El niño se lleva la mano al diente,
duda.
Las bombas
no le han explotado.
Todo su cuerpo
se sacude
y no sabe
si se tiene que quitar
el calzoncillo.
No puede enseñar
su diminuta e inerme
creencia en sí.
No se sabe ante las cámaras,
tampoco lo piensa.
¿Qué
puede pensar el niño?
Volver
a ser un cuerpo mondo,
un temblor,
un gesto mínimo
que la cámara aprieta
como un aceite de paz.
Todos somos
esa gana de vida.
Oración
en un vacío
alrededor del mal.
Un gesto que es de todos,
el pudor infantil,
el cuerpo desnudo
que quiere conservarse
y crecer.
Así,
esa visión del niño
como un aceite lento
nos abarca.
Hay que correr
a protegerlo,
sacarlo de esa escena,
paralizado de horror.
Lo que no pasó.
Ahora el niño
y sus vigilantes
y nosotros
somos ese aceite,
ese calor oleaginoso
y obligatorio. ~