Mi amigo Nicolás Echevarría hizo un documental hace años que se llama “Poetas campesinos”. En la escena inicial, un maestro les está enseñando música a unos niños de San Felipe Oltlaltepec, en Puebla, en español y en popoloca. Es una escena a la que acudo en ocasiones para restaurar la depresión. Mírela usted en YouTube, si su sentido de México anda necesitado de terapia.
Es una escena preciosa, perfectamente filmada. Los rostros de los niños tímidos y luminosos. El maestro paciente y sabio. Es muy divertida también, cuando el maestro se afana en que el niño de la tuba consiga resoplar algunas notas, y todas salen igual, y todas mal: un bufido laborioso de flato colapsante. Pero ese maestro y ese niño –uno con ánimo de enseñar, otro con ganas de aprender– son, a fe mía, lo mejor de México.
Sí: ando “walking around”, ando “cisne de fieltro”, ando “olor de peluquería”, y quiero llorar a gritos y “hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos”.
Pero me revive pensar en los niños mexicanos que hacen música. Y fantaseo que prevalecerán, que el niño que resopla la trompeta va a desmoronar a los caciques, y que la niña que raspa su violín derretirá al síndico podrido y que los petardos que tunden los timbales arrasarán un día con los ricachones platinados. Walking around… En el pudridero que hemos logrado hacer de nuestro país el maestro dice lentamente esta se llama blanca, esta se llama redonda, y con los niños canta sol sol la si do re mi fa mi re do si do y por un instante todo es mejor y suena correctamente.
Se enseña poca música en las escuelas y no hay mejor escuela imaginable. La música enseña harmonía y armonía, civiliza y disciplina, propicia el trabajo en grupo, empuja la responsabilidad individual y de grupo, incita a la simpatía y la empatía, fomenta el lenguaje, conecta los ojos con el cuerpo, educa a la memoria, vitamina los pulmones, ajusta nervios intercraneales, enseña al alma a hablar con el tiempo y al corazón a mecerse con el universo, empuja a administrar abstracciones, vitamina las matemáticas, previene contra la indolencia, restaura la melancolía y acicatea el estado general del cacumen.
A los horrores de la corrupción y el crimen opongo, cándidamente la Orquesta Infantil de México, la Sinfónica Infantil y Juvenil, la Infantil de la Escuela Superior de Música de la UNAM, la Infantil y Juvenil de Quebrantadero en Morelos, la Infantil Juvenil de Balvanera, la Infantil Makochi de Salterios, la Orquesta Renacimiento de Acapulco, la Infantil de Nezahualcóyotl y la recién nacida Orquesta Infantil de Tepito, y a sus jóvenes y a sus maestros y a sus patrocinadores y al Sistema Nacional de Fomento Musical… (La orquesta y los demás ensambles de La Gran Familia, me temo, no sonarán ya más que en sus discos y en videos como este…)
En un momento walking around, López Velarde le dice a “La suave patria” desvencijada que seguirá creyendo en ella mientras una mexicana saque en la mañana su rebozo, tan nuevo que aún tenga “los dobleces de la tienda” y que, al momento de ponérselo, “quede lleno el país del aroma del estreno”. ¿Qué resta ya de todo eso?
Por lo que a mí toca, seguiré creyendo en la Patria mientras haya una muchacha de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil, mucho más chiquita que su contrabajo, tallándole la barriga y sacándole los puntuales y cavernosos retortijones que necesita el Huapango. Véala y escúchela aquí, por ahí del minuto 9 y medio.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.