Se han escrito muchos libros sobre el futuro del libro, pero la verdad es que seguimos sin saber mucho al respecto. Hasta el momento, este bucle paradรณjico solo ha servido para concluir que el libro tiene un pasado glorioso y un presente desconcertante, mientras que del futuro no tenemos noticias claras, por la sencilla razรณn de que no podemos tenerlas. Naturalmente, son las asechanzas de las nuevas tecnologรญas de la comunicaciรณn, sumadas a la recurrente sensaciรณn de que cualquier tiempo pasado fue mejor, las que abonan la idea de que el libro ha entrado en una fase crepuscular que solo puede culminar con su marginaciรณn primero y su desapariciรณn despuรฉs. Pero, a diferencia de otros artefactos, el libro parece defenderse bastante bien, demostrando hasta ahora mayor resistencia que la que ejercen –pongamos– las cabinas de telรฉfono ante su imparable obsolescencia. Y por algo serรก; o eso, al menos, nos gusta pensar.
¿Sobrevivirรก el libro, experimentarรก una resurrecciรณn digital, o perderรก toda la importancia que le queda? En torno a este asunto se ha ido generando una animada conversaciรณn global, que parece lejos de resolverse, pero tiene ya sus propios clichรฉs y lugares comunes. Asรญ, se invoca Fahrenheit 451, la fรกbula de Ray Bradbury sobre una sociedad venidera donde los libros se queman, para advertir de los riesgos de la desertizaciรณn cultural, aunque no estรก claro si quienes la citan han leรญdo la novela o visto la pelรญcula; se cantan los rasgos intrรญnsecos del libro como objeto, desde el olor de la tinta al amarilleamiento de las pรกginas, para denunciar la impersonalidad de los e-books; se emplea la metรกfora borgiana del universo convertido en una biblioteca para describir el funcionamiento de internet y proclamar confianza en las nuevas tecnologรญas; etcรฉtera. El problema es que se trata de un debate con muchas dimensiones y no pocas trampas, donde se mezclan alegremente razones, emociones e intuiciones. Asimismo, abundan los argumentos categรณricos y las falsas verdades, propios de quienes quieren vender libros anunciando la muerte del libro. Reina, en definitiva, la confusiรณn.
Si hay alguna razรณn para hablar de la crisis del libro, es la apariciรณn de nuevos artefactos capaces de rivalizar con รฉl cumpliendo sus mismas funciones de manera mรกs eficaz. O sea, nuevos continentes de texto que tienen igual o mayor capacidad de almacenaje, movilidad y facilidad de empleo que los libros de papel. El paulatino desarrollo de las tabletas y los libros electrรณnicos, que pronto resolverรกn aquellas lagunas tรฉcnicas que puedan ahora ofrecer motivos de queja, constituye esa amenazadora novedad; amenazadora, claro, desde el punto de vista del libro tradicional. Desde luego, si algo nos enseรฑa la historia, es que los cambios revolucionarios han venido auspiciados por novedades tecnolรณgicas. Esto no supone afirmar que la soluciรณn a los conflictos sociales sea tecnolรณgica, sino algo diferente: que las grandes transformaciones tienen que ver con ella. Y en especial, aquellas que se refieren a un atributo social decisivo, a saber, la forma y velocidad con la que nos comunicamos y comunicamos ideas; en otras palabras, los medios a travรฉs de los cuales tiene lugar la interacciรณn entre individuos. Desde ese punto de vista, aunque las nuevas tecnologรญas de la informaciรณn no puedan rivalizar con la rueda o la mรกquina de vapor, ni probablemente con la influencia ejercida por la fotografรญa o la televisiรณn, constituyen un cambio cualitativo en unos medios de interacciรณn y archivo que inciden poderosamente sobre la producciรณn cultural y simbรณlica, facilitando, ademรกs, la apariciรณn de una esfera global de comunicaciรณn.
