Los titiriteros y la libertad de expresión

El pasado 5 de febrero, la compañía teatral anarquista Títeres desde abajo representó en el barrio madrileño de Tetuán una obra que les llevó a la cárcel. 
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El pasado 5 de febrero, la compañía teatral anarquista Títeres desde abajo representó en el barrio madrileño de Tetuán una obra que les llevó a la cárcel. En ella se enarbolaba un cartel que decía “Gora Alka-ETA” y se producían violaciones, un ahorcamiento de un juez y el apuñalamiento de un policía. En el público había decenas de niños. Tras una denuncia, dos de los miembros de la compañía fueron detenidos. A la espera del juicio, permanecen en prisión sin posibilidad de fianza. El juez los acusa de enaltecimiento del terrorismo y considera que no solo se realizó apología de ETA sino también de Al Qaeda. El auto no alude en ningún momento al perjuicio que pudiera provocar a los niños, y se centra exclusivamente en la pancarta.

Muchos se han quejado de que obispos y fascistas han sido igual de ofensivos en otras ocasiones sin sufrir consecuencias penales. Pero este caso se analiza mejor sin comparaciones. No es necesario buscar una acción ofensiva de un franquista que quedó impune para defender a los titiriteros. La intención es denunciar una incoherencia, pero se puede leer de otra forma mucho peor: hay gente, como un obispo machista, que sí debería ir a la cárcel por expresar sus ideas. Si un bocazas de izquierdas debe tener el derecho a decir sus bobadas en libertad también lo debería tener Salvador Sostres. Defender la libertad de expresión implica defender también a gente desagradable. En 1977, el abogado judío Burton Joseph representó a la American Civil Liberties Union en el caso de los nazis de Skokie, en Illinois (EEUU): defendió la libertad del partido nazi estadounidense de realizar una manifestación en una población mayoritariamente judía. En ella vivían incluso supervivientes del Holocausto, que denunciaron que la intención de los nazis era crearles daño emocional. La defensa alegó que su intención no estaba clara, y que adivinar intenciones subjetivas siempre es algo peligroso y puede dar lugar a situaciones en las que alguien considera la intención de otro ofensiva simplemente por ser contraria a su opinión.

El enaltecimiento y la apología del terrorismo es una categoría muy ambigua y arbitraria. También la humillación de las víctimas. Hablar de ofensas sin ser el ofendido siempre implica meterse en la cabeza de las víctimas, hablar por ellas. Si el potencial ofendido no se queja, quizá denunciar ofensas es demasiado especulativo. Una potencial ofendida por las bromas sobre el terrorismo es Irene Villa. Pero no pareció molesta por los chistes de Guillermo Zapata e incluso los defendió. Se suele generalizar el duelo privado de las víctimas y homogeneizarlas. A veces, se eleva su estatus moral y se convierten en héroes. Ha ocurrido con el drama de los refugiados: no son todos personas maravillosas y entre ellos había gente infame que ha participado en los abusos sexuales de Colonia. Como escribe Zizek, “tendemos a olvidar que no hay nada redentor en el sufrimiento: ser una víctima en lo más ínfimo de la escala social no convierte a nadie en una especie de voz privilegiada de la moralidad y la justicia”.

Muchas veces ideas ya acabadas, marginadas socialmente y tan deplorables que se anulan por sí mismas ganan notoriedad y legitimidad al ser perseguidas judicialmente. El repudio social es suficiente en la mayoría de los casos para mantenerlas marginadas. Los padres que presenciaron la obra de los titiriteros tardaron poco en censurarla. La decisión de colocar una pancarta en la que pone “Gora Alka-ETA” en una función para niños es una insensatez desproporcionada, y la excusa de que nadie avisó a la compañía de que el público serían niños es ridícula. Solo era necesario descorrer el telón y observar la gente de la plaza. Pero lo más grave que cometieron los titiriteros fue ser profundamente imbéciles. Tras su encarcelamiento y el circo mediático, ya no son solo imbéciles sino imbéciles con un altavoz y la dudosa condición de víctimas. 

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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