En 1995 el filรณsofo Luis Villoro publicรณ un inquietante libro que vale la pena rescatar y leer si queremos entender el papel de los intelectuales: En Mรฉxico entre libros: Pensadores del siglo XX (FCE). En medio del fragor que nos inunda, las ideas de Luis Villoro nos reaniman y nos recuerdan que en Mรฉxico no sรณlo es posible creer, saber y conocer -como reza el tรญtulo de su libro de รฉtica, publicado en 1982-, sino que ademรกs es posible pensar. Quiero decir que el pensamiento de Villoro nos conduce a una crรญtica de las creencias anquilosadas, de las sabidurรญas marchitas y de los conocimientos automatizados, que en Mรฉxico escenifican una estruendosa crisis moral. Villoro, en su libro, no se deja ensordecer y nos lleva con sigilo por los senderos de un pensamiento que utiliza su fuerza รฉtica para comprender y descifrar los estertores de una cultura nacional que llegaba al fin de su siglo. Y que llegaba al final sin haber conocido la democracia polรญtica, que nunca fue invitada a la alcoba de nuestra historia moderna.
El vuelo de Villoro es amable y sereno, pero no por ello deja de ver las amarguras que corroen a la cultura mexicana. Con gran admiraciรณn observa el pensamiento de Emilio Uranga, que se consumiรณ en la llamarada de su propia inteligencia. Es condescendiente con el filรณsofo Antonio Caso, que encerrรณ a Husserl y a la fenomenologรญa en la cรกrcel de una mala lectura. Observa intrigado la cirugรญa indigenista de Manuel Gamio, quien quiso practicar una cesรกrea en la naciรณn, aunque el resultado fue un aborto. Ante la plancha del Villoro anatomista hacen cola para una disecciรณn los historiadores sin discรญpulos, como Josรฉ Gaos y Justino Fernรกndez; los nรกufragos del socialismo, como Adolfo Sรกnchez Vรกzquez y el que esto escribe; un priรญsta como Enrique Gonzรกlez Pedrero, que escarba con angustia el basurero de la historia mexicana; un filรณsofo, Alejandro Rossi, que en un descuido se refugiรณ en la literatura, y otro, Leรณn Olivรฉ, que se fue a vivir como esenio a una comunidad epistรฉmica del desierto. A otros, pienso en Leopoldo Zea, Octavio Paz y Antonio Alatorre, el vendaval de la historia universal les derribรณ el castillo de una filosofรญa autรณctona o les maltratรณ el logogrifo barroco en el que buscaban refugio.
Por supuesto, estoy exagerando. Pero lo hago para poder ir mรกs directamente al grano, a riesgo de ser injusto tanto con las sutilezas de Villoro como con los autores que trata en su libro, pues la imagen que nos deja de la cultura mexicana no sรณlo contiene amarguras y estertores. Pero me parece interesante amplificar ciertas tensiones con el fin de reflexionar sobre las formas en que la cultura mexicana se enlazaba con la crisis de nuestro Estado nacional, atenazado por los dolores del parto de una democracia que se resistรญa a ver la luz. En esta relaciรณn entre la cultura y la polรญtica hay un aspecto que es importante destacar: los actores de esta relaciรณn, los intelectuales, sufren una tensiรณn existencial y moral que tiende a aumentar en momentos de transiciรณn y crisis.
La sociedad moderna tiende a profesionalizar al intelectual, a convertirlo en un sacerdote a sueldo del Estado o en un pastor de las almas descarriadas; con ello contribuye, paradรณjicamente, a su desintelectualizaciรณn, lo cual, como es comprensible, aumenta su angustia. Y esta angustia se acrecienta aรบn mรกs cuando el poder polรญtico instituido modifica el sentido de los tres verbos que mencionรฉ al comienzo -creer, saber, conocer-, para canalizar la acciรณn intelectual hacia territorios de mรกs fรกcil manipulaciรณn. El creer se convierte en un profesar; saber se revela como un acumular; conocer acaba siendo un anotar. Al poder polรญtico le incomoda tratar con intelectuales pensantes, gente inquieta e inestable, que siempre estรก ensayando o probando. Es mejor y mรกs seguro tratar con profesionales establecidos, con sabedores profesorales y con notarios competentes; es decir, con gente confiable que profesa y no cree, que archiva y no sabe, que anota y no comprende.
El pensamiento brillante de Luis Villoro nos ha enseรฑado desde hace decenios a sortear estos peligrosos escollos. En este sentido, Villoro nos ha enseรฑado a navegar por las aguas turbulentas de la cultura mexicana como nadie lo habรญa hecho antes con su gran destreza y perspicacia. No quiero de ninguna manera despreciar los espacios religiosos y acadรฉmicos profesionales y profesorales; quiero, eso sรญ, seรฑalar que se trata de territorios en los que se manifiesta la angustia cultural de una forma acentuada, porque allรญ se entrecruzan permanentemente los flujos del poder con los de la inteligencia.
Debido a que pertenecemos a este espacio, me parece fructรญfero -aunque irritante- abordarlo crรญticamente desde una perspectiva irรณnica. Asรญ pues, me parece pertinente traer aquรญ una reflexiรณn de Kierkegaard, cuyo pensamiento es uno de los cรณdigos existenciales ocultos mediante el cual personas de mi generaciรณn se pueden comunicar con Luis Villoro, que pertenece a la generaciรณn anterior. Kierkegaard sintiรณ agudamente la atracciรณn del espacio profesional teolรณgico, que fue el medio en el que creciรณ como estudiante. Pero rechazรณ tanto la profesiรณn pastoral como la acadรฉmica, motivo por el cual siempre le incomodaron los pastores y los profesores. En una obvia parรกfrasis de Montaigne y del evangelio segรบn san Mateo, Kierkegaard dijo que los canรญbales entrarรญan al reino de los cielos antes que los pastores y los profesores; en otra parte de su Diario asegurรณ que, si no existiera el infierno, serรญa preciso crear uno especial para los docentes. Estoy tentado a pensar que el infierno mexicano fue creado para castigar a los intelectuales.