Sin embargo, parece pronto para extraer conclusiones definitivas sobre el impacto concreto que estas nuevas tecnologรญas de la informaciรณn pueden tener sobre el libro de siempre. Para Robert Darnton, vivimos una รฉpoca de transiciรณn, en la que los modos impresos y digitales de comunicaciรณn coexisten y no pocas novedades tecnolรณgicas devienen obsoletas con rapidez. De ahรญ que la industria editorial no sepa a quรฉ atenerse, ni quรฉ direcciรณn tomar. El autor britรกnico Neil Gaiman declaraba recientemente a The Guardian que el panorama industrial es como el legendario Klondike de la fiebre del oro: “Nadie sabe lo que estรก pasando. Todo lo que saben es que hay oro en las colinas y quieren llegar a รฉl.” Proliferan asรญ las etiquetas que tratan de describir un futuro prometedor y que, admitรกmoslo, suenan mejor en inglรฉs: open feedback publishing, fan fiction, social mobile geo tagging, digital first. Avanzamos asรญ hacia un lugar desconocido. Katharina Teusch lo expresaba bien en las pรกginas del Frankfurter Allgemeine Zeitung: “El libro del maรฑana es el no-libro de hoy.” Sucede que hay otra posibilidad: la de que no avancemos hacia ninguna parte. Al hilo de la desapariciรณn de la Brockhaus, enciclopedia alemana anรกloga a la Britรกnica o la Larousse, decรญa Christopher Caldwell en su columna del Financial Times que nada garantiza la continuidad digital de los cadรกveres materiales: “Todo lo que muere en la esfera tradicional habrรญa de florecer renovado en otra. Pero eso es una supersticiรณn.” Y, si lo es, el libro tradicional bien podrรญa desaparecer.
Para que eso suceda, es preciso tambiรฉn que languidezcan los lectores. Que ya lo hacen, o van camino de hacerlo en cuanto se complete el correspondiente cambio generacional, es la tesis de los tecnopesimistas que ven en el empleo de las nuevas tecnologรญas el riesgo de un deterioro cognitivo que terminarรญa por llevarse al libro por delante. En este sentido, la hiperconectividad individual a travรฉs de internet, reforzada hasta el delirio por los smartphones, modificarรญa nuestros hรกbitos de vida y, con ello, de lectura, privรกndonos de la concentraciรณn y continuidad necesarias para la lectura de los libros y discutiendo a estos la pregnancia residual que, tras la generalizaciรณn de la radio y la televisiรณn, poseรญan como formas de entretenimiento. Al menos, eso es lo que afirman autores como Nicholas Carr o Andrew Keen, que llevan un tiempo subrayando que no solamente se lee menos, sino que se lee peor, o sea, mรกs superficialmente. Esta tesis estรก contenida ya en el tรญtulo del รบltimo libro de Carr –Los superficiales– y formula una intuiciรณn acaso compartida: que la forma de leer en los dispositivos digitales, caracterizada por el vistazo rรกpido, la activaciรณn de hipervรญnculos y la multitarea, estรก socavando la atenciรณn profunda y continuada que ha definido durante siglos la cultura del libro. Y, si esta se encuentra en peligro, tambiรฉn lo estarรญa potencialmente la civilizaciรณn que ha florecido en torno suyo. Entre nosotros, Ignacio Domingo Baguer invoca en su reciente Para quรฉ han servido los libros “la importancia que la lectura y el libro han tenido en el desarrollo del concepto occidental de individualidad y racionalidad y de una cierta idea de lo que constituye nuestra condiciรณn de seres humanos que estรก en la base de la cultura occidental, y que tambiรฉn podrรญa ponerse en peligro por la pรฉrdida de la cultura del libro”. Pero ¿es esto un riesgo cierto o solo una hipรฉrbole producida por amantes de los libros y representantes de su cultura? ¿Estamos ante el enรฉsimo ejemplo del conservadurismo automรกtico que generan el paso del tiempo y los cambios sociales que este trae consigo? ¿O es una alarma justificada porque los bรกrbaros, esta vez, sรญ han comparecido?
Antes de continuar, conviene preguntarse quรฉ dicen los datos. Porque la facilidad con la que se afirma que se lee menos o se lee peor tiene que encontrar ratificaciรณn empรญrica; de lo contrario, habrรก que cambiar los argumentos. No perdamos de vista que quienes apenas leen rara vez lamentarรกn que no se lea: este lamento proviene generalmente de quienes son consumados lectores y propenden por ello a la ilusiรณn รณptica acerca del descenso en el nรบmero de sus pares. Por desgracia, es difรญcil encontrar datos a la vez fiables y abarcadores sobre un asunto en el que, ademรกs, los encuestados mienten a menudo: un par de encuestas divulgadas en Gran Bretaรฑa con motivo de un reciente Dรญa del Libro revelaba que un 61% de los entrevistados decรญa haber leรญdo un libro que no habรญa abierto, como 1984 o Ulises, para ocultar la lectura de J. K. Rowling o John Grisham. De acuerdo con la misma encuesta, mรกs de la mitad de los lectores quiere escribir un libro, e incluso un 11% ha terminado un manuscrito. ¡Ni un Sรณcrates sin su Platรณn! O no tanto: ellas querrรญan escribir novelas de misterio, ellos de ciencia-ficciรณn o fantasรญa. Mรกs allรก de estas simpรกticas circunstancias, no obstante, topamos con una maraรฑa de estudios demoscรณpicos generalmente separados por paรญses y dedicados a medir cosas distintas. Asรญ, que una persona se declare lectora poco nos dice, si para ser lector basta con haber terminado cinco libros en un aรฑo, sin saber quรฉ libros son ni el grado de comprensiรณn o aprovechamiento personal de los mismos.
