Monólogo del metronauta

Soy metronauta y viajo mucho de acá para allá y de allá para acá, así otra vez y otra y otra, este es como quien dice mi lujo, mis vacaciones de pobre.
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Yo, amigo, soy Heliodoro Martínez Crespo, servidor, soltero, solitario, exoficinista gubernamental, jubilado, pensionado del ISSSTE, y duermo en un cuartito de azotea de la calle Donceles del Centro Histórico y mi vida es sencilla y humilde, vivo como Dios me permite, pobre pero honrado, y, déjeme decirle, lo peor no es la pobreza sino la monotonía, por eso, digamos, lucho contra el aburrimiento haciendo turismo, no se sorprenda, ya veo: está usted preguntándose a cuál triste clase de turista pertenezco yo, tan pobremente vestido, pero pues sí, soy turista, no en plan internacional y ni siquiera en plan nacional, ni conozco Acapulco ni Cancún ni sé de ninguna playa con mar azul como ojos de gringa y palmeras borrachas de sol o de luna o, en fin, cualquier lujoso paraíso como ésos, pero no me quejo, tengo mi modo de hacer turismo, soy metronauta y viajo mucho de acá para allá y de allá para acá, así otra vez y otra y otra, este es como quien dice mi lujo, mis vacaciones de pobre, en las cuales empleo unas, calculo, dieciséis horas de cada día en cualquier vagón del metro, a lo largo y lo ancho y lo profundo de toda la red del transporte público subterráneo, ¿comprende?, y a veces voy apretujado y otras con harto espacio alrededor y hasta puedo ir tendido en dos asientos nomás mirando como si dijéramos el paisaje por las ventanillas, o las muchachas de los carteles en los muros de los andenes, y no me sale caro, es sólo cada día los dos pesos y ahora tres del boleto y me da para todos los viajes y de una estación en otra, de una línea en otra, de un convoy en otro y un andén en otro y vuelta a empezar, salvo dos ligeras paradas al día en la estación Hidalgo para echarme una torta y un refresco, con eso me conformo y hasta lo disfruto, porque esta otra ciudad de México, la de bajo tierra, la metrópolis oculta y misteriosa (como dijo un poeta inolvidable cuyo nombre ahorita no recuerdo), tiene su chiste, no crea, tiene su mar de caras, quién sabe cuántos miles y miles de caras pasajeras, un oleaje de caras, entonces es como si cada día nadase yo entre olas y olas de caras, y, sea pues, soy metronauta, es decir turista del metro, y con eso tengo hasta donde y cuando Dios quiera, es mi filosofía de la vida, así como una mística al alcance de mi bolsillo, todo consiste ir de andén en andén y de vagón en vagón y de convoy en convoy y de terminal en terminal, pasando estaciones y estaciones como ensartando playas borrachas de sol o borrachas de luna, y viceversa, y le digo: todos hemos nacido para turistas, o séase para viajeros efímeros en este mundo de arriba o de debajo de la tierra, y yo una cosa sí sé: nací para metronauta, pues cómo no, nada más eso pido, y espero me dure hasta cuando sea la voluntad de Dios y deba trasbordar a la definitiva línea terminal, y así es la vida misma… ¿o no?

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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