El hebreo es un lenguaje difícil de hacer sonar sencillo”, escribió Jonathan Safran Foer. “Amos Oz me dijo una vez que escri- bir en hebreo es como tratar de susurrar en una catedral.” Este número es un coro de susurros: tres generaciones de autores hebreos trazan en nuestras páginas la genealogía de su literatura, una literatura que podría definirse como el hebreo mismo: concisa y compleja.
El hebreo existe desde hace tres mil años, pero fue solo hasta el siglo XX cuando, de la mano de Eliezer Ben-Yehuda, pasó de la liturgia a la calle, de la Biblia a las obras de ficción y, como lengua literaria, empezó a ocupar las estanterías y las mesas de novedades.
“El hebreo –dice Amos Oz– es un instrumento musical maravilloso. Es un lenguaje con muchas cosas en común con el inglés isabelino. Un escritor o poeta hebreo contemporáneo puede tomarse libertades osadas, puede incluso legislar en el lenguaje, porque el hebreo es como lava que se derrite, como un volcán en erupción, y uno todavía puede dejar cierta huella.”
Aharon Appelfeld (1932), A. B. Yehoshúa (1936) y Amos Oz (1939) comenzaron a publicar durante la década de los sesenta. Las biografías de estos escritores, que forman parte de la célebre Generación del Estado, están unidas al desarrollo de las letras hebreas contemporáneas. Los tres crecieron durante la Segunda Guerra Mundial y en 1947 vieron nacer el país cuya cotidianeidad han retratado en sus relatos, memorias y novelas.
David Grossman (1954) y Tsruyá Shalev (1959) nacieron en Israel y se han afrontado a las complejas aristas políticas que vertebran su lugar de origen. Grossman perdió a su hijo en la Segunda Guerra del Líbano en 2006 y Shalev tardó cuatro meses en recuperarse de una bomba que estalló mientras caminaba para recoger a su hijo de la escuela. “Las situaciones de conflicto son buenas para la literatura, son propicias para la creación”, escribiría Yehoshúa.
Gadi Taub (1965) y Dror Burstein (1970) empezaron a publicar sus obras a finales de los noventa, y la política dejó de ser central en su ficción. Sus novelas y cuentos están escritos en hebreo conversacional. Nihilistas y muchas veces subversivos, aprovechan las referencias de la cultura pop para retratar a las figuras de la periferia israelí: drogadictos, strippers, estrellas de cine fracasadas y turistas despreocupados pueblan sus historias.
Este recorrido por las letras hebreas comienza con un ensayo escrito a cuatro manos entre Amos Oz y su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger (1960). El judaísmo laico, ensayan padre e hija, no radica en los cromosomas, sino en la relación íntima con los textos escritos. “¿Qué es un judío? –pregunta George Steiner–. Es alguien que lee un libro con un lápiz en la mano, convencido de que puede escribir uno mejor.” Después, en unas memorias inéditas en español, Appelfeld esboza la geografía de Jerusalén a través de sus cafés literarios, en donde encontró su voz como escritor. Y por último, una antología: relatos inéditos de A. B. Yehoshúa, David Grossman, Tsruyá Shalev, Gadi Taub y Dror Burstein que revelan el panorama actual de un literatura viva.
Oz, Appelfeld, Yehoshúa, Grossman, Shalev, Taub y Dror son los nuevos profetas hebreos, que susurran y moldean un lenguaje que es como la lava que se derrite. ~