A grandes rasgos, parece poder concluirse que no se lee menos que en el pasado, sino que mรกs personas leen algo mรกs, sin que eso suponga leer demasiado, salvo para las habituales minorรญas de los devotos del libro. Al mismo tiempo, la capacidad de comprensiรณn lectora estarรญa disminuyendo, en lo que puede ser un efecto estadรญstico del aumento del nรบmero de lectores, o una consecuencia de la mรกs superficial forma de lectura denunciada por los pesimistas. Tambiรฉn parece sentado que los niรฑos leen mรกs que los adolescentes y jรณvenes, es decir, que los niรฑos leen menos cuando dejan de ser niรฑos, para dedicarse a otras cosas que antes les estaban, seguramente, vedadas. Por ejemplo, segรบn un estudio de la Kaiser Family Foundation, los niรฑos americanos de entre ocho y dieciocho aรฑos dedicaban veintiรบn minutos a la lectura de libros en 1999, frente a veinticinco en 2010. Tambiรฉn ha aumentado su pertenencia a clubes de lectura, mientras que nadie podrรก acusar a los jรณvenes de no leer libros largos: las sagas de Harry Potter o Crepรบsculo se prolongan durante miles de pรกginas; mรกs dudoso es que este lector dรฉ luego el paso que lleva hasta Proust. De acuerdo con datos de 2012, un 37,9% de los norteamericanos leyรณ libros como forma de ocio en 2012, actividad que ocupa un honroso puesto en la lista de entretenimientos favoritos tras la salida a cenar y el recibir a amigos en casa, superando por poco a la proverbial barbacoa. Significativamente, menos de un 25% de estadounidenses estaba leyendo un libro en 1957 cuando se le preguntaba por ello; en 2005, este porcentaje subiรณ al 47%. Ha aumentado tambiรฉn el nรบmero de lectores en dispositivos digitales.
En Europa, los espaรฑoles nos encontramos en la cola de siempre, entre los paรญses con menor nรบmero de lectores, junto a Portugal y Grecia, frente a la abundancia de ellos en los paรญses nรณrdicos y Gran Bretaรฑa. La ocde matiza que la mejor comprensiรณn lectora se encuentra en Finlandia, Canadรก, Nueva Zelanda y Australia. En nuestro paรญs, de acuerdo con los sucesivos Barรณmetros de Hรกbitos de Lectura, se declara lectora en torno a la mitad de la poblaciรณn, sin que eso, como se ha seรฑalado, diga mucho sobre quรฉ clase de lector se sea. Finalmente, hay datos con los que uno no sabe quรฉ hacer: el 68% de los espaรฑoles que leen libros electrรณnicos los ha pirateado, solo el 7% de los norteamericanos que leen libros los elige gracias a una reseรฑa crรญtica.
Es inevitable que los datos sean poco concluyentes y muestren tendencias antes que certidumbres; estamos, realmente, en un momento de transiciรณn. Pero acaso convenga ordenar esta conversaciรณn, para saber, al menos, de quรฉ estamos hablando.
¿Hablamos de lectura de libros o de lectura a secas?
Nos preocupamos por el futuro de los libros como forma de transmisiรณn del conocimiento y de conformaciรณn de la conciencia individual debido al valor especial que les atribuimos como instrumento, pero es indudable que cada vez mรกs gente sabe leer en todo el mundo y que la eclosiรณn de internet y sus derivados nos hace leer mรกs a menudo y no menos. Nos pasamos el dรญa leyendo fuentes diversas de informaciรณn y leyendo a los amigos, a quienes tambiรฉn escribimos continuamente (hasta el punto de que la vieja llamada telefรณnica se ha convertido en un acto violento que requiere de especial justificaciรณn). En ese contexto, los libros son un continente mรกs entre muchos y no pueden desempeรฑar el mismo papel que cuando carecรญan de rival. Parece difรญcil, por razones evidentes, que el libro pueda recuperar ese terreno, en caso de que alguna vez lo tuviera y no suframos el espejismo de una edad de oro libresca situada en un pasado indefinido. Algo de esto se deja ver en la cursilerรญa con la que se celebra pรบblicamente la cultura del libro, especialmente en nuestro paรญs, donde, misteriosamente, leer una novela equivale a contemplar una rosa, aunque esa novela nos cuente las dimensiones del gulag estalinista. No se trata tanto de apegarnos a la forma cultural que es el libro, sino de considerar si sus funciones son monopolio del mismo o pueden ser cumplidas anรกlogamente por otros medios, por otras formas de transmisiรณn del conocimiento y la experiencia.
