¿Cómo explicar el éxito que ha tenido el Estado Islámico para reclutar a los estudiantes más destacados: los chicos listos de los países democráticos y prósperos, la “joven pareja de Mississippi”, las tres estudiantes británicas, gente que no ha estado en prisión ni venden droga ni se dedican al crimen de poca monta? Creo poder desenmarañar un hilo de este misterio, un misterio que tiene poco que ver con política internacional, condiciones sociales o con los prejuicios los inmigrantes musulmanes se ven obligados a soportar. La clave tampoco está en los problemas psicológicos, ni siquiera en la infelicidad personal, dado que todos tenemos nuestros episodios de tristeza. La gente que acaba formando parte del Estado Islámico solo necesita ser ingenua, valiente y vulnerable frente al poder seductor de la teología.
Es un asunto de cómo se lee el Corán. Un pequeño círculo de jóvenes quizás llegue a la conclusión –perfectamente normal- de que al estudiar el Corán una aproximación tradicional, o lo que ellos suponen que es una aproximación tradicional, funciona mejor, y que es preferible optar por las interpretaciones literales. Por qué creen que esto debe ser así importa poco. Quizá por ser jóvenes e ignorantes no conocen otra manera de leer el Corán. O tal vez desean serle fieles a sus ancestros, a quienes se imaginan como comprometidos admirablemente con la versión literal. O quizás son conversos y no tienen ancestros musulmanes, pero disfrutan inventándoselos. O escucharon a un imam completamente pacífico cuyas interpretaciones fundamentalistas irradian una seguridad reconfortante. O quizá llegan a sus puntos de vista desde un ángulo enteramente distinto, sofisticado en vez de ingenuo, y descubrieron de algún modo la edad de oro del Islam medieval y a sus grandes filósofos. O leyeron a los poetas. Tal vez, como muchos otros jóvenes místicos, han acogido las teorías maravillosas de los neoplatónicos islámicos y los discípulos de Plotino. O tal vez aprendieron a ver a la divinidad como lo Uno que todo lo abarca, y que, en su perfección, se desborda y engloba la vida completa. Y siguiendo la doctrina medieval, tal vez ven al Corán como la versión escrita de ese Uno, y dan vuelta a la página de esos escritos sagrados con entusiasmo jubiloso, convencidos todos los secretos de la existencia se despliegan ante ellos.
Sin embargo, ¿qué es lo que los secretos de la existencia les exigen hacer? Ahí está el embrollo. Es posible que, por venerar al Corán, los jóvenes jamás han llegado a plantearse esta pregunta. O tal vez han hecho suyos un número reducido de puntos de observancia y moralidad, simples y sencillos, y quizá ponderan ensoñados algunos otros, sin nunca pensar en plantearse el desafío de buscar interpretaciones adicionales.
El Estado Islámico en cambio sí les plantea un desafío. El Estado Islámico está ocupado resucitando el siglo séptimo, preparándose para el apocalipsis de la Hora Final, y necesita de su participación. Obviamente la mayoría de las personas con solo un vistazo se dan cuenta que el mensaje del Estado Islámico es la locura. Otros le prestan atención respetuosa, y entre ellos, algunos son muy atractivos. En su libro sobre el Estado Islámico ç ISIS: Inside the Army of Terror, Michael Weiss y Hassan Hassan, describen las entrevistas que han llevado a cabo con adeptos de este movimiento. Una de ellas me parece que es representativa del problema. Es una entrevista con un joven sirio de diecinueve años, llamado Mothanna Abdulsattar, quien empezó como rebelde contra la dictadura baathista y de modo gradual y vacilante fue acercándose al Estado Islámico. El joven explica que el “intelectualismo” del Estado Islámico, así como “la forma en la que esparce la religión y combate la injusticia”, fue lo que lo convenció de unirse a ellos. Weiss y Hassan toman nota de la palabra intelectualismo. La razón ha llevado a este joven a su compromiso irracional. Le asombra la habilidad que tienen los reclutadores para ganarle todas las discusiones. “Cuando conoces a un clérigo o a un extranjero que forma parte de ISIS, y se sienta contigo por dos horas, créeme que terminarás convencido”, dice. Después añade que, “cada que ves un video suyo, sentirás un extraño impulso hacia la Yihad”. Este es el tono natural y sencillo de quien no ha olvidado al hombre que era y que, por lo tanto, reporta con asombro su propia transformación: un joven con la lucidez intacta. Entonces, ¿cuál es el atributo persuasivo del Estado Islámico exactamente –los elementos de la discusión que, según considera este joven, convencerían incluso a sus entrevistadores?
