Mariana Callejas, la literatura nazi en América

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Sebastián Urrutia Lacroix (el desgraciado Sebastián Urrutia Lacroix, que pronostica una tormenta de mierda) nunca existió, pero su historia es verdadera. La cuenta Roberto Bolaño en Nocturno de Chile, una novela en la que todo es lo que parece y también su contrario; también la historia de María Canales (Mariana Callejas), la escritora que organizaba talleres literarios en su casa mientras su marido, un estadounidense de nombre James Thompson (Michael Townley), torturaba y asesinaba a prisioneros políticos en los pisos inferiores de la vivienda. La historia (digámoslo una vez más) es verdadera, y había sido contada previamente por Pedro Lemebel en su crónica “Las orquídeas negras de Mariana Callejas”. Quizá Bolaño la conociese de allí (en su artículo “El pasillo sin salida aparente” admitió haber leído el libro de Lemebel en el que fue publicada la crónica y la glosó), pero aparece también en otro texto, ya prácticamente inhallable. En Siembra vientos, las “memorias” publicadas en 1995 (es decir, tres años antes que la crónica de Lemebel y cinco antes que la novela de Bolaño), Callejas ofrece su versión de las circunstancias que la llevaron a ser reclutada por la DINA, la policía secreta de la dictadura pinochetista, y cómo acabó viéndose involucrada en el asesinato del político chileno Orlando Letelier, pero su relato (inevitablemente exculpatorio) es parcial: cuando dice que se unió a Patria y Libertad, un grupo paramilitar de ideología fascista que cometió asesinatos y sabotajes durante el gobierno de Salvador Allende, y más tarde a la DINA por su interés por las “grandes Causas” [sic], Callejas omite mencionar, sin embargo, que su “gran causa” no fue “la patria” sino la literatura: es decir, el deseo de acceder a la influencia necesaria para ser reconocida como una escritora importante.

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Sembrando vientos fue publicado por unas “Ediciones ChileAmérica cesoc” que podrían creerse la fantasía de un autor que se publica a sí mismo de no ser porque una simple búsqueda permite acceder a una página web (www.cesoc.cl/nuestra-historia) en la que se informa que la editorial existe y que fue fundada por “un grupo de chilenos en el exilio” con la finalidad de ofrecer una resistencia cultural al régimen de Augusto Pinochet. Que las memorias de una colaboradora de la dictadura aparezcan en una editorial concebida para su denuncia y su superación parece una de las tantas contradicciones de la historia chilena reciente; que lo hagan en un sello creado, entre otros, por Bernardo Leighton, al que Callejas contribuyó de manera directa o indirecta a eliminar, parece un chiste cruel, pero no lo es. Quizá Bolaño fuese consciente del humorismo oculto en esta tragedia: en su novela, las motivaciones de los personajes se mueven en la escasa distancia que separa el patriotismo y la pedantería de la pobreza intelectual. Antes de publicar sus memorias, Callejas había ganado en 1975 el concurso del diario El Mercurio con un cuento que Urrutia Lacroix califica de “indigno incluso de recibir un premio en Bolivia” (lo cual, por supuesto, es mucho decir). Aquel relato y otros fueron publicados en 1981 en un libro titulado Larga noche cuyo carácter autobiográfico solo resultó evidente cuando se supo lo que sucedía en los pisos inferiores las noches en que Enrique Lafourcade, Mariana Callejas y unos jóvenes Gonzalo Contreras y Carlos Franz celebraban sus tertulias en la casa. En uno de los cuentos de Larga noche un asesino es disculpado por la narradora cuando esta descubre que el asesino lee a Walt Whitman; en otro se describen las torturas a un detenido; en uno (finalmente) un personaje pone una bomba debajo de un coche.

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Callejas publicó una novela en 1983, pero (afirma) “extrañamente, con la llegada de la democracia, mi prometedora carrera literaria llegó a su fin”. No parece haber muchas razones para creer que hubiese podido ser una escritora, sin embargo: sus “memorias” se caracterizan por la incapacidad de su autora para comprender el uso consuetudinario de los signos de puntuación, que coloca generalmente allí donde no corresponde, y su estilo es una catástrofe: los ojos reflejan “la esperanza”, el general sonríe “dulcemente”, alguien posee un “rostro inocente y hermoso [que] se habría visto muy bien en una portada de revista de modas”, los niños son “preciosos”, un mantel es “lindo”, a alguien lo caracterizan “sus habanos y sus camisas de seda Pierre Cardin”, Michael Townley es “terriblemente apuesto, dulce y romántico”, “todos los acontecimientos” de la vida pasan por la mente en una “larga noche”. “¿En qué momento subimos a la montaña rusa de la cual no hay escapatoria hasta el golpe final?”, se pregunta Callejas. En la “hora de desgracia” de su marido decide estar a su lado “contra viento y marea” y le pide: “Ven conmigo al último lugar donde te buscarían, tu propia casa.”

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Después de la publicación de Nocturno de Chile, Mariana Callejas dio algunas entrevistas en las que sostuvo que no se arrepentía de nada. El escritor chileno Carlos Iturra le dedicó el cuento “Caída en desgracia” y Nona Fernández estrenó en 2012 una obra teatral acerca de sus veladas literarias que tituló El taller. Leyó la novela de Bolaño en la cárcel y se preguntó por qué su autor “me tenía tan mala a mí. Yo no he terminado triste ni pienso terminar triste. Así que no tenía ningún derecho a ponerme como a una pobre, triste y solitaria vieja”, dijo, y agregó: “Escribe bien Bolaño, escribía bien, pero nada que ver conmigo.”

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Mariana Callejas no se arrepiente de los asesinatos y torturas a los que contribuyó sino del hecho de que el conocimiento de los mismos haya truncado su carrera como escritora, en la que sigue creyendo. “Es que es tan triste escribir y que una encuentre que lo hizo bien y trate de publicarlo y no te lo publica nadie. Y por razones ajenas a la literatura”, lamenta. El desgraciado Sebastián Urrutia Lacroix (que conoce a Pablo Neruda, que conoce el miedo y el odio encarnados en dos sujetos que lo contratan para que recorra Europa, que conoce a Augusto Pinochet y le da clases de marxismo, que se convierte en crítico literario, que es sacerdote y escribe poemas que no publica) acaba comprendiendo en Nocturno de Chile que los grandes crímenes son cometidos por personas insignificantes y que a menudo sirven a la reivindicación de un talento inexistente. A diferencia de Ernst Jünger, de Louis-Ferdinand Céline, de Jorge Luis Borges (cuyas convicciones políticas son ajenas a su literatura y no la desvirtúan), Mariana Callejas intervino en política para ser una escritora: se quedó en la política, y en el crimen, sin embargo, y esta tragedia personal le costó la vida a cientos de personas. “Así se hace la literatura”, dice Bolaño. “No solo en Chile, también en Argentina y en México, en Guatemala y en Uruguay, y en España y en Francia y en Alemania y en la verde Inglaterra y en la alegre Italia. Así se hace la literatura. O lo que nosotros, para no caer en el vertedero, llamamos literatura.” En su afirmación hay una constatación y algo parecido a una advertencia. ~

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Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.


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