A la memoria: Fiódor Dostoievski

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La tarántula

Cuenta Elif Batuman en su The Possessed: Adventures With Russian Books and the People Who Read Them que en el cuarto volumen de la biografía de Fiódor Dostoievski escrita por Joseph Frank, Dostoievski. Los años milagrosos, 1865-1871, uno puede aprender lo siguiente: a sus 46 años, en 1869, asediado por sus acreedores, dejó Rusia un par de meses después de casarse con la estenógrafa que le ayudó con El jugador, Anna Snitkina, de 21 años. En distintas paradas de su viaje (en Dresde, Homburg y Baden-Baden) Dostoievski volvió a la ruleta y perdió lastimosamente su dinero, el dinero de su esposa, el dinero que le enviaban para salir de apuros. En Suiza tuvieron una hija. No sobrevivió. Dostoievski finalmente pudo obtener algo de dinero y la pareja se mudó a Italia, donde el escritor pasó una mala noche.

Era primavera en Florencia –la belleza de la ciudad le dificultaba recordar las “impresiones rusas” que le ayudaban a escribir- y Dostoievski estaba, una vez más, en apuros económicos. Terminó El idiota pasada la fecha de entrega, sus editores tardaron en pagarle y se vio obligado a dejar el departamento de Via Guicciardini para mudarse a uno más barato, que se encontraba sobre el Mercato Vecchio. Una noche, allí, encuentra una tarántula. En julio de 1876, según leo en la edición de Diario de un escritor que recién lanzó Páginas de Espuma, dos criadas entraron a su habitación gritando: “hacía un instante habían visto entrar en mi habitación corriendo por el pasillo una piccola bestia, y era necesario encontrar y exterminarla costase lo que costase. La piccola bestia es una tarántula. Inmediatamente se pusieron a buscar bajo las sillas, bajo las mesas, por todos los rincones…”. No la encontraron hasta la mañana siguiente, cuando barrían la habitación. Dostoievski no pudo conciliar el sueño al tanto del veneno de las tarántulas (“dicen que la picadura de la tarántula es raramente mortal, aunque yo sabía ya de un caso durante mi estancia en Semipalatinsk, quince años antes de venirme a Florencia, cuando la picadura de una tarántula causó la muerte a un cosaco del ejército regular”) hasta que recordó y recitó de memoria “la fábula moralizadora de Kuzma Prutkov, El inspector y la tarántula”.

Kuzma Prutkov, me entero a través de Batuman, fue un autor ficticio inventado por el conde Alekséi Tolstoi (quien era pariente de Lev Nikoláyevich Tolstói por su padre) y sus primos. La moraleja de El inspector y la tarántula es: No inicies un viaje sin dinero (la tarántula es arrojada del carruaje por el inspector).

– Guillermo Núñez

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(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad


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