Las entrevistas no lo esclarecen. No obstante supongo que cualquier profesor universitario siniestro y astuto sería capaz de manifestar este atributo persuasivo. Primer paso: recuérdale al joven (o a la joven, evidentemente) que ya ha aceptado leer el Corán de forma literal y felicítalo por ello. Segundo paso: escoge varios pasajes del Corán que promuevan una moralidad simple y obvia, para así colocar al joven en un estado de ánimo de consentimiento aun más profundo. Tercer paso: elige ahora un pasaje más rudo, para recordarle que las escrituras sagradas en efecto contienen algunos elementos desafiantes. Cuarto paso: recuérdale que cualquiera puede aceptar los pasajes fáciles y no controvertidos sin pensarlo, pero los pasajes más ásperos, precisamente porque son más difíciles de aceptar, ofrecen una oportunidad al creyente: la oportunidad de ejercer su voluntad; de entrenarse a sí mismo; de pensar lo que nos instruyen a pensar en vez de permitir que pensamientos sin ton ni son entren y salgan de la mente. ¿Puede el joven aceptar el mandato sagrado de amputarle las manos a los ladrones? Lo aceptó hace tiempo.
Quinto paso: busca aun más pasajes, escogidos con cuidado, quizás hasta algunos pasajes de las palabras del profeta. y también obtén su aprobación para estos pasajes que no hacen referencia al mundo moderno: los pasajes sobre la personas que repudian al Islam y qué hacer con ellos, o sobre personas que se aferran a creencias paganas o que participan en abominaciones. Pasajes sobre el hogar o sobre la llegada de la Hora apocalíptica. Asegúrate de que entienda el significado literal y llano.
Después viene el sexto paso: dirige la conversación a problemas del mundo moderno. Los chiítas han repudiado al auténtico islam. ¿Qué se debe hacer? El problema de los yazidis, quienes insisten en serle fieles a su propia religión aunque su existencia no está sancionada por el Corán –el Estado Islámico considera satánica la religión de los yazidis. El asunto de la esclavitud y si la religión verdadera se opone a ella. El problema de los homosexuales. ¿Qué hacer con ellos? La duda sobre los castigos y cómo deben aplicarse a un crimen u otro. El rol de la mujer. En cada punto, el estudiante atento debe ser capaz de reconocer que ya ha estudiado un pasaje en particular de las escrituras sagradas que indica la solución: exterminar a los chiítas; exterminar a los yazidis; esclavizar a las mujeres yazidi en preparación para la Hora venidera; ejecutar a los homosexuales, tirándolos de edificios; decapitar a ciertos prisioneros, crucificar a otros, desmembrar a otros más; la importancia de encerrar a la mujer en casa. Y el último punto: la necesidad de hacer propia la muerte y la Yihad. El estudiante mismo articulará las políticas del Estado Islámico en muchos de estos puntos: llegará a las políticas casi con placer, y disfrutará su habilidad para empatar los temas del mundo actual con las fuentes textuales de la antigüedad. Por un momento sentirá que él también es un académico islámico; sentirá que, al vincular al mundo moderno con pasajes selectos de las escrituras sagradas, ha llevado a cabo el mayor logro intelectual de su vida.
