Fue un personaje intelectual único y original en las culturas mexicanas. Uso el plural, porque el genio peculiar de Monsiváis fue precisamente el de habitar, animar, alimentar, transformar, conectar los ámbitos más diversos de nuestro legado. Se sentía igualmente cómodo en la cultura popular que en la alta cultura literaria, en la cultura urbana y en la cultura pop, en la cultura de izquierda y la cultura protestante. Repetía albures y picardías, y recitaba poemas completos de Gorostiza o Pellicer. Podía escribir sobre el grafiti en los muros de la ciudad igual que de un concierto de Juan Gabriel; ejerció con pasión el periodismo crítico y publicó irreverentes “catecismos para indios remisos”. Respiraba cultura.
Practicó varios géneros: ensayo, crónica, reportaje, cuento, crítica, aforismo. Elaboró excelentes antologías, al menos una biografía admirable, la de Salvador Novo, y una Autobiografía precoz que leímos con asombro y regocijo. Le gustaban los Spirituals y los boleros de “Los Panchos”, la música soul y Cole Porter. Como el Doctor Johnson, no leyó libros: leyó bibliotecas. Era un experto en literatura estadounidense. Conocía como muy pocos la novela y la poesía de nuestros siglos XIX y XX.
Fue un aguerrido editor de suplementos culturales. En “La cultura en México” (suplemento de Siempre!) alentó la crítica social y la crítica de cine. Era una enciclopedia andante de la historia del film. Coleccionaba caricaturas, era él mismo (y lo disfrutaba) muy caricaturizable (su greña, su mueca característica, su sonrisa traviesa), y le encantaba dar ideas a los caricaturistas.
En Las herencias ocultas escribió sobre sus héroes políticos: Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto y varios otros liberales de la Reforma. Proviniendo de una familia protestante, y habiendo sufrido en carne propia la discriminación religiosa (y otras discriminaciones), sintió que aquel legado de tolerancia cívica debía vindicarse una y otra vez.
Sus ocurrencias verbales eran inagotables. Era sarcástico, mordaz, pícaro (a veces críptico). Amaba el contraste súbito, descubría el lado absurdo de las cosas y las personas. Su humor -como el de Groucho Marx- era rapidísimo y letal.
Se vestía de mezclilla. Una sola vez lo vi usar corbata. Usaba el Metro, pedía aventón y -de manera puntual- llegaba tarde a sus citas. Tenía un aire permanente de profesor distraído o de estudiante sesentero. Vivía en la sinuosa calle de San Simón en la Colonia Portales, cerca del California Dancing Club. Era difícil penetrar el laberinto de su casa. Había un orden secreto en el desorden de su biblioteca, con sus libros cuidadosamente forrados en vinil transparente.
Fue un ícono del 68 y del 85, y el líder de un amplio sector de la sociedad civil. En sus ideas políticas (firmes y coherentes) había, según creo, un trasunto de sus férreas raíces protestantes. Aunque fue un ideólogo fundamental de la izquierda mexicana, detestaba sus inercias estalinistas y desde principio de los noventa criticó a la Revolución Cubana, sobre todo por el ahogo de las libertades sociales, políticas y sexuales.
El mejor homenaje a Monsiváis sería hacer una magnífica edición de su obra. Tomar su amplísima producción y distribuirla por géneros, temas, fechas, buscando afinidades sutiles entre los textos. También será necesario compilar una rica y rigurosa antología. Sus discípulos literarios directos nos deben ese trabajo.
Por muchísimos años -como recordé en este mismo espacio el pasado 4 de abril- nos reunimos a desayunar en la YMCA de Río Churubusco. Me costará mucho volver a esa ruidosa cafetería, donde me regalaba sus juicios de lector cuidadoso e inteligente. Nunca, a pesar de nuestras diferencias y desencuentros, dejamos de vernos como dos viejos amigos, veteranos de los sesenta (él desde la izquierda, yo desde la tradición liberal). Al final, descubrimos que nuestras diferencias nos unían. La última vez que nos vimos, días antes de su ingreso al hospital, cantamos a dúo “Old man river”, oyendo un CD de Paul Robeson: “I’m tired of living, and scared of dying”. La prodigiosa voz de aquel disidente histórico -discriminado por su color e ideología- nos seguirá acompañando.
– Enrique Krauze
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.