Hoy desperté con nostalgia del endecasílabo: ese verso de extensión intermedia, ni tan cantado como los octosílabos y heptasílabos del romance español, ni tan aletargado como el alejandrino. Como si sus once sílabas fuesen la extensión justa al oído latino para sacar a luz, en un movimiento único, el ritmo cadencioso y la profundidad en la palabra. Sin el galope del verso corto que borra sus propias huellas; y sin la pausa del verso largo que a veces mata con su parsimonia.
¿Por qué casi nadie ya escribe en endecasílabos? No me refiero al mero oficio poético de ajustar el contenido a la métrica, sino a un modo de ser lírico en el que el endecasílabo se instala en la sangre, fluye sin cálculo y plasma naturalmente en la hoja o la pantalla. Un endecasílabo fluido, de adentro para afuera, donde el sudor constructivo de la poesía queda mágicamente sepultado tras la caída redonda del idioma, desde la intuición interior hasta la undécima sílaba. De Fray Luis a Neruda o Borges, esa medida viajó sin cortes por la poesía castellana dando expresiones irrepetibles en todos los ánimos y temas.
Puedo evocar al paso algunos endecasílabos que, incluso extraídos del contexto del poema, acuñan de un solo plumazo los estados del espíritu. "Salid sin duelo, lágrimas corriendo" es un verso que expresa sin trámite las penas de amor en Garcilaso de la Vega, y reclama un llanto cuya serenidad contrasta con el frustrado anhelo amoroso y, en ese contraste, lo purifica. "Con ansias vivas y mortal cuidado", dice Fray Luis de León para alumbrar un ánimo mundano en el que la sed de experimentar se tensa con el temor a sus consecuencias, sentenciando esa contradicción básica de la existencia entre el deseo de llegar a alguna parte y el miedo a llegar tan de repente. "Umbrío por la pena, casi bruno", reza Miguel Hernández, en su descarnada fuerza para colorear la tristeza, condensándola en un juego de sombras que no se sabe si penetran el ánimo o emanan de él. "Me moriré en París con aguacero", profetiza César Vallejo, redimiendo su propia muerte en un verso donde la melancolía es al mismo tiempo destino, verdugo y belleza.
Mi nostalgia no pretende en ningún caso resistir el verso libre. Más aún, este último encuentra muchas veces su fuerza en la lucha interior por desprenderse del endecasílabo, romper la perfección de esa medida para salir a conquistar los reinos de la incertidumbre y ver si en ellas la poesía renace con otra voz. Por otra parte, también reconozco que bajo el paraguas del endecasílabo se ha escrito mucha mala poesía o seudopoesía, que tan fácilmente enmascaró su mediocridad tras la cadencia garantizada por esas once sílabas.
Pero lo echo de menos, qué le voy a hacer. O por decirlo endecasílabamente: nostalgia de esa música en la sangre/ que en su trote destella cuando cala. –