Naturalmente, un reclutador inteligente entenderá que, cinco minutos más tarde, el joven se rebelará contra todo aquello que le han enseñado a decir y pensar. El joven se preguntará si puede confiar en la buena fe del reclutador. Dejará de confiar en sus propias interpretaciones del Corán. Quizás piense que, pese a que para algunos no esté mal un islam tajantemente yihadista, no todos están hechos para seguir una doctrina de esa índole. Quizá se le crucen por la mente dudas sobre la sanidad de todo el proyecto. O quizá se pregunte si en algún otro lado del mundo halla académicos del islam con puntos de vista contrarios –algo que es verdad. Así que oscilará entre una postura y otra, sin saber qué pensar. Pero el reclutador también tendrá una respuesta a estas vacilaciones. La respuesta será la misma que el verdadero padre del Estado Islámico, Abu Musab al-Zarqawi, introdujo al mundo.
El libro de Weiss y Hassan nos da un breve retrato de este hombre. Zarqawi fue un jordano que empezó su carrera como un criminal tatuado y que, más adelante, fue un yihadi en Afganistán (sus tatuajes no impresionaron a Osama Bin Laden). Fue enviado de vuelta a Jordania y encarcelado y, con ayuda de los iraníes, acabó en Iraq justo a tiempo para la invasión del 2003. La organización de Zarqawi en Iraq se llamaba Tawhid Wal-Jihad (que significa Unidad y Yihad). Después de afiliarse con Al Qaeda, le cambió el nombre a Al Qaeda en la tierra de dos ríos (que generalmente se define como Al Qaeda en Iraq, aunque el nombre “La tierra de dos ríos” busca deliberadamente borrar las fronteras contemporáneas de ese país) y, en junio de 2006, fue asesinado en un ataque aéreo del ejército estadounidense. La organización continuó, bajo el nombre apenas más grandilocuente de Estado Islámico de Iraq y Sham, es decir Siria, como se le llama en el idioma del Corán. Entonces ocurrió la ruptura con Al Qaeda. La organización se convirtió en el Estado Islámico. Más adelante emergió como el califato resurrecto, grandilocuente y preapocalíptico, bajo el mando de Abu Bakr al-Baghdadi, el califa, quien está mejor preparado que Zarqawi para liderar un espectáculo islamista, en gran parte porque, a diferencia el criminal tatuado, al-Baghdadi es un académico hecho y derecho, con un doctorado de Estudios Islámicos por la Universidad de Saddam, en Iraq.
Sin embargo fue Zarqawi, “el sheik de los carniceros”, quien realizó la innovación crucial. Lo hizo en Iraq inmediatamente después de la invasión estadounidense al implementar una violencia que resultó ser histórica en varios sentidos. En agosto del 2003, la organización de Zarqawi fue la responsable de detonar una bomba, oculta en un camión, en las oficinas de las Naciones Unidas en Bagdad, misma que mató al diplomático Sergio Vieira de Mello y su equipo de habilidosos administradores, entre muchas otras personas. Si había alguien en el mundo capaz de administrar Iraq después del régimen de Saddam de una forma razonablemente constructiva, esos eran Vieira de Mello y su equipo: personas con verdadera experiencia en sociedades de posguerra traumatizadas. Después, Zarqawi desató la guerra civil entre sunitas y chiítas. Lo hizo enviando a terroristas suicidas, algunos de ellos niños pequeños, a dinamitarse entre multitudes chiítas; esto provocó que milicias chiítas lanzaran ataques asesinos sobre sunitas al azar, a veces utilizando taladros eléctricos. Los sunitas fueron a pedirle ayuda a Zarqawi, que hizo una cosa más. Quizás él mismo es quien aparece en video, por allá de 2004, decapitando a un estadounidense llamado Nick Berg. En todo caso, con esta grabación Zarqawi fue el pionero de los actuales videos del Estado Islámico: en ellos vemos campos llenos de jóvenes yihadis muertos, con heridas de bala en la frente, junto a sus víctimas asesinadas, así como videos que muestran decapitaciones de individuos y grupos enteros. Son las películas más horribles jamás creadas. Las películas de un culto a la muerte. Aterran a los enemigos del Estado Islámico, al tiempo que cumplen otro propósito: el logro final de Zarqawi.