En cuanto a la calidad de esa lectura, las acusaciones de superficialidad pueden estar justificadas. Si la lectura es discontinua y estรก sujeta a mรบltiples distracciones, la concentraciรณn es menor y tambiรฉn lo es la capacidad para comprender textos complejos. ¿Es esto una tragedia, producirรก perjuicios a la sociedad en su conjunto, o solamente un daรฑo susceptible de evaluaciรณn en tรฉrminos humanistas? Sostenรญa Steven Johnson, en su reseรฑa del antecitado libro de Carr para el New York Times, que la crรญtica de la lectura superficial no puede ignorar aquello que se gana con la actividad multitarea, es decir, una mayor variedad y abundancia de interconexiones con los demรกs que producen indudables beneficios individuales y colectivos. Si leemos menos libros, pero sabemos mรกs, ¿ganamos con el cambio? Michael Suรกrez, director de la University of Virginia Rare Book School y editor jefe de las ediciones acadรฉmicas clรกsicas de Oxford University Press, lamenta que la lectura dispersa propiciada por la red desemboque en la incapacidad para dar sentido a una informaciรณn sobreabundante; sin embargo, sin esa misma red yo nunca habrรญa encontrado su opiniรณn en la ediciรณn digital de la revista de la Universidad de Virginia. Se plantea aquรญ otra vez la dificultad de discernir si lloramos lo conocido o lo valioso, si la perspectiva de una sociedad distinta ha de aparejar necesariamente el juicio sobre su bondad o maldad a partir de los estรกndares vigentes en la nuestra.
¿Nos preocupamos por la lectura indistinta de cualquier tipo de libro o por el conocimiento de los libros fundamentales?
Hablar de la lectura de libros en general, como suele hacerse cuando se celebra romรกnticamente la cultura libresca, supone dejar a un lado variables fundamentales referidas a aquello que se lee: hablar de un libro metafรณrico que contiene todos los libros no es demasiado รบtil. ¿Es mejor leer 50 sombras de Grey que ser suscriptor del Financial Times o el Die Zeit? Seguramente, el lector de la prensa de calidad no es lector de malas novelas, de manera que, si consideramos el beneficio general para la sociedad democrรกtica, parece mejor tener a ciudadanos informados antes que a consumidores de literatura de masas. O sea, que no es indiferente el tipo de libro del que hablemos cuando nos refiramos a los beneficios de su lectura. Ahora bien, ¿quรฉ significa mejor en este contexto? Si lo que medimos es la felicidad del lector, probablemente no haya diferencia alguna entre la satisfacciรณn que obtienen los lectores del Financial Times y los de Ruiz Zafรณn. ¿Quรฉ es lo que se defiende cuando se defiende el libro, quรฉ funciones del mismo deseamos preservar?
Sucede que, si adoptamos un punto de vista utilitarista desligado de los intereses colectivos, nada nos impide situar en el mismo plano la petanca, los videojuegos y la alta literatura, porque todos ellos proporcionan satisfacciรณn a quienes las practican; igual que, ya puestos, una larga siesta. El libro es el emblema de la sociedad humanista, un instrumento central a esa cultura y a la fe en el progreso que le es caracterรญstica. ¿Seguro? En este punto, se presenta el aguafiestas que nos recuerda que los verdugos de Auschwitz leรญan a Goethe y escuchaban a Schubert mientras las cรกmaras de gas aniquilaban judรญos en el edificio de al lado. Y es verdad; pero tambiรฉn lo es que se trata de un argumento tramposo. Cuanto mayor sea el nรบmero de ciudadanos informados y lectores cultos, mรกs rica es una sociedad, mรกs sofisticado es su debate pรบblico y menor la propensiรณn a las disfunciones colectivas. Tambiรฉn se puede ser feliz bajo un cocotero caribeรฑo, al margen de la Historia, como apuntaba Sรกnchez Ferlosio en Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, pero resulta difรญcil discutir que vivimos en sociedades que, lejos de ser perfectas, son las mรกs prรณsperas y justas conocidas. Ahora bien, cuรกl haya sido el papel concreto del libro en ese progreso es asunto distinto. Ya dice socarronamente Gabriel Zaid que “creer en los libros como medios de acciรณn o no creer es ante todo eso: creer o no creer”. Y aรฑade:
Una cosa es la importancia de ciertos libros y autores, otra su renombre, otra la venta efectiva de ejemplares, otra la lectura de los mismos, otra la asimilaciรณn y difusiรณn del contenido, otra los nexos causales entre los fenรณmenos anteriores […] y los hechos observables en el comportamiento social.
