Octavio Paz: Pasión Crítica

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El 30 de noviembre de 1971 Octavio Paz le escribió una carta a Tomás Segovia comentando un artículo que recién había leído en The New York Times sobre el enfrentamiento entre el gobierno y los grupos guerrilleros en México. Durante los primeros meses del gobierno de Echeverría, la así llamada “apertura democrática” fue puesta a prueba por grupos que consideraban la resistencia armada como la respuesta más adecuada a la represión gubernamental tras 1968. En este mismo periodo grupos parecidos comenzaron a surgir en toda América Latina, sobre todo en Argentina, en Uruguay y en los sectores radicales del gobierno de Unidad Popular en Chile. La carta de Paz a Segovia nos ayudan a entender su pensamiento político en aquel tiempo.

Después de preguntarse quién sería la persona idónea para escribir un artículo en torno a esa violencia –y sin que se le ocurra aún nombre alguno–, Paz esbozaba las líneas generales de dicho texto. Vale la pena analizar con detalle este párrafo revelador. Paz escribía que, en aquel momento, la situación política en México no estaba centrada en la democratización sino en la confrontación física. Los diversos grupos no hablaban entre sí; intercambiaban golpes. Paz sentía que la “ideología” de los grupos guerrilleros era una de las causas de la intensificación de la violencia. Para él, tal como lo sostuvo en Posdata, las ideas que sostenían la guerra de guerrillas eran falsas e inoperantes, como lo había demostrado con cruel minuciosidad la historia reciente de América Latina. En términos de táctica, le sorprendía que los grupos guerrilleros en México aún se aferraran a una ideología que rechazaba la acción política legal al tiempo que la tendencia en el resto del subcontinente era trabajar por el cambio a través de instituciones democráticas, como podía verse en Uruguay y Chile. Incluso Fidel Castro, en su reciente visita a Chile, parecía admitir que el camino chileno al socialismo era viable. Sin embargo, en México, según Paz, era el gobierno el que debía asumir la mayor responsabilidad por la violencia: era el gobierno el que apresaba gente por razones políticas y negaba la existencia de prisioneros políticos, mientras que simultáneamente trataba de apaciguar la actividad guerrillera recurriendo a la violencia. Paz lamentaba el uso exclusivo de la acción violenta, ya que –aun cuando pudiera tener cierto éxito aparente en el corto plazo– nunca sería efectivo a menos que contara con el apoyo popular, o a menos que el orden predominante estuviese a punto de colapsar internamente, como fue el caso en la Cuba de Batista. Para Paz, ninguna de estas opciones se vislumbraba en el horizonte mexicano. Así las cosas, temía que la “primavera política mexicana”, que diera inicio un año antes, estuviera a punto de terminar. Las puertas podrían estar abiertas para un golpe militar o, al menos, para una mayor influencia militar sobre el gobierno. La alternativa, para él, estaba clara: o la “violencia” o la “democratización”. ¿Y entonces, pregunta a Segovia, quién podría escribir este artículo? La respuesta era, por supuesto, Paz mismo.

Paz abordó el tema de la violencia política en una serie de artículos publicada en Plural a lo largo de junio y julio de 1973 y agosto de 1974. Sin duda, después de Tlatelolco y Posdata, escribió cada vez más sobre asuntos políticos contemporáneos, y Plural le ofreció un foro para esas deliberaciones. Más adelante, Paz reuniría la mayor parte de esos ensayos en El ogro filantrópico, publicado en 1978. Podemos dividir los intereses de Paz en cuatro temas principales: la relación entre el escritor y el Estado –ese “ogro filantrópico”, como definiría al Estado en un célebre artículo publicado en Vuelta en agosto de 1978–; una preocupación más amplia sobre el desarrollo y el legado de la Revolución mexicana; comentarios sobre los acontecimientos internacionales más relevantes de la época, como el golpe de Estado en Chile; y un interés permanente por exponer la naturaleza de las violaciones a los derechos humanos en la Unión Soviética, en particular en el gulag.

La nueva presidencia de Echeverría, al parecer, presentaba rasgos del ogro y también del filántropo. El ogro podía aparecer bajo distintas formas, de entre las cuales la más brutal y también la más simbólica fue la matanza de Jueves de Corpus (1971); había aquí una repetición de Tlatelolco, y se trataba del mismo ogro, aunque vestido esta vez con guayaberas y hablando de alianzas en el Tercer Mundo. Y la filantropía también estaba ahí, en exceso: Echeverría se mostró generoso al dotar de dinero a diferentes proyectos culturales y educativos; se rodeó de jóvenes universitarios tecnócratas –que llegaron a ser conocidos como la “efebocracia”– y se ocupó en la promoción de diversas iniciativas en las esferas intelectual y cultural.

