Narrar la vida

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Tres disciplinas literarias se disputan, como celosas hermanas, el arte de narrar la vida: la historia, la novela y la biografรญa. No son las รบnicas ni las mรกs remotas. La tradiciรณn oral, las antiquรญsimas escrituras, las baladas populares, las crรณnicas, son sus parientes cercanas, pero sรณlo aquellas tres compiten por la atenciรณn permanente del lector. Segรบn โ€œGoogleโ€, la historia lleva la delantera con 979 millones de entradas, seguida de lejos por la novela con 179 y por la biografรญa, que alcanza los 144. (La autobiografรญa, que narra la vida propia y que merece una consideraciรณn aparte, tiene sรณlo 21.) La proporciรณn, por supuesto, es engaรฑosa: a diferencia de la historia o la biografรญa, pocas novelas se titulan como tales, por lo cual su frecuentaciรณn es seguramente mayor. Pero mรกs allรก de la mediciรณn cibernรฉtica, hay entre las tres hermanas diferencias penosas. La historia no sรณlo es la mรกs antigua, respetada, arraigada, sino tambiรฉn la mรกs prรณdiga en รกmbitos culturales y nacionales, en especialidades y subgรฉneros y, por supuesto, en autores. La novela es la hermana sexy: joven (tiene apenas unos cuantos siglos), conserva aรบn la frescura de los tiempos en que contaba las hazaรฑas de los caballeros andantes, y los ingenios de Cervantes. Los novelistas son acaso mรกs venerados que los poetas y dramaturgos. La biografรญa, en cambio, es la hermana pobre y desangelada. Casi tan vieja como la historia, alguna vez compitiรณ con ella al tรบ por tรบ, pero hace al menos dos siglos que vio pasar su momento de esplendor. Ahora vive confinada en una rica habitaciรณn de la casa de Occidente, el cuarto anglosajรณn, y hace tรญmidos paseos por los barrios aledaรฑos. Sus autores clรกsicos se cuentan con los dedos de las manos. De hecho, se dice que sรณlo ha conocido dos etapas: su โ€œViejo Testamentoโ€, presidido por Plutarco, el biรณgrafo del poder; y su โ€œNuevo Testamentoโ€, oficiado por James Boswell, el biรณgrafo del saber. La historia de su ascenso y decadencia parece una novela del desencanto. Vale la pena esbozarla en una sumarรญsima biografรญa de la biografรญa.

A la perdurable genealogรญa de nuestro padre Plutarco (46-120 d.C.), griego en tiempos de dominaciรณn romana y autor de las cรฉlebres Vidas paralelas, dediquรฉ hace aรฑos un ensayo titulado โ€œPlutarco entre nosotrosโ€ (Travesรญa liberal, 2003). Allรญ recordรฉ que el secreto de su influencia estรก en su indagaciรณn moral, su bรบsqueda diferenciada de la virtud en los hombres que actuaban en el escenario brutal de la vida pรบblica. El mรฉtodo que discurriรณ, como se sabe, fue la comparaciรณn entre cincuenta personajes griegos y romanos: โ€œMediante este mรฉtodo de las Vidas […] adorno la mรญa con las virtudes de aquellos varones […] haciendo examen, para nuestro provecho, de las mรกs importantes y seรฑaladas de sus acciones.โ€ Plutarco estableciรณ claramente su oficio como un quehacer distinto al del historiador: โ€œEscribo vidas, no historias.โ€ Una generaciรณn mรกs tarde, los despliegues y excesos del trono imperial inspiraron a otro biรณgrafo, Suetonio (70-160 d.C.), cuya obra, Las vidas de los cรฉsares, trascendiรณ su tiempo e incluso ha llegado a nuestros dรญas a travรฉs de Roma, una exitosa serie de la televisiรณn inglesa. En aquellos retratos implacables, Suetonio no busca ya (porque manifiestamente no cree en ellos) los rasgos admirables de sus personajes, sino sus frecuentes vicios, bajezas y pasiones. Es el creador de la biografรญa crรญtica.

