IlustraciĂłn: MartĂ­n Kovensky

Navidad

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PapĂĄ y mis hermanas estaban hacĂ­a meses en algĂșn lugar de la selva y esa Navidad la pasamos a solas con mamĂĄ. Fue la mejor de mi vida.

No debería decirlo, era nuestro secreto, pero lo diré: entre otras cosas, mientras preparåbamos la cena, fumé por primera vez.

Fue ella la que me lo ofreciĂł.

ÂżQuieres?, preguntĂł de la nada.

SonreĂ­. No podĂ­a creer lo que estaba pasando.

Tenía casi trece años. Doce y diez meses para ser precisos.

Ella parecĂ­a triste, quizĂĄ porque pasarĂ­amos la Navidad a solas. Hasta Paulina, nuestra empleada, habĂ­a vuelto a su pueblo.

ÂżQuieres o no?, preguntĂł de nuevo mientras extendĂ­a su mano con un cigarrillo entre los dedos. TenĂ­a manos delgadas. Fue como verlas por primera vez. De muchas maneras, esa Navidad fue como ver a mamĂĄ por primera vez.

Yo empecé a los once, dijo.

Me costaba imaginarla de niña.

No sabía qué decirle. Quería y no quería.

En una situación parecida, añadió, también fue mi madre la que me hizo fumar. Por mås increíble que te parezca. A orillas del lago Chiem.

Lo puse en mi boca.

Aspiré fuerte.

TosĂ­.

Te vas a marear un poco, es normal, dijo mamå y me quitó el cigarrillo para seguir fumando. Lo hacía con una mano, con la otra revolvía las verduras de la sartén.

Ya era noche.

Los demĂĄs seguramente estarĂ­an en sus casas, con sus familias.

ÂżEstĂĄs bien?, preguntĂł mamĂĄ.

SĂ­, dije. Lo estaba.

ÂżUna mĂĄs?

AsentĂ­.

Esta vez fue ella misma la que acercĂł el cigarrillo a mi boca.

Aspiré menos fuerte.

VolvĂ­ a toser.

 

MamĂĄ estaba habladora esa noche. Habladora porque querĂ­a y no porque sentĂ­a el deber o creyera que era lo que le correspondĂ­a.

Quizå también estaba borracha.

TenĂ­a que estarlo, se habĂ­a tomado ella sola una botella de vino.

No me dio a probar, para eso todavĂ­a tendrĂ­a que esperar un poco. Me dijo que la vida era mĂĄs larga de lo que decĂ­an y que a veces incluso se sentĂ­a interminable. Me dijo que no les creyera a los que tenĂ­an demasiada prisa.

Apenas dijo eso Ășltimo pensĂ© en papĂĄ y quizĂĄ tambiĂ©n en Monika. Heidi y mamĂĄ y yo Ă©ramos mĂĄs distraĂ­das, mĂĄs irresponsables.

Cenamos en la sala.

Pavo.

Y suflé de verduras.

Reímos imaginando a papå y a mis hermanas comiendo mono asado o guiso de víbora o cualquiera de esas cosas que supuestamente comían a veces, ahora que sus víveres se estaban acabando. Sus mensajes eran breves y no siempre los entendíamos, pero al menos cada diez días recibíamos alguna señal.

Últimamente sueño con MĂșnich casi todas las noches, dijo mamĂĄ. Es como si llevara dos vidas, la de despierta y la de dormida.

¿Cuål te gusta mås?, pregunté.

EstĂĄbamos en la mesa.

Con solo nosotras dos parecĂ­a enorme.

MamĂĄ sonriĂł antes de tomar un sorbo de vino, acababa de abrir una segunda botella. Pasaron varios segundos antes de que respondiera.

Creo que soy mĂĄs feliz de dormida, dijo.

Yo también me acuerdo de la vida allå, dije yo.

Para que se sintiera menos sola o para aliviarme o no sé para qué.

¿De qué te acuerdas?, preguntó mamå.