De alguna manera, el libro es un sรญmbolo, pero tambiรฉn un instrumento. Es un instrumento de domesticaciรณn humanista, un medio de transmisiรณn del conocimiento que parece mรกs razonable que la pura transmisiรณn oral en sociedades analfabetas. Dicho esto, las malas ideas tambiรฉn estรกn contenidas en libros: tan libro es Los protocolos de los sabios de Siรณn como el Cรณdigo Penal que seรฑala las penas por incitaciรณn al odio racial. Por eso, hablar del libro en singular y sin mayores especificaciones no acaba de tener mucho sentido; deberรญamos hablar abiertamente de la cultura humanista del libro, en sus distintas encarnaciones y manifestaciones, como una forma de cultura que nos parece mรกs bella o รบtil y digna de ser preservada, si es que su preservaciรณn puede decretarse. Los lectores deseamos la generalizaciรณn o difusiรณn de una cultura en la que el libro juegue un papel central; si es posible, con especial menciรณn a nuestros autores favoritos. Pero no estรก claro que el mundo vaya en esa direcciรณn.
¿Defendemos el libro o el mundo de los libros y su estรฉtica?
En una entrevista concedida al New York Times, Kanye West, prodigio musical contemporรกneo, ha hablado con elocuencia de su propia relevancia, comparรกndose con Steve Jobs y declarando: “Yo entiendo la cultura. Estoy en su nรบcleo.” ¡Y tiene razรณn! Pero no se trata de la cultura culta, sino una cultura popular cada vez mรกs indistinguible de aquella. ¿Cuรกntos lectores de Balzac saben quiรฉn es Kanye West? ¿Sabe Kanye West quiรฉn es Balzac? Probablemente no, pero, si en vez de Balzac ponemos a Thomas Pynchon, que ha llegado a aparecer en un episodio de Los Simpson y va a ser adaptado al cine por Paul Thomas Anderson, quizรก la respuesta sea afirmativa. A este respecto, la reflexiรณn de John Stuart Mill sobre los placeres inferiores y superiores no ha perdido vigencia. Sostenรญa el filรณsofo britรกnico que solo quien se haya familiarizado con ambos puede juzgarlos comparativamente; y asรญ es. El jugador de videojuegos piensa que el lector de Hegel se aburre mortalmente, mientras el lector de Hegel puede llegar a disfrutar del videojuego. Tal vez no llegue a hacerlo; pero puede elegir.
Sucede que las condiciones sociales que facilitan la producciรณn de lectores ejemplares estรกn desapareciendo o, cuando menos, resultan cada vez mรกs difรญciles de reproducir. Las dinรกmicas de formaciรณn del gusto operan lentamente, a travรฉs de formas difusas de transmisiรณn y aprendizaje: de los dos hijos de un padre lector, uno hereda su gusto por los libros y el otro no, mientras que uno de los hijos de un seรฑor sin lecturas termina siendo un apasionado consumidor de literatura. En general, los hogares con libros producen mรกs fรกcilmente hogares con libros, pero la competencia a la que estos se enfrentan a comienzos del nuevo siglo hace menudear las largas sobremesas de lectura que crean un hรกbito perdurable. No subestimemos el atractivo intrรญnseco a las redes sociales, generalmente consideradas: si David Foster Wallace dejรณ dicho que los libros sirven para mitigar la soledad, quรฉ mejor forma de no estar solo que estando con otros. De nuevo, es difรญcil decidir si el adolescente solitario gana mรกs identificรกndose con Holden Caufield o charlando con los amigos, salvo que atribuyamos un valor intrรญnseco a la tradiciรณn cultural y literaria occidental. Y podemos hacerlo, podemos decidir que hay mejores y peores formas de pasar el rato, pero no esperar que los vecinos cojan nuestras bromas sobre Perec cuando nos los encontramos en el descansillo. Porque quizรก los raros seamos nosotros, no ellos. El mundo de los libros, alimentado y autorreproducido por los libros mismos, convertido en signo de estatus por sus practicantes, va perdiendo fuerza irremediablemente a medida que la sociedad se hace mรกs democrรกtica y quizรก mรกs banal, pero seguirรก siendo cultivado por minorรญas nada menores, al menos durante un tiempo.
¿Estรก siendo el libro desplazado a los mรกrgenes por las nuevas tecnologรญas?