La Edad Media abandonรณ este tipo de biografรญa aristotรฉlica โ€“ejemplar o polรฉmica, pero realistaโ€“ para dar pie a una vertiente, digamos, platรณnica del gรฉnero: la narraciรณn del vรญnculo entre el hombre y Dios. La โ€œbiografรญa del poderโ€ abriรณ paso a la โ€œbiografรญa del creerโ€, en sus dos variantes: la autobiografรญa de tensiรณn interior, expiatoria y confesional, tal como la practicรณ San Agustรญn, y la hagiografรญa. Las vidas eran ejemplares no por sus virtudes o frutos terrenales, sino por la concordancia de ambos con el diseรฑo divino. El gรฉnero viajรณ de maneras extraรฑas a travรฉs de los siglos. A partir de la Revoluciรณn Francesa, los estados nacionales, urgidos de una religiรณn cรญvica que legitimara su poder, adoptaron la hagiografรญa como mรฉtodo oficial, haciendo un desfavor mayรบsculo al prestigio de la biografรญa clรกsica. Los hรฉroes se convirtieron en santos laicos, con sus vidas ejemplares prodigadas en estampas, altares y relatos sobre su devociรณn, su fe y hasta su martirio, no en el nombre de Dios y la religiรณn sino de la patria. Los regรญmenes totalitarios en el siglo XX fueron aรบn mรกs lejos: resucitaron a plenitud la hagiografรญa (y su espejo, la demonologรญa) para apuntalar la servidumbre del individuo ante el Estado.

En el Renacimiento, Plutarco fue muy leรญdo. โ€œEs nuestro breviarioโ€, proclamรณ Montaigne, artรญfice de la moderna conciencia individual. Tambiรฉn la era isabelina sintiรณ su influjo. Shakespeare llevรณ a Plutarco al teatro en Julio Cรฉsar y Antonio y Cleopatra. Sus dramas histรณricos ingleses tienen un aire de biografรญa polรญtica y de enseรฑanza moral. En Enrique IV, Parte II, un personaje llega al extremo de atribuir a la biografรญa facultades taumatรบrgicas: โ€œHay una historia en la vida de todos los hombres/ que perfila el rostro de los tiempos idos./ Sabiรฉndola observar, un hombre puede profetizar…โ€

Asรญ como la fama e influencia de Plutarco llegรณ hasta la Ilustraciรณn, la era de Boswell tuvo precursores desde la Antigรผedad. Quizรก quepa remontar el origen de la biografรญa del saber a Diรณgenes Laercio, autor del siglo III que habรญa escrito รบtiles compendios de la doctrina de los pensadores cuya vida reseรฑaba, desde los presocrรกticos hasta los escรฉpticos de la รฉpoca helenรญstica, y conformรณ un corpus imprescindible en los estudios renacentistas. En la Baja Edad Media, Boccaccio escribiรณ una vida de Dante y Petrarca emulรณ a Suetonio con sus Vidas de romanos ilustres. Ya en pleno Renacimiento, Giorgio Vasari reuniรณ las Vidas de los mรกs excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos (1542-1550). A partir del siglo XVII, el gรฉnero floreciรณ aรบn mรกs, ligado al desarrollo del espรญritu cientรญfico. Uno de sus exponentes fue el anticuario y arqueรณlogo inglรฉs John Aubrey (1626-1697), quien con el mayor rigor empรญrico (confiando en lo visto antes que en lo oรญdo, y recogiendo con meticulosidad de entomรณlogo los datos mรกs personales), compuso las curiosรญsimas Vidas breves de decenas de personajes, la mayor parte ingleses, colegas suyos en la primera sociedad cientรญfica de Occidente, la Royal Society (1662): Robert Hooke, creador del reloj de pรฉndulo; Francis Potter, que practicรณ por primera vez la transfusiรณn de sangre; John Pell, que inventรณ el signo de divisiรณn en la aritmรฉtica, y varios mรกs, como el filรณsofo Hobbes, el quรญmico Bayle, el astrรณnomo Halley. Aunque esta narraciรณn de vidas prendiรณ particularmente en Inglaterra, tuvo artรญfices en otros paรญses. Ejemplo al azar: en Holanda, maestra del retratismo pictรณrico, dos contemporรกneos de Spinoza, los ministros protestantes Lucas y Colerus, escribieron sendas biografรญas del impecable filรณsofo.

