72 horas de la batalla de Bagdad

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Después de varios meses de tensa espera y un par de semanas confusas, aterradoras y vertiginosas, me senté frente a la televisión y la computadora para observar la batalla de Bagdad. En la computadora veía las actualizaciones de Al Jazeera —con un traductor electrónico árabe-inglés— y varios periódicos europeos y estadounidenses; en la televisión sintonizaba CNN, Fox News y Televisa de México. Era un arreglo caótico pero necesario: si durante la primera Guerra del Golfo la única opción era sintonizar CNN, resultó casi imposible seguirle el paso a la segunda sin consultar varias fuentes.
     Y es que, desde el principio de la guerra, la confusión en mis pantallas fue absoluta. A las dificultades que entrañaba seguir el ritmo del avance militar estadounidense se sumó la extraordinaria campaña de medios desplegada por ambos bandos. Tanto Washington como Bagdad convirtieron la cobertura 24 / 7 (veinticuatro horas al día, siete días de la semana) en su campo de batalla predilecto, sembrando información y propaganda a placer para alimentar la máquina mediática. Incluso los medios que usualmente conseguían escapar al fuego cruzado reseñaron, ocasionalmente, rumores que se desmentían a las pocas horas: Basora “cayó” en control de la coalición en cuando menos tres ocasiones distintas, de acuerdo con diversos reportes.
     Esta confusión se explica en parte por la competencia que se produjo entre los medios electrónicos. Las cadenas de televisión habían hecho una apuesta que no podían perder —cada día de transmisiones de CNN costaba un millón de dólares—, y nuevos contendientes como Al Jazeera y Fox News acapararon pronto la atención. Estar en el terreno no era suficiente; de hecho, había pocas notas del frente de batalla porque el acceso era más bien limitado. Había que producir valor agregado para un público específico —fuera análisis de estrategia militar, imágenes exclusivas de prisioneros de guerra y civiles muertos, perfiles patrióticos de las fuerzas estadounidenses— al costo que fuera, y prácticamente todas las televisoras cayeron en la trampa: comenzaron a autocensurarse para atender las filias y fobias de los televidentes y generar “exclusivas” para públicos específicos. (Los casos más exitosos fueron el de Fox News, que superó a CNN en los ratings estadounidenses, y el de Al Jazeera, que incrementó su presencia regional exponencialmente.)
     El fenómeno no es nuevo, pero en esta guerra la competencia creó tres clases peculiares de autocensura: la “patriótica”, la “de acceso” y la “de contribución a la causa”. En general, la censura era sutil y bien puede confundirse con una “línea editorial”—excepto la “patriótica” de Fox News, que no transmitió ni una sola imagen de soldados estadounidenses prisioneros o de civiles muertos “para no afectar el esfuerzo de guerra”.

Empero, durante 72 horas de la batalla de Bagdad —desde las últimas declaraciones del Ministro de Información de Iraq hasta la caída de la estatua de Hussein, pasando por el ataque al Hotel Palestina— la autocensura se manifestó en toda plenitud.
     La cobertura de las últimas declaraciones del Ministro de Información iraquí por parte de Al Jazeera es un ejemplo de autocensura por “contribución a la causa”. El funcionario había perdido todo contacto con la realidad —”Los infieles están a punto de ser masacrados”, decía, mientras los tanques estadounidenses paseaban sin problemas por la ciudad—, pero criticarlas habría minado la legitimidad de la televisora árabe.
     Durante el ataque al Hotel Palestina se puso en evidencia la autocensura “de acceso”. CNN, que señalaba explícitamente en cada una de sus notas que no “revelaría información que pudiera poner en riesgo la seguridad de las operaciones”, transmitió sin cuestionamientos la titubeante justificación del ataque contra un hotel lleno de periodistas extranjeros. Dado que la cadena estadounidense aportó el mayor contingente de periodistas “incrustados” en las fuerzas estadounidenses, su reticencia a perder este acceso era comprensible, pero finalmente le redituó poco: después de la caída de Bagdad, uno de sus corresponsales intentó entrar a Tikrit por su cuenta y riesgo para obtener una exclusiva que la presencia de las tropas estadounidenses no le permitía reportar.
     Finalmente, todos las autocensuras entraron en juego durante la caída de la estatua de Hussein en el centro de Bagdad. Mientras que Fox News convirtió al soldado que cubrió la cara del dictador con una bandera estadounidense en una suerte de héroe nacional, sin comentar la molestia de los iraquíes presentes, CNN se limitó a lamentar su falta de tacto y enfatizó que una multitud de iraquíes quería tirar la estatua, en tanto que Al Jazeera reseñó que fueron los estadounidenses los que tiraron la estatua, y que el episodio de la bandera era “una posible señal” de las verdaderas intenciones de la coalición. Cada empresa decidió darle un giro distinto al mismo hecho, lo cual es editorialmente aceptable por sí mismo, pero, a la luz de su cobertura previa, se revela como parte de una línea editorial que deja fuera arbitrariamente otros puntos de vista.
     Mientras escribo estas líneas los corresponsales de guerra —censurados o no— corren a cubrir el frente norte, y la atención para el conflicto ha iniciado su inevitable declive. Sería una lástima que la atención de los medios se disipara justo cuando comienza el verdadero problema: la reconstrucción iraquí. Pero la competencia es feroz: la estructura que se creó para esta guerra no puede quedar parada: es tiempo de encontrar otras noticias para evitar que los televidentes cambien de canal. ~

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