Del strudel de durazno de la abuela, dije, y del cuarto que tenĂ­an en el hotel. DeberĂ­amos ir de visita alguna vez.

Si vamos a mĂ­ ya no me darĂ­an ganas de volver, dijo ella.

MamĂĄ era la que lo habĂ­a pasado peor con nuestra mudanza. Solo podĂ­a comunicarse bien con otros alemanes, pero ademĂĄs su salud se habĂ­a deteriorado, al parecer la altura de La Paz no le hacĂ­a bien.

Pensé que tenía que acercarme y abrazarla pero me quedé quieta.

Eran las diez o diez y media, faltaba bastante para medianoche.

En casa no teníamos la costumbre de hacernos regalos navideños, así que yo no esperaba nada. Ella menos.

Recogimos los platos.

Los lavamos y secamos y los devolvimos a su lugar.

Era algo de lo que usualmente se encargaba Paulina, asĂ­ como de limpiar todo y lavar nuestra ropa y cocinar. HabĂ­a tenido que aprender las recetas de mamĂĄ porque la comida boliviana no le gustaba a nadie en casa.

Te estås volviendo alemana, la molestaban mis hermanas. Para hacerla asustar, también le decían que nos la llevaríamos con nosotras si nos íbamos.

MamĂĄ encendiĂł otro cigarrillo.

Ya no me preguntĂł si querĂ­a, simplemente me lo dio. Fue mi tercera pitada de la vida, luego hubo una cuarta y una quinta y una sexta.

Quiero que me recuerdes asĂ­, dijo entonces.

¿Cómo?, pregunté.

AsĂ­, dijo ella, fumando contigo en la Navidad del 55.

 

Nos echamos sin siquiera ponernos nuestra ropa de cama.

EstĂĄbamos cansadas.

Me gustaba oĂ­rla.

Yo no sabĂ­a que el primer hombre al que besĂł en su vida fue papĂĄ ni que los abuelos se opusieron a su matrimonio ni que les desobedeciĂł y se casĂł igual.

No sabía que antes de que me tuvieran perdieron a dos bebés, tampoco que luego perdieron a uno mås.

ÂżTĂș habrĂ­as querido tener hijos?, preguntĂ©.

MamĂĄ respondiĂł que era feliz con nosotras.

Pero tu padre sĂ­ habrĂ­a querido, dijo, por eso no dejamos de intentar. Supongo que al final Monika fue un poco como un hijo para Ă©l.

SoltĂł una risita al decirlo.

¿Te enamoraste de papå a primera vista?, pregunté.

El segundo que lo vi, dijo ella. Pero no era la Ășnica. Yo creo que todas estaban un poco enamoradas de Ă©l en el comitĂ©.

Me volteé a mirarla. Tenía los ojos cerrados y la copa de vino estaba apoyada sobre su estómago. La sostenía con una mano.

Le pregunté si todavía lo amaba.

AbriĂł los ojos y me mirĂł.

TemĂ­ que confesara que no pero me dije que lo entenderĂ­a.

Me dije que era natural dejar de amar. Me dije que en realidad lo que era poco natural era seguir amando. O quizå no, quizå eso me lo dije mucho después.

Cada dĂ­a mĂĄs, dijo mamĂĄ mirĂĄndome todavĂ­a.

Parecía que lo decía en serio pero dudé.

Dudé por cómo había sucedido la noche hasta entonces y por lo libre que parecía de pronto, tomando todo el vino que quería y fumando en cualquier parte de la casa y haciéndome fumar a mí y echåndose en la cama sin cambiarse.

Es tarde, dijo entonces y vació su copa de un sorbo antes de dejarla sobre el velador. Segundos después, cuando volví a mirarla, ya estaba dormida. ~

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CapĂ­tulo de la novela Los afectos, de pronta apariciĂłn

bajo el sello Literatura Random House.

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(Cochabamba, 1981) es escritor. En 2010 fue seleccionado por Granta como uno de los veintidós mejores escritores en español menores de 35 años. Cuatro, es su libro mås reciente (El Cuervo, 2014).


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