En la Ilustraciรณn, la biografรญa en todas sus variantes alcanzรณ su cenit. Dejรณ su carรกcter plutarquiano e โ€œinspiracionalโ€ y adoptรณ los patrones racionales y empรญricos de la รฉpoca, aplicados a la conducta, las motivaciones y las pasiones del hombre. Su epรญgrafe pudo haber sido el primer verso del Essay on man, de Alexander Pope: โ€œThe proper study of mankind is man.โ€ Habรญa tambiรฉn en ella un sano germen de individualismo democrรกtico y, por tanto, de tolerancia, que no pasรณ inadvertido a uno de los hombres emblemรกticos del siglo XVIII, el doctor Samuel Johnson, omnisciente autor del Dictionary of the English Language (1755), de quien se decรญa que no leรญa libros sino bibliotecas: โ€œA todos nos impulsan los mismos motivos, a todos nos decepcionan las mismas falacias, nos anima la esperanza, el peligro nos obstruye y el deseo nos amarra: a todos nos seduce el placer.โ€ Francia e Inglaterra se hermanaron โ€“por una vezโ€“ en la narraciรณn de vidas. Voltaire escribirรญa la biografรญa de Luis XIV y โ€“junto con Diderotโ€“ varios ensayos biogrรกficos en la Encyclopรฉdie (1765). Dโ€™Alembert compuso sus โ€œEncomiosโ€ de los miembros de la Acadรฉmie Franรงaise a la que pertenecรญa, textos que Lytton Strachey โ€“acaso el biรณgrafo mรกs original de la primera mitad del siglo XXโ€“ consideraba magistrales. Pero Inglaterra, quizรก por su orientaciรณn protestante, llevaba la delantera. En el arranque de su asombroso sacerdocio intelectual, Johnson narrรณ la vida de su desdichado amigo, el poeta Richard Savage, y en sus aรฑos de madurez (aunque Johnson, en realidad, naciรณ maduro) escribiรณ sus cรฉlebres Lives of the poets. En el periรณdico The Rambler que editรณ en su juventud, habรญa publicado tres ensayos sobre el gรฉnero que constituyen (aรบn ahora) una cartilla del arte biogrรกfico. La biografรญa, a su juicio, era el gรฉnero humanรญstico por excelencia:

Ningรบn otro gรฉnero vale mรกs la pena que la biografรญa. Nada puede ser mรกs dulce o mรกs รบtil, y nada puede encadenar un corazรณn de modo mรกs irresistible, o propagar mรกs ampliamente asuntos ejemplares sobre cualquier situaciรณn, que la biografรญa.

Un joven escocรฉs llamado James Boswell (1740-1795) leyรณ esas prescripciones y quedรณ convertido. Boswell no sรณlo siguiรณ las enseรฑanzas de su maestro: lo siguiรณ a รฉl, literalmente, paso a paso, frase a frase, libro a libro, en reuniones, fiestas, conferencias, diรกlogos, en casas, caminos y pubs, a lo largo de treinta y dos aรฑos, al cabo de los cuales publicรณ su The Life of Samuel Johnson (1791), acaso el mayor monumento biogrรกfico en la historia:

No concibo modo mรกs prefecto de escribir la biografรญa de alguien que la de relatar todo lo importante en su vida, pero entretejiรฉndolo con lo que en privado escribiรณ, dijo y pensรณ, de modo que se pueda imaginar a la persona, verla viva y revivir con ella cada escena, tal como sucediรณ en cada etapa de su vida […]

Lo notable de aquel libro no era sรณlo ese acucioso rescate de la vida cotidiana de Johnson acompaรฑado del examen crรญtico de sus obras o la publicaciรณn de sus cartas, sino algo mรกs novedoso, que Richard Holmes โ€“quizรก el mรกs distinguido biรณgrafo inglรฉs de nuestro tiempoโ€“ atribuye a la incipiente sensibilidad romรกntica: la conexiรณn emotiva con el personaje, la comprensiรณn de su alma. Un sรณlo ejemplo, entre una infinidad, es la menciรณn de la melancolรญa, condiciรณn permanente en Johnson pero acentuada a raรญz de la muerte de su esposa, en 1752 (Johnson tenรญa 43 aรฑos), y comunicada a Boswell por la versiรณn de โ€œsu fiel sirviente negroโ€, el jamaiquino Francis Barber, que fue su albacea: โ€œVivรญa en una gran aflicciรณn.โ€ Mรกs de un siglo despuรฉs de publicada la obra, Lytton Strachey se asombraba de que un hombre como Boswell, โ€œvago, lascivo, alcohรณlico y esnobโ€, hubiera podido alcanzar uno de los รฉxitos intelectuales mรกs grandes en la historia de la civilizaciรณn. Lo explicaba asรญ: โ€œCon persistencia increรญble, habรญa llevado a cabo la enorme tarea que se habรญa propuesto hacรญa treinta aรฑos. Todo lo demรกs se habรญa esfumado. Estaba exhausto hasta el lรญmite, pero su obra estaba ahรญ. Era la creaciรณn de su insaciable apetito de vivir, tan insaciable que provocรณ su destrucciรณn. La misma fuerza que produjo La vida de Johnson precipitรณ a Boswell en la ruina y la desesperaciรณn.โ€ Al releer esa biografรญa, se tiene la impresiรณn de que la obra maestra del doctor Johnson no fue su Diccionario, sus ensayos o sus biografรญas, sino su propio personaje, Johnson, creado pacientemente por รฉl para ser objeto de la biografรญa que Boswell, mirรกndolo vivir, hilvanaba. O que el verdadero genio no era tanto Johnson sino Boswell, el ardiente y laborioso Boswell, que lo retratรณ con genialidad.