Demos un vistazo a este infierno, a travรฉs de las pรกginas del libro de Villoro. Villoro dice que Antonio Caso se movรญa en los limites estrechos de graves deficiencias de informaciรณn debido “al aislamiento del medio mexicano de la รฉpoca respecto de todo pensamiento que no pasarรก por Parรญs o por Madrid” (p. 41). Ese es nuestro infierno: el del atraso, el subdesarrollo, la dependencia y la falta de autonomรญa. De allรญ que surgiesen fuerzas culturales que tratasen de impulsar una acumulaciรณn intelectual propia, que sustituyese las importaciones, protegida por un mercado ideolรณgico interno acotado por los gobiernos emanados de la revoluciรณn mexicana. En otro extremo, surgieron expresiones que aseguraban que Mรฉxico albergaba desde tiempos ancestrales riquezas y recursos espirituales inagotables que era preciso rescatar, refinar y exportar a las metrรณpolis para demostrar que treinta siglos de historia no habรญan pasado en vano. Todavรญa hoy encontramos restos de estas corrientes economicistas y fundamentalistas, que al menos en un punto confluyen: en su profesiรณn de fe esencialista. La tragedia del indigenismo de Gamio radica precisamente en la contradicciรณn que se esconde en el credo esencialista: la cultura india, alimento esencial, debรญa ser devorada y digerida por la modernidad. Como dice Villoro, intentaba “contribuir a la liberaciรณn del otro interviniendo en su libertad” (p. 75). Si hay una esencia cultural propia, รบnica y especรญficamente mexicana, la relaciรณn de los intelectuales con esa mina es inevitablemente la del explotador de riquezas naturales. Y la discusiรณn se centra en los procedimientos para extraer, procesar y distribuir la riqueza esencial, que puede ser considerada como una recurso natural renovable o no renovable. Estas ideas adoptaron la expresiรณn tecnocrรกtica que quedรณ plasmada en los muy discutidos libros de texto de historia oficial que editรณ el gobierno salinista. Allรญ los mestizos fueron convertidos en sรญmbolos de esa sustancia esencial que es, supuestamente, la identidad nacional. Este mito nacionalista -racista y excluyente- ha ocultado la gran diversidad รฉtnica de Mรฉxico. El libro oficial de historia de Mรฉxico al que me refiero termina con una exaltaciรณn nacionalista digna de la modernidad decimonรณnica que todavรญa nos oprime: “La historia humana estรก llena de naciones desintegradas y de pueblos que no tuvieron la fortuna de volverse naciones” (Mi libro de Historia de Mรฉxico, Cuarto grado, Secretarรญa de Educaciรณn Pรบblica, primera ediciรณn, 1992, p. 78). Asรญ, los niรฑos pueden comprender que Mรฉxico se escapรณ, gracias a no se sabe quรฉ hados benรฉvolos, de caer en el basurero de los pueblos desdichados carentes de personalidad y riqueza histรณrica. ยฟNo es esta una desastrosa invitaciรณn para que los niรฑos mexicanos sigan extrayendo de las insondables minas de la identidad los recursos mรญticos que los harรกn soportar la miseria con dignidad?
Luis Villoro nos enseรฑa a no caer en estas trampas y a escapar del infernal cรญrculo hermenรฉutico. Pero no nos invita a olvidarnos de nuestros problemas histรณricos y sociales para preservar la “pureza” de la labor filosรณfica e intelectual (p. 115). Por el contrario, nos llama a ser conscientes de nuestro tiempo, a gozar y sufrir una existencia preรฑada de intencionalidad. Le interesa especialmente la relaciรณn del intelectual con la historia de Mรฉxico; destaca el descubrimiento que hace Octavio Paz de la “figura del mundo” en la que viviรณ encerrada Sor Juana Inรฉs de la Cruz; cuando ella intenta saltar sobre su configuraciรณn del mundo, dice Villoro, sucumbe y “su fracaso es signo de un orden social sin porvenir, sin salida” (p. 145). En otro contexto totalmente diferente, un personaje como Lรณpez de Santa Anna, visto a travรฉs de la brillante disecciรณn que de รฉl hace Enrique Gonzรกlez Pedrero, se encuentra atrapado en su mundo; pero ese mundo, nos dice Villoro, es una mascarada, una farsa en la que el actor mรกs osado es el farsante mayor (p. 189).
Estas reflexiones de Villoro nos llevan a un problema angustioso: ยฟsi penetramos en las configuraciones histรณricas no quedaremos atrapados tambiรฉn en el infierno que quiso para nosotros Kierkegaard? Yo creo saber que Luis Villoro conoce bien este peligro. Y sin embargo nos invita a acompaรฑarlo, a pensar en Mรฉxico, a viajar por su historia y a buscar en nuestro oscuro infierno presente alguna luz que nos guรญe en nuestra escapatoria. Es importante seguirlo en su viaje, pues como dijo Kierkegaard, “siempre es necesaria una luz para distinguir otra luz”.
Es doctor en sociologรญa por La Sorbona y se formรณ en Mรฉxico como etnรณlogo en la Escuela Nacional de Antropologรญa e Historia.