La relaciรณn del libro con las tecnologรญas de la informaciรณn no se limita al simple fagocitamiento de aquel por estas; es mucho mรกs ambigua e incluye no pocos beneficios para el libro y los lectores. Es indudable que su apariciรณn, como antes las de la radio y la televisiรณn, disminuye el papel del libro y de otras formas impresas de comunicaciรณn como forma de transmisiรณn de conocimiento y recreaciรณn ociosa. Basta ver una adaptaciรณn cinematogrรกfica cualquiera de la novela decimonรณnica para advertir que el libro constituรญa el pasatiempo monopolรญstico de las clases alfabetizadas: literalmente, no habรญa mucho mรกs que hacer si se querรญa hacer algo provechoso. Pero, incluso para quienes no leรญan o manifestaban su propรณsito de leer algรบn dรญa sin llegar a cumplirlo, el libro era el horizonte cognitivo habitual. Ahora, es solo una de las variadas formas de transmisiรณn de informaciรณn y emociones disponibles para el ciudadano medio. De ahรญ que el libro no pueda conservar su papel central, aunque quisiera.
Pero no todo son malas noticias para la producciรณn, distribuciรณn y consumo de libros. Buscarlos, encontrarlos, leerlos es ahora mรกs fรกcil que nunca. Esto no solamente vale para el nuevo libro electrรณnico, sino para el libro de siempre, cuyos ejemplares raros pueden ser rastreados a travรฉs de portales tan poderosos como Amazon o, entre nosotros, Iberlibro, donde a menudo se encuentran tambiรฉn precios inmejorables (sobre todo si se lee en inglรฉs). Tambiรฉn es mรกs sencillo buscar informaciรณn sobre sus autores, saber de opiniones ajenas, leer reseรฑas crรญticas.
A cambio, la transformaciรณn de los hรกbitos del lector sรญ parece afectar a dos sรญmbolos tradicionales de la cultura del libro: las librerรญas y las bibliotecas. Aunque estas รบltimas no perderรกn su funciรณn archivรญstica, que encuentra en la digitalizaciรณn de fondos clรกsicos una tarea relevante, se enfrentan a ahora a no pocos problemas a la hora de establecer una nueva relaciรณn con sus socios y con las editoriales que les proveen de fondos. Si el libro digital termina generalizรกndose, ¿seguirรกn siendo necesarias las bibliotecas? Si la misma piraterรญa que socava las ventas digitales se hace extensible a los ejemplares descargados de una biblioteca, ¿tendrรกn interรฉs las editoriales en cederlos? ¿Se mantendrรก su dotaciรณn presupuestaria cuando disminuya el nรบmero de usuarios? En cuanto a las librerรญas, gozan todavรญa de buena salud, pero esta presenta signos de deterioro. Si los consumidores pueden comprar el libro de papel a precios ventajosos en portales digitales o directamente a las librerรญas, o comprar sus libros electrรณnicos por medios electrรณnicos, las librerรญas perderรกn parte de su relevancia. Jonathan Burnham, vicepresidente de HarperCollins, declarรณ al New Yorker que una librerรญa contiene un elemento azaroso, de bรบsqueda y hallazgo inesperado, que serรญa lastimoso perder; sin embargo, no estรก claro que ese sea el mejor argumento para defender las librerรญas frente a la red, porque cualquiera que haya curioseado por Amazon sabe que allรญ tambiรฉn terminamos en un lugar muy distinto de donde habรญamos empezado. Por otro lado, probablemente sean las librerรญas con un cierto sentido de comunidad y un criterio propio en la selecciรณn de libros las que mรกs sentido conserven en el futuro prรณximo, pero son tambiรฉn las que con menor facilidad podrรกn ofrecer precios competitivos que no disuadan a los lectores.
De alguna manera, la apariciรณn de las nuevas tecnologรญas es una bendiciรณn para los lectores veteranos, que pueden disfrutar de las ventajas que proporcionan las plataformas digitales, la abundancia de informaciรณn y los mejores precios disponibles. Y lo mismo, solo que con mayores ventajas, puede decirse del lector de prensa o revistas periรณdicas. Esa franja generacional ocupa el centro de un continuo en cuya parte alta se sitรบan lectores que no llegan a familiarizarse con los medios digitales y mantienen intactos sus hรกbitos de informaciรณn y lectura: desde lectores de abc a suscriptores de Cรญrculo de Lectores. Por debajo, vienen los jรณvenes, que se socializan en la cultura a travรฉs de las nuevas tecnologรญas, que forman parte de sus vidas desde el principio. De la relaciรณn que establezcan estas cohortes con el libro de papel y el digital, dependerรก en buena medida el futuro del libro. Y tambiรฉn, en gran medida, quรฉ forma adoptarรก este.