Anticuada y antigua, a lo largo del siglo XIX la biografรญa palideciรณ pero no se extinguiรณ. Como sus mรบsicos o poetas, todas las culturas europeas dieron sus biรณgrafos nacionales, pero la capital de la biografรญa siguiรณ siendo Inglaterra. No obstante, en la era victoriana, las biografรญas se contagiaron del aire de los tiempos: se volvieron condescendientes, profusas, hipรณcritas, discretas. Al despuntar el siglo XX la tendencia se corrigiรณ. En Cambridge, el grupo literario e intelectual de Bloomsbury produjo al menos un genio indisputado: Lytton Strachey, que en sus Eminent Victorians retratรณ, con ironรญa malรฉvola y una prosa irresistible, a los personajes adorados por los tiempos idos. (Uno de ellos era el general Gordon, que muriรณ destrozado en Sudรกn por las huestes delirantes del โ€œMahdiโ€, una suerte de Osama Bin Laden de fines del siglo XIX. La opiniรณn victoriana lo consideraba un hรฉroe. Strachey, creador de la biografรญa despectiva, revelรณ que era tan fanรกtico como su teolรณgico enemigo.) Para el talante inglรฉs, escribir biografรญa podรญa ser un pasatiempo semejante al de pintar acuarelas o tocar el violonchelo. Por eso, apenas sorprende que la novelista del grupo, Virginia Woolf, no esquivara el gรฉnero y aun ensayara con รฉl nuevas formas, como ocurriรณ en su obra Orlando. Otro caso notable es el del famoso economista J.M. Keynes, que escribiรณ unos elegantes Essays in biography, entre los cuales sobresale un retrato de Isaac Newton, en el que revela la inclinaciรณn absorbente de aquel pionero cientรญfico por la alquimia.

Incitada por las nuevas corrientes psicoanalรญticas, en la Europa continental la biografรญa tuvo un pequeรฑo repunte: quiso rastrear los motivos y las causas de la conducta humana. ยกY vaya que habรญa fenรณmenos nuevos que reclamaban explicaciรณn! Esa dilucidaciรณn nunca llegรณ, pero la desconcertante autodestrucciรณn de Europa en la Primera Guerra; el malestar, la desesperanza, la exaltaciรณn, el miedo del perรญodo de entreguerras, y la reincidencia en la barbarie en la Segunda Guerra Mundial produjeron una suerte de repliegue o exilio interno que favoreciรณ el escape hacia la biografรญa. ร‰se fue el caso de tres autores de ascendencia judรญa (nacidos en la dรฉcada de 1880) que, desde su marginalidad y nostรกlgicos de una Belle ร‰poque que se desvaneciรณ ante sus ojos, se dieron a la tarea de escrutar el alma de figuras polรญticas y literarias del pasado: Andrรฉ Maurois, Stefan Zweig y Emil Ludwig. Los tres fueron muy leรญdos en su tiempo, pero no lo sobrevivieron.

En la segunda mitad del siglo XX, se acentuรณ el predominio anglosajรณn en la biografรญa. Ademรกs del culto interior al gรฉnero y de la notable vitalidad e inventiva con que se practica, Inglaterra ejerce casi un imperialismo biogrรกfico. Los mejores cultivadores de Espaรฑa โ€“con excepciones solitarias, como el doctor Gregorio Maraรฑรณnโ€“ son รฉmulos de Boswell: Paul Preston (Franco, Juan Carlos), Ian Gibson (Lorca, Machado), John H. Elliott (el Conde Duque de Olivares). Por lo que respecta a la historia iberoamericana, la tendencia no cambia, como atestigua la reciente biografรญa de Bolรญvar escrita por John Lynch, o la vida de Borges por Edwin Williamson (aunque de pronto nos hemos llevado una sorpresa mayรบscula: Bioy Casares convertido en el Boswell de Borges).

En el otro polo del mundo anglosajรณn, el gรฉnero es particularmente popular, lo cual no significa que haya recuperado en absoluto su perdido lustre. En Estados Unidos, es verdad, hay un โ€œBiography Channelโ€, acompaรฑado por una revista ilustrada de gran tiraje.

