No todo se jodiĆ³

QuƩ paƭs cuentas dice quƩ paƭs habitas. Y buena parte de los medios y sus colaboradores han decidido que MƩxico se reduce a 20 municipios convulsionados y tres oficinas de gobierno.
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¿En quĆ© momento se jodiĆ³ el PerĆŗ?, pregunta Santiago Zavala, editorialista de un diario en la novela ConversaciĆ³n en La Catedral. Durante los Ćŗltimos dĆ­as he leĆ­do una docena de veces la misma pregunta acerca de MĆ©xico. En especĆ­fico, algunos preguntan cuĆ”ndo se jodiĆ³ MichoacĆ”n, donde el control de una veintena de municipios es disputado por dos grupos armados con fusiles de asalto y equipados con aparatos de radiocomunicaciĆ³n y pick ups Tacoma, Frontier, Ford F-150 o Avalanche del aƱo. A los miembros de uno de esos grupos se les da el buen nombre de “autodefensas”, se negocia con ellos y se les exime de cualquier cuestionamiento sobre el origen de su armamento de alto poder y el fondeo de sus actividades.

El anĆ”lisis de algunos opinadores  de la prensa mexicana vuelve a ser el mismo de aquel movimiento No+Sangre, perezoso, insultante en su simplismo, que aĆŗn piensa el paĆ­s como una pelĆ­cula de Ismael RodrĆ­guez (minuto 2:35), en el que gobierno y empresarios conspiran contra un pueblo de pobres con corazĆ³n de oro que merecen ir al cielo, donde existe la SecretarĆ­a de la Honestidad. Y cuando se preguntan cuĆ”ndo se jodiĆ³ MĆ©xico, dan por sentado que MĆ©xico se jodiĆ³.

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A poco mĆ”s de 330 kilĆ³metros de la ciudad de MĆ©xico hay un pequeƱo taller de cerĆ”mica mayĆ³lica, iniciado hace 16 aƱos por una pareja que vendĆ­a vajillas de elaboraciĆ³n artesanal, a pie de carretera, a los turistas. DiseƱos originales, calidad de trabajo y constancia hicieron que esporĆ”dicamente les llegaran trabajos especiales que les ayudaban a mantenerse a flote y sobrevivir los malos tiempos. Un dĆ­a, un empresario les preguntĆ³ si eran capaces de elaborar una botella de cerĆ”mica en la que los lĆ­quidos no se filtraran.

Y lo lograron, pero no se trataba de hacer envases, sino de producir un objeto deseado, con diseƱo, que la gente quisiera tener. Hoy en dƭa, Roberto MƩndez y Guillermina Torres han logrado hacer crecer su negocio; producen mensualmente unas 2,600 botellas de lujo para tres distintas empresas tequileras y dan empleo a 31 artesanos que dibujan y decoran a mano cada pieza. Una sola de sus botellas en el mercado llega a tener un precio comercial de hasta 1,300 pesos.

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Sesenta kilĆ³metros al poniente, en una comunidad de la Sierra de Santa Rosa viven cinco mujeres que en 1998 fueron invitadas por estudiantes a un taller de elaboraciĆ³n de conservas de frutas que les ayudarĆ­a a aprovechar cada vez mejor la fruta de sus huertos y les abrirĆ­a perspectivas de mejores ingresos. Acostumbradas a grupos que llegaban al pueblo en periodos electorales a hacerles promesas de ayuda e irse despuĆ©s de aprovecharse de la confianza de la gente, las amas de casa confiaron y aprendieron a elaborar dulces, mermeladas, licores de frutas que luego pudieron presentar en muestras artesanales y expos de productos orgĆ”nicos.

No sin dificultades, las mujeres pudieron montar un taller, fracasar, levantarse, mejorar sus procesos, crecer, aspirar. Hoy, son las responsables de elaborar la mermelada que se usa en los restaurantes Toks de todo el paĆ­s, empresa a la que le venden 10 toneladas mensuales. Ninguna llegĆ³ mĆ”s allĆ” de la secundaria, pero hoy tienen hijos universitarios y estĆ”n capacitĆ”ndose para expedir facturas electrĆ³nicas, aunque en la comunidad no hay internet aĆŗn. Ninguna sabe quĆ© es Twitter.

 

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En un paĆ­s en el que los elogios se han reservado a los paramilitares ajuareados con equipo de combate de 18 mil pesos—a los que se legitima llamĆ”ndoles autodefensas porque eso dicen las camisetas que llevan—, no hay lugar para otra cosa que no sea la crĆ³nica de cĆ³mo se jode todo. Hace algunas semanas, Roberto Zamarripa escribĆ­a sobre MichoacĆ”n: “Las autodefensas son aplaudidas por el poder y escoltadas en sus asonadas. La comunidad las protege a cambio de una migaja de tranquilidad”. MichoacĆ”n tiene atractivo; uno puede sentirse reportero de guerra, llevar las cuentas de los muertos o colaborar con uno de los grupos en difundir asesinatos de niƱos que no se verifican, pasar del periodismo a la ficciĆ³n y lamentarse luego por el paĆ­s entero.

QuĆ© paĆ­s cuentas habla de quĆ© paĆ­s habitas. Y buena parte de los medios y sus colaboradores han decidido que MĆ©xico se reduce a 20 municipios convulsionados y tres oficinas de gobierno. En la agenda de esta nueva generaciĆ³n de periodistas de guerra hay entrevistas a enmascarados que dicen ser sicarios de Los Zetas, fuegos cruzados; historias en las que necesariamente hay conspiraciones, bandos, buenos y malos. La normalidad no existe ni tampoco la vida comunitaria. Mujeres que hacen mermelada, artesanos que hacen comunidad cuando el futuro de algunos de ellos era la migraciĆ³n. No llevar un arma semiautomĆ”tica. No tener internet y crecer en silencio. Todo esto es un acto de fe que ocurre y se renueva todos los dĆ­as. El paĆ­s no se jodiĆ³.

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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