No es fácil ser duquesa

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Había una vez una chica, emparentada con la casa de Estuardo y descendiente del rey Carlos II, que se casó con el segundo hijo de la reina Isabel II de Inglaterra. Su nombre, Sarah Ferguson. Su estilo desenfadado y alegre contrastó desde un inicio con la apretada familia real británica, más dada a mostrar cariño a sus perros que a sus parientes. Sarah Ferguson, o Fergie para los medios ingleses, se convirtió en la Duquesa de York en 1986, tras una mediática boda con el príncipe Andrés. Hasta aquí, todo se ajusta al clásico cuento de hadas. Y de aquí, todo va cuesta abajo.

El punto más bajo (hasta ahora, pues Fergie ha mostrado encarnar a la ley de Murphy) llegó la semana pasada. Ferguson fue captada por un reportero que se hacía pasar por un empresario extranjero “vendiendo” acceso a su ex marido. Por medio millón de libras esterlinas (unos 9.3 millones de pesos), la duquesa de York se comprometía a conseguir todos los contactos necesarios para el falso empresario. “Puedo abrir cualquier puerta, y lo haré por usted”, afirma Ferguson en el video difundido por el tabloide News of the World.

“Me disculpo sinceramente por mis acciones […]. Ha sido una seria falta de juicio”, dijo Fergie tras el escándalo. El problema es que no es la primera vez y muy probablemente tampoco la última. Su separación del príncipe ocurrió después de que un paparazzo descubriera a Ferguson en topless con su asesor financiero, John Bryan, mientras éste le chupaba el dedo gordo del pie. Los tabloides se regodearon con la historia, más aún cuando descubrieron que no era el único affair de la mujer del príncipe Andrés, pues también estuvo involucrada con el multimillionario texano Steve Wyatt. Humillada, Ferguson debió renunciar al título de “Alteza Real” tras su divorcio, aunque pudo mantener el de Duquesa de York, y debió conformarse con una reducida pensión de 15.000 libras anuales (unos 280,000 pesos al año). La duquesa se ha dedicado a otros trabajos, entre ellos la literatura infantil; ha sido portavoz de firmas como Weight Watchers y ha producido películas, como un filme biográfico de la reina Victoria. Pero no ha sido muy hábil en el manejo de sus finanzas personales: Ha vivido al borde la bancarrota los últimos 14 años.

Y las cosas pintaban mal desde el principio. Desde su matrimonio con el príncipe Andrés, Fergie vivió a la sombra de la difunta princesa Diana de Gales. Diana era delgada. Fergie, no. Diana era discreta. Fergie, no. Diana era chic y elegante. Fergie, no. Un ex secretario privado de la reina, Lord Chateris, la describió como “vulgar, vulgar, vulgar”. En su autobiografía, Mi historia, Ferguson recuerda que en una de sus primeras visitas a la residencia real de Sandringham, pateó accidentalmente a uno de los perros de la casa mientras se preparaba para hacer una reverencia a la reina. Y los medios británicos no se tocan el corazón en estas situaciones. Algunos tabloides la bautizaron, no sin crueldad, como “la duquesa de Pork”. Uno llegó al extremo de hacer una encuesta entre sus lectores sobre si preferirían compartir la cama con ella o con una cabra. El 82% prefirió la cabra.

Pero más allá del carisma de Fergie, una discusión que ha quedado sobre la mesa es la vigencia del tráfico de influencias en el Reino Unido. Ferguson no es la primera figura británica que ha sido captada recibiendo sobornos a cambio de favores. El País recuerda algunos de estos escándalos, uno en concreto que involucró a tres ex ministros del Gobierno británico: Geoff Hoon, Stephen Byers y Patricia Hewitt. Uno de ellos bromeaba diciendo que era como “un taxi libre”. También ha quedado en el aire la ambigüedad del papel de la familia real en las democracias modernas. El príncipe Andrés es Representante Especial para el Comercio e Inversiones Internacionales de Reino Unido, pero la importancia de su cargo no era considerada muy grande. Hasta ahora.

Quince años después de su divorcio, Fergie ha partido, vencida, a Estados Unidos. Contará su historia a Oprah Winfrey. El periódico inglés The independent declaraba en un artículo que la duquesa era víctima de su “semi-realeza”. No parece que su historia tenga un final feliz, porque los cuentos de hadas en la vida real son menos de “vivir juntos para siempre” y más de escándalos, avaricia y humillación.

– Verónica Calderón

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(ciudad de México, 1979). Periodista. Encargada de información internacional en Tercera Emisión de W Radio y redactora de El País en Madrid.


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