Se publican biografรญas de polรญticos, artistas, escritores, empresarios, deportistas, actores. La inmensa mayorรญa son meros productos comerciales: narraciones ligeras, sensacionalistas, colmadas de mentiras, chismes y nimiedades, subliteratura efรญmera. Por fortuna, tambiรฉn se escriben biografรญas serias y sรณlidas, y existen asimismo revistas especializadas en personajes histรณricos (como The Abraham Lincoln Quarterly), asรญ como sitios de internet que enriquecen el conocimiento de las personas.

Han pasado dos mil aรฑos y la biografรญa sigue viva, pero, a diferencia de la historia y la novela, su panteรณn โ€“como se ha vistoโ€“ es increรญblemente reducido. Plutarco estรก olvidado; Boswell nunca ha dejado de reimprimirse en Inglaterra

(y curiosamente, ahora mismo circula una nueva y magnรญfica versiรณn espaรฑola de Miguel Martรญnez-Lage, editada por El Acantilado), pero serรญa engaรฑoso pensar que su โ€œNuevo Testamentoโ€ goza de buena salud. A despecho de su popularidad, la biografรญa โ€“hay que reconocerloโ€“ es una rama modesta del รกrbol intelectual de Occidente. Esta condiciรณn se comprende mejor al examinar con mayor detenimiento su difรญcil relaciรณn con sus poderosas hermanas: la novela y la historia. Frente a ellas hay que entenderla, y salir tambiรฉn en su defensa, porque el tipo de narraciรณn que propone tiene sentido, y da sentido… a la vida.

La razรณn principal del ocaso de la biografรญa en el siglo XIX estรก en el ascenso irresistible, en toda Europa, de su deslumbrante hermana, la novela. El ideal de Boswell โ€“hacer la historia universal de una vidaโ€“ podรญa alcanzarse con mayor plenitud por la vรญa de la imaginaciรณn, cuya obvia ventaja residรญa, naturalmente, en la libertad. Allรญ no habรญa necesidad de someterse a restricciones de veracidad fรกctica, imprescindibles en toda biografรญa, pero muchas veces inasequibles para el biรณgrafo. Allรญ la razรณn ilustrada y la pasiรณn romรกntica se acompaรฑaban con una tensiรณn creativa impensable dentro de los lรญmites y las formas cronolรณgicas de la biografรญa. Para colmo, los propios novelistas consagrados contribuyeron desde entonces a demeritar la biografรญa. La sentรญan enferma de necrofilia, una variante ampliada de la obituaria. (Habรญa un grano de verdad: en su juventud, Johnson se habรญa especializado en escribir epitafios en verso.) Los literatos resentรญan tambiรฉn lo que para ellos era una โ€œmรณrbida curiosidadโ€ por lo privado, y temรญan que su veredicto manchara sus reputaciones. Segรบn recuerda Holmes, Kipling decretรณ que la biografรญa era un gรฉnero de โ€œcanibalismo humanoโ€. Wilde decรญa que todo biรณgrafo era un Judas. Flaubert se preciaba de que su รบnica biografรญa fuera Madame Bovary y creรญa advertir una envidia patรฉtica en los biรณgrafos. Se llegรณ a decir que โ€œel biรณgrafo es un novelista sin imaginaciรณnโ€. Y Marcel Proust escribiรณ un libro contra Saint-Beuve, el biรณgrafo por excelencia de la literatura francesa del XIX, acusรกndolo de pretender suplantar al autor, con una obra sobre el autor.

