gobierno es la empresa. Fíjese en los italianos, que son los más listos de Europa: ya han puesto al empresario Berlusconi a gobernarlos directamente.
      
     Resulta curioso que, siendo el de Els Joglars un teatro que se nutre de la actualidad, hayan evitado interpretar el terrorismo de ETA, uno de los fenómeno más importantes surgidos durante el franquismo. En el libro La guerra de los 40 años (Espasa, 2001) ustedes dicen que el miedo los supera y que resultaría insensato entrarle al asunto. ¿Esa es la línea que nunca cruzarán?
     Hay que tener en cuenta que si nosotros fuésemos vascos, quizás hubiésemos cometido ese suicidio. Pero fuera de ello, nos parece un acto insensato, porque lo nuestro no es una película. El teatro es día a día, frente a un público, lo que nos expone a una venganza fácil. Es nuestra vida y la de los espectadores. Además, nosotros sabemos lo que es la irracionalidad contra algunas de nuestras obras, por eso no tenemos pudor en decir que no lo haremos porque sentimos miedo.
     En la sociedad del consumo y el espectáculo ustedes se reafirman en su rechazo a las fuerzas del mercado. ¿Ése es el mayor obstáculo para la creación libre?
     El mercado ha existido siempre. Había un hombre civilizado, había un mercado. Pero como filosofía de vida total, como ocurre ahora, no había sucedido nunca. Es algo casi religioso. ¡Imagínese en el mundo del arte! Ahora para montar una obra te exigen que no ensayes más de un mes y medio, tiempo que los actores usan básicamente para aprenderse los parlamentos, poco más, y los grupos se hacen y se deshacen, según la producción que sea. Los elementos que ayudarían a hacer mejor teatro —ensayar al menos cinco meses, tener un grupo de actores fijo, continuidad— son inviables. Hacer buen teatro es estar mucho tiempo trabajando con un grupo. Trabajar como lo hacemos nosotros (ensayamos seis meses nuestras obras) es casi una agresión al mercado. Tenemos una nómina fija de 24 personas y no recibimos casi ninguna ayuda económica pública.
      
     Eso promueve cierta ética de trabajo…
     Detrás de cada obra de arte hay una ética. Hay quienes hacen teatro para hacer dinero y otros para decir determinadas cosas. Nosotros hemos querido plantear una alternativa al margen del mercado y no nos ha ido mal. ~

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