Dos o tres veces al año la noticia circula amplia o modestamente en los periódicos –depende de la coyuntura, como dicen:
14 de abril de 2016. La Jornada de Oriente:
“Academia Mexicana de la Lengua pide que el español sea el idioma oficial de México”
28 de marzo de 2016. El Universal:
“El presidente de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), el poeta Jaime Labastida Ochoa, hizo un llamado al Estado Mexicano para que el español sea de manera oficial la lengua de México”
12 de abril de 2015. Secretaría de Cultura. Comunicado No. 585/2015:
“Jaime Labastida consideró como uno de los retos establecer el español como idioma oficial de México”
11 de septiembre de 2015. Excélsior:
“México no tiene idioma oficial. Estamos luchando porque el español sea éste. Ya tenemos redactada una iniciativa de ley para presentarla al Congreso de la Unión. Veremos si la entregamos a esta nueva legislatura”
Podría seguir, pero me parece que los ejemplos bastan para suponer que la intención de convertir el español en lengua oficial mexicana intenta competir con los falsos avisos de la muerte de Chabelo, que aparecen también más o menos dos o tres veces al año casi con el mismo nivel de credulidad, hartazgo o indignación de parte del público.
Pero Chabelo y la AML tienen, o tenían, algo más en común: el financiamiento. Puesto que uno de los argumentos consiste en asegurar que “es importante que la AML promueva la protección y desarrollo de la lengua española como un activo económico en México”, quizá sea importante preguntarnos de dónde sale el dinero para que los miembros de la esta corporación dediquen su tiempo a promover el español como lengua oficial en México. La respuesta nadie la está escondiendo (está en su página web): en parte, la AML se sostiene gracias al apoyo de la Fundación Pro-Academia Mexicana de la Lengua que forma parte del Grupo Pegaso, empresa de telecomunicaciones de la familia Azcárraga.
Tampoco es un secreto el impulso conservador de las academias de la lengua, por lo que resulta solo natural que parte de la misión del Grupo Pegaso se enfoque en el mantenimiento de “nuestros valores, en congruencia con los preceptos que nos dieron origen: México, la familia y el idioma español”, según dice su página, en la que se hace mención de todas las empresas tecnológicas, culturales y deportivas sobre las que el Grupo tiene influencia o directamente posee, que van desde la Fundación Pro-Academia hasta el Club de fútbol Atlante.
Se ve que les gustan las causas perdidas.
Luego de esta larga digresión, lo que intento decir es que leo este impulso oficialista como una estrategia para darle presencia a la AML en los medios, para posicionarla en el debate público, como dicen. Es decir, que no me tomo en serio, porque no hay manera de tomarse en serio, una propuesta que va en contra de la ley y que pretende borrar el estatus de lengua nacional de las 68 lenguas indígenas que se hablan en el país y que, por ley, tienen el mismo peso legal que el español.
Ya lo sé. El argumento legal no es suficiente: en nombre de la ley se han cometido muchos de los peores crímenes en la historia reciente de la humanidad. Probemos otro argumento: no me la tomo en serio porque no hay manera de que una propuesta así fuera aprobada por los legisladores.
Ya lo sé. Eso tampoco es cierto. Recordemos que la semana pasada hablé de cómo los magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hablaban del orgullo que, “a pesar de los catalanes”, debemos sentir por nuestro idioma el español. Y si ellos, la gente que decide elecciones, piensa así, ¿qué impide que los legisladores no compartan esa opinión, o que la imiten o que de pura pereza digan que sí?
Otro argumento: es absurdo porque la gente culta y letrada de la AML no podría dejar pasar el hecho de que su propuesta, o su idea de propuesta, da cuenta de una actitud neocolonial que atenta contra el derecho de los hablantes de 364 variantes lingüísticas que, por otro lado, están en peligro de extinción. Y sin embargo…
Otros: porque es completamente inútil; porque la corona española no nos va a querer más (bueno, quién sabe); porque no nos interesa que los reyes nos quieran; porque es 2016, no 1492; porque Chabelo no ha muerto, etcétera.
Yo sigo creyendo que es publicidad, autopromoción. Igual que Porfirio Muñoz Ledo hablando en la radio sobre la reforma política, o que Alejandra Guzmán superando una vez más el momento más difícil de su carrera como cantante.
Mientras tanto, aquí hay un proyecto llamado “68 voces”, una serie de animaciones de cuentos populares narrados en lenguas indígenas que demuestra lo que ya sabemos: que una lengua es una visión del mundo, solo una.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.