Ponte en los zapatos del joven que, guiado por las lecturas del Corán, ha llegado a considerar las doctrinas del Estado Islámico, pero que aun duda. Alguien te muestra los videos. ¿Cómo responderás? Con rechazo, por supuesto. Con un clic los borrarás de tu pantalla. No obstante, los videos te plantearán un problema. Esos videos los realizaron personas que tú consideras piadosas, cosa que te hará dudar, y tus pensamientos se dirigirán hacia una única y evidente dirección. Pensarás que, si los argumentos del Estado Islámico tienen alguna validez, debe yacer en algo más significativo que una simple correlación entre frases sacadas de las escrituras sagradas y una serie de circunstancias del mundo actual. Las escrituras sagradas deben suscitar un cierto universo: un universo alterno, distinto de la realidad frente a tus ojos. Sabes bien qué universo debe ser: el de lo Uno y lo divino, el que fue reveladon en Mecca y Medina, como explica el Corán. Y sin embargo, por más que hayas estudiado el Corán, jamás has logrado ver este universo alterno. ¿Será posible que en esos videos, esos videos extraños y desagradables que grabó el Estado Islámico, por fin se esté manifestando ese universo alterno ante ti? El Estado Islámico asegura que opera en la zona de lo sagrado. ¿Y si esos videos muestran escenas de esa zona? El shock que sientes al verlos, ¿será el shock de ver por fin esa realidad más profunda?
De modo que te preparas para verlos de nueva cuenta. No puedes. Pero lo intentas otra vez, y descubres que, a fin de cuentas, no es tan difícil seguir viéndolos. Solo hay que permanecer tranquilo. Así que decides calmarte en vez de prepararte, y te das cuenta que, en efecto, estás viendo un paisaje distinto a todo lo que has visto antes. Es el paisaje de la muerte. Aquí es donde la muerte se distribuye y donde la muerte se recibe. Son escenas de los transgresores aniquilados y de los yihadis muertos, todas santificadas por citas coránicas y por las vocalizaciones intensas y un tanto histéricas. Los cadáveres, las cabezas decapitadas, las mejillas pálidas y las frentes perforadas: este es el universo alterno. Estas son figuras en la zona de lo eterno. El escalofrío que sientes te dice que en verdad estás viendo lo que crees estar viendo.
¿Qué pasa cuando el video acaba y apagas tu aparato? Estás lívido, por supuesto. La sensación de horror no ha desaparecido. Pero poco a poco caes en la cuenta de que, por haberlo visto, ahora eres otra persona. Las escenas de cadáveres y decapitaciones fueron un reto que has sorteado tu solo. Antes no podías verlos porque nunca has sido una persona cruel o malvada. Ahora pudiste porque aceptaste el valor sacramental del horror. En vez de ser cruel ahora te has convertido en una persona piadosa, por primera vez en tu vida. Has aprendido a aceptarlo todo, y no solo las partes moderadamente difíciles. El rostro lívido que te observa en el espejo es en realidad un rostro que proyecta serenidad. Empiezas a darte cuenta de las implicaciones. Si puedes permanecer piadosamente tranquilo y aceptante mientras ves la muerte de otros, también puedes hacer lo mismo con el espectáculo imaginario de tu propia muerte. Estos pensamientos te invaden. Te habrás convertido en una especie de zombi y, cuando tus amigos de Facebook te inviten a que los acompañes en la tierra de los zombis, que está en Siria, empezarás a creer que, tal vez, ir a Siria es una buena idea: viajar de un mundo donde nadie acepta lo que tú acabas de aceptar, y donde nadie podría ver ese video contigo, a un mundo donde todos lo aceptan. ¿Eres quizás un sirio, ya en su puesto, por decirlo de algún modo? Estás listo. El joven sirio al que Weiss y Hassan entrevistaron en su libro dijo: “Cada que ves un video suyo, sentirás un extraño impulso hacia la Yihad”.