A finales del siglo XIX, Marcel Schwob (1867-1905), excรฉntrico cuentista francรฉs, psicรณlogo, historiador, formulรณ en el prรณlogo a sus Vidas imaginarias (1896) una especie de utopรญa para biรณgrafos que tuvo efectos desalentadores. Schwob deslinda el gรฉnero de toda pretensiรณn cientรญfica: โ€œEl arte estรก en oposiciรณn con las ideas generales, no describe sino lo individual, no desea sino lo รบnico. No clasifica, desclasifica.โ€ Con ese criterio, descarta โ€œlas chismografรญasโ€ de Suetonio como meras โ€œpolรฉmicas rencorosasโ€, y, aunque encomia el โ€œbuen genioโ€ de Plutarco, le reprocha su mรฉtodo: โ€œImaginรณ โ€˜paralelosโ€™, ยกcomo si dos hombres propiamente descritos pudieran parecerse!โ€ Su autor preferido entre los clรกsicos, por su amor a la minucia, era Diรณgenes Laercio. โ€œEl sentimiento de lo individual โ€“apuntaba Schwobโ€“ se ha desarrollado mรกs en tiempos modernos.โ€ Se referรญa a Boswell, cuya obra habrรญa sido perfecta โ€œsi no hubiera juzgado citar la correspondencia de Johnson y las digresiones sobre sus librosโ€. Le parecรญa superior John Aubrey, aunque โ€œel estilo de este anticuario no estรฉ a la altura de su concepciรณnโ€. Pero ยฟen quรฉ consistรญa ese instinto biogrรกfico que reclamaba Schwob? Para ilustrarlo, curiosamente, no referรญa a un escritor sino a un pintor japonรฉs, Hokusai: โ€œEsperaba llegar, cuando tuviera ciento diez aรฑos, al ideal de su arte. En ese momento, decรญa, cualquier punto, cualquier lรญnea trazados por su pincel estarรญan vivos. Por vivos, entended individuales.โ€ Hay que aclarar que a Schwob no le interesaba la nariz de Cleopatra o la embriaguez de Alejandro Magno o la enfermedad de Napoleรณn en Waterloo. Esos hechos individuales, que modificaron o habrรญan podido modificar los acontecimientos, le parecรญan importantes para la historia, no para la biografรญa. El buen biรณgrafo debรญa buscar lo absolutamente รบnico, irrepetible, inexplicable: la bolsa de cuero llena de aceite que Aristรณteles acostumbraba llevar sobre el estรณmago (Diรณgenes Laercio), el aburrimiento de Hobbes al combatir las moscas que se posaban sobre su calva (Aubrey), las cรกscaras secas de naranja que Johnson solรญa conservar en sus bolsillos (Boswell). Asรญ pues โ€“concluรญa Schwob, en el extremo opuesto a Plutarcoโ€“ โ€œel ideal del biรณgrafo serรญa diferenciar infinitamente el aspecto de dos filรณsofos que hubieran inventado aproximadamente la misma metafรญsicaโ€.

Borges decรญa que la lectura de las Vidas imaginarias de Schwob fue el punto de partida de su narrativa fantรกstica. Lo cual es un dato revelador sobre los lรญmites de la biografรญa. El encuentro poรฉtico que pedรญa Schwob โ€“el milagro de aprehender la particularidad de una vidaโ€“ sรณlo podรญa alcanzarse a travรฉs de la literatura en estado puro. Tambiรฉn de la pintura, como en los retratos flamencos, en Velรกzquez o Goya. No hubo, nunca habrรญa, un Hokusai de la biografรญa.

Pero habรญa y hay una gloria particular en narrar una vida, en esa โ€œnovela de la realidadโ€ que es la biografรญa. Plutarco, biรณgrafo del poder, habรญa escrito: โ€œMuchas veces una acciรณn momentรกnea, un dicho agudo, una niรฑerรญa sirven mรกs para calibrar las costumbres que las batallas en las que mueren miles de hombres.โ€ El doctor Johnson, biรณgrafo del saber, habรญa prescrito: โ€œMirar hacia lo domรฉstico; exhibir los detalles nimios de todos los dรญas, allรญ donde… los hombres brillan unos sobre los otros por su prudencia y virtud.โ€ Las costumbres y la virtud. El gusto por lo particular, caracterรญstico del biรณgrafo, no conduce a la revelaciรณn, pero ha sido siempre el nรบcleo de un conocimiento que abona a la historia y a la moral. Un saber y una sabidurรญa. Madame Bovary y todas las vidas imaginarias representan quizรก mรกs cumplidamente el tejido de la complejidad humana, pero el doctor Johnson y todas las vidas reales merecen tambiรฉn un acercamiento propio.

โ€œ… y al sentir el rechazo de su joven hermana cortejada por todos, la biografรญa tuvo un episodio de locura: quiso hacer un pacto de sangre con la filosofรญa para dar un golpe de Estado domรฉstico a su hermana mayor, la historia.โ€ Asรญ habrรญa narrado un novelista del XIX el drama de la biografรญa. Pero los hechos son ciertos y el hombre que los llevรณ a cabo fue tambiรฉn, como Boswell, un volcรกnico escocรฉs: Thomas Carlyle. El plan fracasรณ. Su filosofรญa de la historia, centrada en la teorรญa del โ€œhรฉroeโ€, resultรณ letal para el prestigio de la biografรญa.

