A Gabriel Bernal, recordando una noche
en Aguascalientes escuchando “Lucha de gigantes”.
Antonio Vega, autor de la emblemática “Chica de ayer”, considerada la mejor canción del pop en español, falleció ayer a consecuencia de un cáncer pulmonar, a los cincuenta y un años de edad. No fue víctima de la influenza sino de la influencia del entorno. Icono de la Movida madrileña y saludado por sus mayores, como Miguel Ríos, o herederos, como Álvaro Urquijo, cantante de Los Secretos, Vega conformó a fines de los setenta con su primo Antonio García Vega el conjunto Nacha Pop, conocido en nuestro país por “Lucha de gigantes”, un éxito que parecía colgado de la etiqueta Rock en tu idioma, a la cual la cinta Amores Perros confirió un segundo aire al incluirlo dentro de su banda sonora. Y a principios de los noventa, Vega no sólo asistió a la disgregación de su banda, sino a las consecuencias de un estilo de vida cifrado en el desvelo, los excesos, dolor de estar vivo y utopía por un mundo de amor, armonía. Comunión. Un Lou Reed con pómulos de Ron Wood. Y como ellos, ancilado al caballo, a la tecata.
Admiró y cultivó el ambiguo sonido Americana, esa mezcla de folk, country, rock sureño, baladas y aires celtas asimilados por bebedores de whisky destilado en caseríos montaraces. Bastaría citar los requintos y escarceos de requintos que acompañan los versos de “Chica de ayer”, “Una décima de segundo” o “Seda y Hierro” con su maravilloso órgano farfisa y sus acentos pianísticos de jazz cantinero para ilustrar la afirmación. Una escucha atenta nos muestra a un devoto y asimilador de Ry Cooder y Duanne Allman tocando en clave de Mark Knopfler. Quienes no lo escuchamos como el Padrino de la Movida, mexicanos para los que “Chica de Ayer” es una canción más de los años en que el pop en español despuntó, podríamos olvidar que este grupo, Nacha Pop, en esta canción, suena a unos Dire Straits lo-fi. Nada extraño; a veces olvidamos que junto al sonido más prominente de la New Wave, grupos como AC/DC, Dire Straits o Flamin’ Groovies, renovadores del rock puro y básico, también sonaban y también influían en esos años en que en la ciudad había miles de cosas por contar.
Vega cantaba utilizando una suerte de encabalgamiento vocal que convertía las líneas líricas en distintas a los límites del verso. Y esa lección venía de los maestros del Medio Oeste y el Sur americanos. Voz que desgarra, que va musitando y de pronto acomete unas frases casi en un lamento que es un grito, que es una lección de desgarramiento: “Es que no hay nada mejor…”. Y en sus momentos más reposados retoma la gran tradición de los cantautores españoles. Cómo olvidar su interpretación de “Romance de Curro El Palmo”.
Siempre he considerado un exceso los elogios al talento lírico de los cantautores. En el caso de Vega, fue un poeta, acaso ingenuo, pero tocado por el duende. Algunas de sus grandes canciones son también bellos poemas. Mi favorita: “Seda y hierro”. Tiene una alegoría en torno a los más célebres cuadros de Van Gogh (“Ángel caído”) y versos sorprendentes en casi toda canción; aun en sus comienzos había hallazgos que lo entroncaban con esa lírica castellana de sol, tierra y noches de busca carnal que es también busca metafísica.
Concluyo este adiós que es un saludo con una parca crestomatía:
Viento que a su murmullo parece hablar
mueve el mundo con gracia, la ves bailar
y con él, el escenario de mi hogar.
(“El sitio de mi recreo”)
Paralelas vienen siguiéndome,
espacio y tiempo juegan al ajedrez.
(“Una décima de segundo”)
Mujer hecha de algodón, de seda, de hierro puro
quisiera que mi mano fuera, la mano que talló
tu pecho blando de material tan duro.
(“Seda y hierro”)
– José Homero
(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.