No a Keiko… ¿sí a qué?

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"Mal menor” es una de las expresiones políticas más comunes entre los peruanos. El año 2001 mucha gente votó por Alejandro Toledo horrorizada ante la posible victoria de Alan García, quien había arruinado el país en los ochenta. En 2006, paradójicamente, el propio García fue elegido ante la figura de Ollanta Humala, quien por su cercanía con Hugo Chávez generaba aún más miedo. El 2011, Humala se convirtió en el candidato que atajaba el paso de Keiko Fujimori a la presidencia. Finalmente, el pasado 5 de junio, Pedro Pablo Kuczynski, del partido Peruanos Por el Kambio (ppk), se convirtió en el dispositivo para impedir, de nuevo, que el fujimorismo llegara a la presidencia. En una segunda vuelta reñidísima, Kuczynski ganó por una diferencia de apenas cincuenta mil votos en un universo de más de diecisiete millones de votantes. Es consenso en el país que, por un pelo, ganó el “No a Keiko”.

“No a Keiko”, han dicho los peruanos, pero… ¿sí a qué? Todavía no hay respuesta precisa. La elección ha dejado a Kuczynski parado en una situación ideológica y política extraña. En tanto tecnócrata neoliberal, el fujimorismo era hasta esta elección su vecino ideológico en el tablero peruano. No en vano Kuczynski apoyó con entusiasmo a Keiko Fujimori en la segunda vuelta de 2011 contra Ollanta Humala. Sin embargo, para poder ganar esta elección, encarnó el antifujimorismo en los términos más tajantes y agresivos. Esa relación ha quedado magullada. Del otro lado, los movimientos, partidos y ciudadanía que empujaron la candidatura de Kuczynski nunca mostraron entusiasmo por este candidato percibido como alguien elitista y de derecha. Así, tanto su relación con la derecha como con la izquierda ha quedado en un limbo extraño.

En tal circunstancia, Kuczynski está obligado a construir su propia legitimidad siendo presidente. En algún sentido, tendrá que ser candidato por un tiempo más para montar un respaldo propio. Y lo necesitará por una razón simple: el fujimorismo (Fuerza Popular) controla un 56% del parlamento, la izquierda (Frente Amplio) un 15% y el partido de Kuczynski apenas un 13%. A favor de Kuczynski juega que los peruanos detestan a su poder legislativo (en el último reporte de Latinobarómetro solo el 8% dijo sentirse representado por el congreso) y los congresistas suelen ser mayoritariamente novatos sin peso (más del 70% de estos se renueva a cada elección). Incluso presidentes impopulares sin sólidas bancadas parlamentarias como Alejandro Toledo y Ollanta Humala han podido gobernar ante la levedad del legislativo. Un presidente popular podría sobreponerse a ese legislativo adverso.

Ahora bien, ¿desde dónde construir ese respaldo? Antes digamos algo básico: un apoyo importante en el Perú es tener 30% de aprobación popular (el presidente Humala deja la presidencia con apenas 11%). El fujimorismo arrasó en las ciudades del norte donde la delincuencia ha aumentado dramáticamente en los últimos años. No es la única razón por la cual triunfó ahí pero es innegable que su promesa de “mano dura” conectó con una necesidad básica de la ciudadanía. El gobierno de Kuczynski debe demostrar que tiene un plan y, pronto, resultados en tal materia. No solo porque el país requiere urgentemente revertir una peligrosa tendencia hacia la violencia, sino porque la mitad del país estaba convencida que quien mejor podía resolver ese problema era la candidata perdedora.

Entre una derecha liberal y otra conservadora, el electorado que le dio la presidencia a Kuczynski decidió por quien representaba mejor la democracia y el Estado de derecho. Si bien la campaña terminó siendo una dicotomía absoluta entre democracia/decencia contra dictadura/corrupción, ahora Kuczynski y sus asesores tendrán que evaluar qué tipo de agenda concreta puede empujarse para dar voz a estas preocupaciones. Una reforma del poder judicial, que subsane desde cuestiones puramente procedimentales hasta interferencias políticas, ha sido por mucho tiempo esperada en el Perú aunque parece un objetivo demasiado ambicioso por el momento. Tal vez cuestiones cercanas a una agenda de igualdad de derechos sin importar el género o la orientación sexual podrían darle un espaldarazo importante en las ciudades. El fujimorismo se opondrá pero un gran sector del país respaldará al presidente si decide impulsar tales iniciativas.

El sur peruano, la región con la más importante presencia indígena, ha votado masivamente en contra del fujimorismo a pesar de que Kuczynski siempre le ha resultado ajeno y antipático. Kuczynski debe agradecer ese voto a pecho abierto. Está obligado a revertir la tendencia de ninguneo que las élites empresariales, políticas y tecnocráticas asentadas en Lima le han endilgado al sur peruano por largo tiempo. Kuczynski, en tanto representante puro de esas élites, tiene hoy la gran oportunidad –y aún más, la responsabilidad– de revertir con hechos y gestos tanto la indolencia limeña como la ojeriza sureña.

Todo parece difícil a estas horas. Pero también parecía difícil que Kuczynski derrotara a la popular Keiko Fujimori. Kuczynski podría, quién sabe, infiltrarse en la lista, breve pero sustanciosa, de buenos presidentes que un día fueron malos candidatos. ~

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