En la superficie, On heroes, hero worship, and the heroic in history (1841) parecerรญa una reivindicaciรณn del gรฉnero. En realidad era su exacerbaciรณn irracional. โ€œLos Grandes Hombresโ€, escribiรณ, โ€œson los textos inspirados โ€“actuantes, hablantesโ€“ de ese divino libro de revelaciones […] que algunos llaman historia…โ€ Carlyle pensรณ que los โ€œgrandes hombresโ€ eran las fuerzas motrices, nada menos que las causas de la marcha histรณrica. โ€œEl culto de los hรฉroes โ€“apuntรณโ€“ es un hecho invaluable, el mรกs consolador que ofrece el mundo hoy. […] La mรกs triste prueba de pequeรฑez que puede dar un hombre es la incredulidad en los grandes hombres.โ€ La derivaciรณn polรญtica de esta terrible doctrina es bien conocida: Carlyle es un ancestro del nazismo. Escribe Goebbels en su diario: โ€œEl Fรผhrer conoce el libro [de Carlyle] muy bien: Le repetรญ algunos pasajes y lo conmovieron hondamente.โ€ El culto carismรกtico cobrรณ decenas de millones de vรญctimas; y en nuestro siglo, por lo visto, seguirรก cobrรกndolas. Pero su mera persistencia no avala la tesis ni el mรฉtodo de Carlyle, el biรณgrafo que envenenรณ la biografรญa.

La hipรณtesis de su admirador Ralph Waldo Emerson era mรกs inocua y mรกs sugerente. Sus โ€œhombres representativosโ€ no son imperiosos sino sรณlo significativos, encarnaciones individuales de la colectividad que la interpretan y le dan un rumbo. El componente metafรญsico de esta idea es evidente, pero ยฟcรณmo negar โ€“por ejemploโ€“ que Jean Sibelius representa el alma finlandesa? ยฟO que Benito Juรกrez โ€“como pensรณ Justo Sierraโ€“ encarna una zona profunda del alma mexicana? Hay, me parece, en la teorรญa emersoniana un nรบcleo de verdad. Nada mรกs.

ยฟCรณmo terminรณ finalmente la relaciรณn entre las hermanas? La novela siguiรณ reinando indisputada. La historia condescendiรณ a convivir con la biografรญa. Para los espรญritus serios y sensatos, la indagaciรณn sobre โ€œel papel del hombre en la historiaโ€ fue de nuevo un tema propio de la filosofรญa de la causalidad histรณrica, inรบtil como premisa de narraciรณn biogrรกfica. Descartado el concepto del โ€œheroรญsmoโ€, el estudio del liderazgo abriรณ un horizonte amplio para la biografรญa. En la โ€œbiografรญa del poderโ€ del siglo XX, Churchill no fue un superhombre, fue un lรญder que, con clarividencia y valor, incidiรณ en el destino de Occidente. En el extremo opuesto estaban, por supuesto, Hitler, Mao, Stalin, lรญderes tambiรฉn โ€“que Carlyle habrรญa veneradoโ€“, pero que era preciso abordar con nuevas herramientas teรณricas de investigaciรณn, y con los archivos que se fueron abriendo (y siguen abriรฉndose) al paso del tiempo. En esa renovaciรณn constante del conocimiento, en ese carรกcter abierto que tiene la biografรญa, ha visto Richard Holmes, con razรณn, su ventaja, acaso su รบnica ventaja, sobre la novela.

Por lo que respecta a la legitimidad de la โ€œbiografรญa del saberโ€ y su provecho como disciplina complementaria de la historia, Bertrand Russell escribiรณ una justificaciรณn que me parece perfecta: โ€œCreo que si los cien hombres de ciencia mรกs capaces del siglo XVII hubieran muerto en la infancia, la vida del hombre corriente en todas las comunidades industriales actuales habrรญa sido completamente distinta de la que es. Y si Shakespeare y Milton no hubieran existido, no creo que algรบn otro hubiera escrito sus obras.โ€

โ€œNo hay historia, sรณlo biografรญaโ€, proclamรณ Carlyle. La frase es evidentemente falsa. Tambiรฉn su inversa lo es. 

