Es curioso que el país no se haya convulsionado ante los resultados del Censo de Escuelas, Maestros y Alumnos de Educación Básica y Especial (CEMABE) que –ya era hora– el gobierno ordenó emprender al INEGI. De acuerdo con ese censo hay 39 mil 222 conciudadanos que cobran en escuelas pero que –como dijo el secretario Chuayffet, supongo con estupor– “nadie sabe quiénes son” ni cuánto tiempo llevan mamando tras su nutritivo anonimato.
A eso hay que agregar otro resultado: hay 30 mil 695 conciudadanos que cobran del erario pero trabajan de tiempo completo para sus sindicatos (el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación o su adversaria, la Coordinadora no menos nacional y no menos trabajadora y no menos educativa). Estos “comisionados” sí se sabe quiénes son, y también se sabrá desde cuándo cobran, mas no por trabajar para lo que se les contrató sino para sus propios intereses y los de sus sindicatos.
Bueno, entre los que “nadie sabe quiénes son” pero cobran, y los “comisionados” que sí se sabe quiénes son, ya vamos en 69 mil 917 conciudadanos a quienes hizo justicia la revolución a costa de aquellos a quienes la revolución no les hace justicia porque pues no se le da la gana.
Y no acaba ahí la cosa: el Censo también señala a 114 mil 998 conciudadanos que a pesar de estar jubilados, retirados o francamente difuntos, continúan cobrando como maestros en activo por medio de amigos o parientes astutos. Esto de que haya maestros difuntos en activo es pasmoso: implica que los sindicatos mexicanos ya cotizan en el más allá, cuentan con miles de fantasmas, undeads, zombis o ectoplasmas que firman de recibido en el empíreo y en cualquier momento emplazan a una huelga metafísica.
Ahora bien, a los “nadie sabe quiénes son”, a los “comisionados” que sí se sabe quiénes son y a los compañeros difuntitos, hay que sumar a sus equivalentes en los estados de Chiapas, Oaxaca y Michoacán cuyas secciones se negaron a ser censadas pues rechazan la reforma educativa. No se sabe cuántos son, pero no serán pocos, ya que en esos estados radican el 8.1% de los maestros del país. Si el porcentaje de maestros invisibles por equis causa de esas entidades equivale al de los otros estados, las cifras aumentarían proporcionalmente.
Bueno, aún sin considerar a las entidades anticenso, si contamos a los enumerados arriba llegamos a la cifra de 184 mil 915 conciudadanos. Son muchos. La prensa y los analistas ya han calculado que si a los muy vivos y a los (relativamente) difuntos se les paga un promedio de 10 mil pesos por cabeza (o por calaca), el erario eroga mil 849 millones de pesos al mes en sus salarios. Unos 24 mil millones de pesos anuales presupuestados para educar niños y que servirán para otras cosas y causas, pero para educar niños no. Es mucho dinero.
Y dinero que debería servir para cosas urgentes. Por ejemplo para enmendar otras situaciones que reveló el Censo: el 48.8% de las escuelas públicas carecen de drenaje; el 31% no tiene agua entubada; el 11.2% no tiene energía eléctrica y el 12.8% no tiene baños. Y debería servir, también, para pagarle mejos a los maestros buenos y dedicados, que los hay.
“Nadie sabe quiénes son”… Bueno, casi nadie. Los casi 40 mil que cobran sin trabajar bien que saben quiénes son. Cada quincena, desde nadie sabe cuándo, se embolsan dinero mal habido. Y cada quincena se embolsan la certeza de su reiterada impunidad. Y la comprobación de que la trampa recompensa más que el servicio. Y la convicción de que quienes pagamos impuestos para sostenerlos somos seres inferiores. Y la ufanía de que su mentira es un logro justificado, si no es que merecido. Y la seguridad de que son intocables.
¿Lo son? Por lo pronto ya hay gato, ya hay ratones y, gracias a ese Censo, ahora ya hay cascabel…
(Publicado previamente en El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.