Casi no te darás cuenta que, media hora antes, habrías pensado que la ideología yihadi era una locura, pero estarás consciente que, al aceptar los videos, has dejado atrás la sanidad. Porque la sanidad y lo Uno son incompatibles. Decir que la sanidad debe guiar tus pensamientos equivale a decir que algo distinto a la verdad revelada debe guiar tus pensamientos: una suerte de politeísmo. Así que te preparas para participar en la matanza de grupos étnicos de los que no sabes nada, o de gente que vive a unas cuadras de ti y, al hacerlo, piensas en qué hermoso se verá tu rostro cuando te toque a ti aparecer como cadáver en un video. Estos pensamientos te darán un placer silencioso. ¿Por qué no gozarlo? Has roto ligas con el mundo ordinario, ascendido a una piedad hermosa y la señal de esa asunción es tu celo por matar: un deseo nuevo y transgresor; un entusiasmo.
Cito dos anécdotas de un par de reportajes brillantes que publicó el New York Times hace unos meses, que quien los haya leído seguramente recordará. Una nota del 14 de agosto del 2015, titulada “Joven pareja de Mississippi vinculada con ISIS, para confusión de todos”, escrita por Richard Fausset, describía a una joven estudiante de diecinueve años, recién convertida al islam, llamada Jaelyn Young. Es hija de un policía y veterano del ejército. A la masacre de cinco militares en Chattanooga respondió escribiendo, “Alhamdulillah”, que significa alabado sea Dios: “sigue aumentando el número de nuestros seguidores”. Las víctimas eran hombres que seguramente le eran familiares: hombres como su padre. Pero no la sorprendió. La masacre la alentó. En una segunda historia en el Times, del 17 de agosto del 2015, titulada “Yihad y Girl Power: Cómo ISIS sedujo a tres chicas londinenses”, Katrin Bennhold describió como una estudiante británica llamada Amira Abase sorprendió a todos en casa al irse a Siria junto a dos amigas. En una discusión, la estudiante “pareció burlarse de un minuto de silencio en honor de las víctimas, en su mayoría británicas, de un tiroteo en Túnez, del que el Estado Islámico aceptó responsabilidad, al escribir “Loooool”, que significa “laugh out loud” (reírse en voz alta)”. Los turistas británicos en esa playa de Túnez eran precisamente el tipo de personas que ella podía imaginar: gente común y corriente de la sociedad que había dejado atrás. Así que se echó a reír.
Aquí hay una nota, publicada en septiembre por el Telegraph de Londres y escrita por Steven Swinford, que describe a un “estudiante destacado de Cardiff llamado Reyaad Khan. En sus días como estudiante esta persona aspiraba a ser el “primer Primer Ministro británico de origen asiático”. En vez de hacer eso se fue a Siria. En julio de 2014, tuiteó: “Ayer ejecuté a muchos prisioneros”. Y unos días después: “Probablemente vi la decapitación más larga de la historia. Nos cercioramos de que el cuchillo estuviera afilado”. Más adelante: “¿Alguien quiere patrocinar mi cinturón explosivo? Gucci, échame un grito”.
Estos jóvenes, las chicas de Mississippi y Londres, el chico de Cardiff, disfrutaban sus transgresiones. Estaban encantados. El Estado Islámico les abrió una puerta y ellos la había cruazado alegremente. Sin duda sintieron que así habían aprendido a venerar a Dios. O para decirlo de otro modo: habían ingresado al culto.
(Publicado previamente en Tablet)
Traducción de Daniel Krauze