¿Seguiremos hablando del libro a secas o el libro serรก ya necesariamente un libro con prefijos y adjetivos?
Ninguna conversaciรณn sobre el futuro del libro puede dejar de un lado la cuestiรณn de su forma. O sea: quรฉ pasarรก con el libro de papel, quรฉ formato emergerรก del desarrollo tecnolรณgico, en quรฉ medida el libro del futuro seguirรก siendo reconocible como tal por los lectores tradicionales. James Warner publicรณ en McSweeney’s una sarcรกstica pieza sobre el libro del futuro y en ella describe asรญ su aspecto a la altura de 2020:
Los futuros ‘libros’ vendrรกn con banda sonora, motivos musicales, grรกficos en 3-d, y vรญdeos en streaming. Estarรกn reforzados por comentarios sociales, online dating, y alertas de aplicaciones de geo-red cada vez que alguien de tu ciudad compre el mismo libro que tรบ –lo que sea con tal de que no tengas que leer el libro en sรญ. Los autores harรกn su propio marketing, el lector serรก responsable de la distribuciรณn, la sabidurรญa de las multitudes se ocuparรก de corregir el texto, y la mano invisible del mercado llevarรก a cabo la escritura (en su caso). Los escritores responderรกn viralmente o salvajemente [by going viral or by going feral].
Por su parte, el neurolingรผista Horst Mรผller especulaba, en conversaciรณn con Die Zeit, con la posibilidad de que el libro del futuro venga equipado con sensores, una cรกmara y mรณdulos conectados a internet, de manera que un viajero serรก informado por el libro de los monumentos cercanos; incluso, sugiere, podremos hablar con los libros. Y quizรก no hace falta llegar tan lejos, pero, igual que la industria cinematogrรกfica llegรณ a creer hace unos aรฑos que el futuro serรญa el 3-d o no serรญa, puede darse la tentaciรณn editorial de pensar que el libro ha de explotar las posibilidades digitales existentes y venideras, a fin de atraer a los jรณvenes o simplemente por sucumbir a la tentaciรณn de hacer cosas en lugar de no hacer nada.
Pero ¿son estos artefactos un libro, aquello que entendemos hoy por un libro? Probablemente sรญ, si cumplen las viejas funciones del libro o las mejoran. Otra vez, es poco รบtil hablar de libros sin hacer mรกs distinciones, porque un libro de viaje sirve para algo distinto que un libro de poesรญa, un manual de macroeconomรญa o una gramรกtica alemana. Las filigranas tecnolรณgicas tienen mรกs sentido para unos que para otros. En cuanto a la diferencia entre el libro de papel y el libro electrรณnico, ya se ha mencionado antes que los aspectos sensoriales juegan un papel relevante para el lector acostumbrado al primero: el olor, el tacto, su cualidad de fetiche. Hay otros aspectos del objeto que estรกn ligados a su uso, como la mensurabilidad de su contenido, su dimensiรณn espacial, la facilidad para ir de una pรกgina a otra o subrayarlo y tomar notas. Es difรญcil saber, no obstante, si estamos apegados a esas caracterรญsticas por costumbre o por su valor intrรญnseco; si el libro electrรณnico es menos que el libro de papel y en quรฉ sentido, exactamente, lo es.
Theodor Adorno, severo como รฉl solo, lamentรณ la apariciรณn del libro de bolsillo por el efecto que producirรญa sobre el contenido del libro y su rango institucional: una devaluaciรณn simbรณlica que lo aproximarรญa a la cultura de masas y lo separarรญa de las altas esferas del saber. Desde este punto de vista, la digitalizaciรณn vendrรญa a reforzar la reproductividad tรฉcnica del libro, por citar el famoso ensayo de Walter Benjamin sobre la pรฉrdida del aura de las obras de arte en la modernidad. Singularmente, el libro de papel podrรญa ser el encargado de conservar esa aura en un futuro dominado por los libros electrรณnicos, de manera parecida a como la reapariciรณn del vinilo cumple funciones nostรกlgicas para los amantes de la mรบsica. ¡Tambiรฉn se siguen enviando postales! Nos encontrarรญamos entonces con un objeto valioso al margen de su funciรณn, valioso, por lo tanto, por razones estรฉticas antes que cognitivas. Michael Agresta se ha referido a esta posibilidad en las pรกginas de Slate: “A medida que pierde su valor tradicional como recipiente eficaz de textos, las otras cualidades del libro de papel –que van desde su rol en la historia literaria a sus inimitables posibilidades de diseรฑo, pasando por su potencial belleza material– ganarรกn en importancia.” El aura, sin embargo, serรก para quien pueda o quiera pagรกrsela; el libro digital, para los demรกs. Pero este serรก un futuro aรบn lejano, porque el mundo estรก lleno de libros de papel y semejante stock no se agotarรก maรฑana.
