Migajas literarias

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“El talento de un hombre se adivina por la manera de llevar el bastón”, asegura Balzac.

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     Al igual que todos los de mi generación, de joven me emocioné con Cesare Pavese, tanto como me fasciné con Antonioni, que en cine, en más de un sentido, rima con él. El Diario de Pavese lo leí entero una vez y lo he espulgado miles de veces. Me inquieta, no logro abarcarlo, siento que siempre me falta algo por captar, por entender. Me gustaría poder formular sobre él una de esas sentencias que lo comprenden todo en una sola iluminación lapidaria. Pero no lo consigo. Consideren: un día igual a cualquier otro, Pavese sale de su casa con una maleta, pero en vez de dirigirse a la estación, se dirige hacia el Hotel Roma en la misma ciudad. Se hospeda en un cuarto del tercer piso, con teléfono. Llama a varias mujeres, las invita a comer. Ninguna puede aceptar, y la última, una muchacha joven, se muestra grosera: “No voy, me aburres”, le dice. En la tarde del día siguiente, en vista de que no ha salido del cuarto y no responde a los llamados, se deciden a abrir. Del cuarto cerrado sale un gato, Pavese yace muerto sobre la cama, vestido, pero sin zapatos.
     Cosa singular: en su novela corta Entre mujeres solas (envidiable título, como casi todos los suyos) Pavese describió la escena del suicidio, incluido el detalle del gato. “No sabía por qué había entrado esa mañana al hotel”, dice Pavese en la novela, y luego da pormenores inquietantes e inesperados: “desde hacía tiempo la noche le horrorizaba, la idea de haber terminado otro día, de estar sola con su disgusto, de esperar la mañana tendida en la cama, se le hacía insoportable.”
     De esta manera, en Pavese vida y ficción extrañamente se entremezclan.
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     En su tratado de Política, cuatro siglos antes de Cristo, Aristóteles formula in nuce el diagnóstico de lo que ha venido a suceder en México. He aquí lo que dice en palabras del gran helenista Léon Robin: “La población [en la ciudad Estado] debe mantenerse casi constante, al menos la formada por personas libres, y en relación con la extensión del territorio y con las disponibilidades de subsistencias. De no ser así, se generalizarían la pobreza y las tendencias subversivas que ella engendra; se destruiría la cohesión interna hasta hacer imposible la acción de la ley; y el Estado, finalmente, sería incapaz de bastarse a sí mismo.”

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     Cuatro eminencias de la ciencia tenemos que agradecer al cine, los doctores Frankestein, Mabuse, Caligari y Moreau, cuatro investigadores audaces, incomprendidos, tal vez colapsados en la locura, culpables de haber llevado la ciencia más allá de la moral para caer en el amplio terreno de la sociopatología y el crimen. Aunque un mismo anhelo transformador enlaza a los cuatro científicos, son muy diferentes entre sí: Frankestein es romántico; Mabuse, sociológico; Moreau, antropológico, y Caligari, expresionista. Pero el cuarteto queda englobado en el estante de ciencia sin sabiduría, y desde luego están muy lejos de ser lo mismo, o de las extralimitaciones de la razón. El famoso Capricho de Goya El sueño de la razón produce monstruos, que viene a la memoria con esto, no debe interpretarse como “lo que la razón sueña crea monstruos”, porque Goya, que era un ilustrado, un afrancesado, no habría dicho jamás una cosa así, sino, más sencillamente como “cuando la razón se queda dormida, aparecen los monstruos”.
     ¿Por que será que estos mosqueteros de la vanidad científica sin límites son tan simpáticos, estimulantes y divertidos? –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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