Al salir de la casa de las tres hermanas, recuerdo, entre una galerรญa de autores incidentales o apologรฉticos, a los escasos oficiantes genuinos de la biografรญa en Mรฉxico. Su solitario trabajo (que deslindo de la autobiografรญa) merecerรญa, a su vez, tratamiento histรณrico. Aunque existieron antecedentes notables en los siglos XVI y XVII, quizรก el primero fue el jesuita Juan Luis Maneiro, autor de las Vidas de mexicanos ilustres del siglo XVIII. Maneiro pudo haber dado inicio a una tradiciรณn humanista clรกsica en la biografรญa, pero su propuesta quedรณ trunca por la condiciรณn de exilado en la que escribรญa. La estafeta fue retomada magistralmente, a mediados del siglo XIX, por dos grandes autores que no pertenecen al panteรณn oficial: Josรฉ Fernando Ramรญrez (con su Vida de Motolinรญa) y sobre todo Joaquรญn Garcรญa Icazbalceta, autor de decenas de biografรญas puntualรญsimas sobre personajes de la Conquista y el Virreinato y, sobre todo, de la magistral Vida de Don Fray Juan de Zumรกrraga. En las dรฉcadas finales del siglo XIX, Francisco Sosa realizรณ una obra profusa y no despreciable, pero sesgada hacia las vidas ejemplares. Al comenzar el XX, Justo Sierra escribiรณ una gran biografรญa de Juรกrez sobre premisas emersonianas โ€“sosteniendo la โ€œrepresentatividadโ€ de Juรกrez como emblema del alma profunda y el destino liberal de Mรฉxico. En respuesta, Francisco Bulnes publicรณ una vida polรฉmica, tan รกcida como las de Strachey, pero desprovista de elegancia y gracia. En la etapa moderna โ€“y a riego de incurrir en omisionesโ€“ creo que merecen citarse las biografรญas de Josรฉ Fuentes Mares y tres grandes obras, una por cada dรฉcada: Sor Juana Inรฉs de la Cruz o las trampas de la fe de Octavio Paz (1983), el Hernรกn Cortรฉs de Josรฉ Luis Martรญnez (1990) y la Vida de Fray Servando de Christopher Domรญnguez Michael (2005).

Don Luis Gonzรกlez (nuestro inolvidable doctor Johnson) advertรญa a sus discรญpulos, en una remota clase de 1970: โ€œPocas veces se ve un historiador metido a biรณgrafo.โ€ Conmigo sรญ se vio, y nunca le pedรญ perdรณn por mi pecado. Con todo, quiero pensar que no habrรญa condenado el modesto credo biogrรกfico que ahora desprendo de mis lecturas y mi propio trabajo. Creo, con Plutarco, que la biografรญa puede complementar el conocimiento de la historia y orientar la vida moral. Creo tambiรฉn, con Suetonio, que puede ser รกcida e implacable, sobre todo con las personas del poder. Creo, con Diรณgenes Laercio, que debe recrear sobre todo a las personas del saber, en las que โ€“como John Aubreyโ€“ la lente microscรณpica suele distinguir rasgos esenciales: la buena voz, la panza prominente, la miopรญa y hasta el estreรฑimiento. Creo, con Boswell, en la frecuentaciรณn directa, curiosa, puntillosa, obsesiva, pero tambiรฉn maliciosa y crรญtica, de las cartas, los diarios รญntimos, las memorias, los testimonios orales de los biografiados y, en condiciones ideales, de los biografiados mismos. Creo que el buen estilo de una biografรญa puede aproximarla un poco al ideal pictรณrico de Schwob. Creo en la frase de Strachey: โ€œLa discreciรณn no es la parte mejor de la biografรญa.โ€ Hasta ahรญ mis clรกsicos, que leo y releo con anacrรณnica fascinaciรณn.

En cuanto a mi propia experiencia, quiero creer que existe la imaginaciรณn biogrรกfica. Radica, por un lado, en comprender los motivos de los personajes y tratar de recrear sus pensamientos y sentimientos. Y consiste, tambiรฉn, en ver las opciones vitales que se abrรญan ante ellos cuando el pasado era presente. Esta reconstituciรณn imaginaria de la incertidumbre es acaso la operaciรณn mรกs difรญcil, y en ella fincan muchos crรญticos la supuesta limitaciรณn ontolรณgica de la biografรญa: describir una vida de la que se sabe de antemano el desenlace. Pero, de ser cierta, esa objeciรณn no sรณlo desmentirรญa el gรฉnero de la biografรญa, sino tambiรฉn el de la historia. Sobre el lugar de la explicaciรณn en la biografรญa, pienso que la irracionalidad y el azar juegan un papel central en la vida humana, y por ello dudo que la conducta sea propiamente โ€œexplicableโ€. Pero creo tambiรฉn que es posible entrever el โ€œsentidoโ€ de una existencia, descubrir conexiones entre hechos remotos y presentes, dar con ciertas claves ocultas (aun para el propio sujeto, o sobre todo para el propio sujeto) que de pronto pueden aclarar, con una honrada, pulcra, verosรญmil y evocadora narraciรณn, ese misterio, ese milagro que es una vida, una vida humana. ~

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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