Al lado de todo esto, tenemos los dilemas industriales. ¿Por quรฉ tipo de libro hay que apostar, quรฉ mรกrgenes pueden conservarse, quรฉ se puede aprender del impacto digital en otras industrias culturales, como la mรบsica o el cine? Tambiรฉn aquรญ reina un vago desconcierto. Russell Grandinetti, ejecutivo de Amazon, declaraba al New Yorker que la verdadera competiciรณn no se da entre el libro de papel y el libro electrรณnico, sino entre el libro y otras actividades –ver la televisiรณn, navegar por la red, los videojuegos– que luchan por el tiempo libre de los ciudadanos. Su diagnรณstico parece certero, porque esperar que el singular estatus cultural y simbรณlico del libro ayude a preservarlo es quizรก una muestra de voluntarismo que no va a ninguna parte. Y eso, por no mencionar una cultura de la gratuidad, especialmente viva en nuestro paรญs, que dificulta no poco las cosas.
La imposibilidad de una conclusiรณn
Mรกs que un futuro discernible, el libro parece tener muchos futuros posibles, sin que pueda descartarse en absoluto que su porvenir termine siendo una combinaciรณn de las distintas posibilidades contenidas en el presente. Hay aspectos del mismo que pueden anticiparse con cierta seguridad: los libros electrรณnicos ganarรกn lectores, los libros acadรฉmicos y profesionales serรกn electrรณnicos, el libro de papel tardarรก mucho en desaparecer y quizรก nunca lo haga. Pero hay otros muchos que no pueden anticiparse, porque es pronto para ello y el comportamiento de los jรณvenes socializados directamente en las nuevas tecnologรญas sigue siendo un misterio.
A decir verdad, la supervivencia del libro en un contexto crecientemente tecnologizado tiene ya algo de incongruente; pero eso, bien mirado, dice mucho sobre su utilidad. Tambiรฉn, si se quiere, sobre su capacidad de seducciรณn: el mundo literario y cultural que gira en torno a los libros sigue gozando de atractivo; siempre habrรก minorรญas fascinadas por Nabokov y los cafรฉs literarios. Es quizรก una lรกstima que esas minorรญas no se conviertan en mayorรญas, pero el sueรฑo ilustrado del refinamiento social avanza a una velocidad bien discreta. Y la propia pluralidad de las sociedades liberales contiene una pluralidad de fascinaciones: de los existencialistas a la filatelia, pasando por el senderismo y el bricolaje. Se dirรญa que el libro seguirรก ocupando un cierto lugar en esa amplia oferta, bien como instrumento auxiliar, bien como fin en sรญ mismo, ya sea en forma tradicional o electrรณnica.
En cambio, el libro sรญ parece condenado a perder parte de su protagonismo en los debates pรบblicos, sin que nunca lo haya tenido garantizado. Hay libros que han marcado una รฉpoca, porque las ideas que contienen han renovado la conversaciรณn pรบblica directa o indirectamente: el fin de la historia de Fukuyama, el choque de civilizaciones de Huntington, la tabla rasa de Pinker. El libro sigue siendo el formato mรกs adecuado para el desarrollo cuidadoso de argumentos y para su recepciรณn lectora. Pero este es otro asunto de minorรญas, de aquellas que producen los libros y los leen, correspondiendo a los medios de comunicaciรณn la amplificaciรณn posterior de sus tesis. Es previsible que los libros sean, en cada vez mayor medida, un medio de comunicaciรณn mรกs en una sociedad caracterizada por la sobreabundancia de medios y formas y prรกcticas comunicativas.
Es difรญcil dar mรกs detalles sobre el futuro, sin incurrir en la fantasรญa o el dogmatismo. Cuando del porvenir del libro se trata, entran en conflicto dos fuerzas: la tentaciรณn del pesimismo y el consuelo del optimismo. Es posible que avancemos hacia otra sociedad, con sus propios estรกndares, ni mejor ni peor que la que tenemos, y que el papel del libro en esa sociedad sea marginal o inexistente. Pero tambiรฉn es posible, hasta probable, que esa sociedad venidera no sea tan distinta como nuestros hรกbitos imaginativos gustan de representarla, y en ella el libro, sea cual sea su soporte tecnolรณgico, conserve un cierto papel y una cierta importancia. Es imposible saberlo. El futuro del libro estรก en el futuro. ~
(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).