Durante su régimen se liberó a varios prisioneros políticos que estaban todavía encarcelados tras la represión de Tlatelolco. Echeverría abarcó también la escena internacional pretendiendo que México se convirtiera en líder de los debates en el Tercer Mundo y reestableció relaciones diplomáticas con Cuba pese a la fuerte oposición de Estados Unidos. Pero más allá de estas demostraciones patentes de una nueva política y de un nuevo estilo, para muchos el presidente parecía ser un genuino luchador que buscaba enfrentarse a los abusos del sistema y articular una política exterior independiente.

El debate sobre el nuevo presidente y sobre la responsabilidad de los escritores se convirtió en un tema central desde los primeros ejemplares de Plural. Hacia mediados de 1972, dos de las figuras intelectuales más respetadas de México, Fernando Benítez y Carlos Fuentes, dieron su apoyo incondicional a Echeverría. En un libro de comentario político, Tiempo mexicano, publicado en 1971, Fuentes afirmó que Echeverría estaba adoptando, en apariencia, políticas más progresistas que las de su predecesor y expresó su temor de que México pudiera ser sometido a una dictadura “fascista”. Poco después Fuentes declararía que dejar a Echeverría aislado sería un “crimen histórico”. Esta frase, pronunciada ante un periodista neoyorquino en el momento en que Echeverría visitaba Estados Unidos (y sorprendía a varios liberales estadounidenses en una reunión que sostuvo con intelectuales durante su viaje), ocasionó un gran alboroto, como lo señaló una breve nota en Plural (núm. 10, julio de 1972). La nota, evidentemente escrita por Paz, sostenía que el tema era demasiado importante como para tratarlo de forma apresurada y señalaba que Fuentes pronto aclararía su posición en uno o más artículos a ser publicados en Plural. El columnista mantenía que a Plural le enorgullecía dar cabida a un foro abierto de intercambio de ideas (p. 39).

Efectivamente, un mes más tarde Fuentes justificó su posición en un artículo extenso y de primer orden en Plural, bajo el título “Opciones críticas en el verano de nuestro descontento”. Allí intentó aclarar su postura: “Dejar aislado al actual Presidente de la República significa, para mí, abstenerse de una participación crítica en nuestra vida pública” (p. 3). Fuentes comienza esbozando una imagen panorámica de la crisis del desarrollo capitalista en México y del costo social inaceptable que es la pobreza y la ausencia de redistribución de ingresos. Sostiene que debe hallarse una suerte de solución socialista a medio camino entre el complejo industrialmilitar de Estados Unidos y la autocracia burocrática de la Unión Soviética, o bien, una solución ajena a esos términos, aunque en ambos países Fuentes ve indicios de cambio en términos del impulso democrático de sus pobladores, como sucede con los “nuevos estilos de vida” en Estados Unidos, por ejemplo, donde la gente está “amando, escribiendo, pintando, cantando, filmando, reclamando el derecho del negro, de la mujer, del chicano, y organizándose políticamente para lograr sus objetivos” (p. 6). No obstante, para México la reelección de Nixon y de su secuaz Henry Kissinger constituye una amenaza. Si el “proyecto imperial” de Estados Unidos sigue adelante sin ningún desafío, entonces no hay posibilidad alguna de desarrollo autónomo. Por las razones anteriores, Fuentes respaldó a Echeverría cuando éste tomó una vía independiente en materia internacional: “Me sumo con gusto al aplauso que Salvador Allende, Fidel Castro, Alvarado Velasco, Michael Harrington, John Womack, Arthur Miller y George McGovern le reservan al Presidente de México” (p. 6). Con el fin de lograr una forma de desarrollo independiente –continuaba Fuentes– el Estado nacional debe jugar un papel central para evitar la “brasileñización” (es decir, la penetración económica y política de Estados Unidos en el país). “México no será libre sin un Estado nacional fuerte; pero el Estado nacional no será fuerte sin ciudadanos libres” Sí, ahí está el tropiezo –para decirlo, como Fuentes, con Shakespeare. ¿Y es que cómo se podía hablar de libertad después del Jueves de Corpus?

Una vez más Fuentes presentaba su justificación: “Puedo repetir aquí la explicación que me he dado a mí mismo de esos hechos: el 10 de junio del 71 todas las fuerzas de la reacción mexicana se confabularon para tenderle una trampa a Echeverría, estigmatizar represivamente al nuevo régimen, desacreditar la difícil y calificada opción democrática con que el nuevo mandatario intentó superar la honda crisis del 68” (p.

8). Empero, admitía que este argumento “casi nadie lo atenderá” (p. 8). Y, sin embargo, repetía enérgicamente que las alternativas son mucho peores: “La derecha neofascista mexicana es un club de Quislings nacos; sus agresiones tienen el propósito de debilitar al país y establecer una dictadura sumisa a los mandatos norteamericanos” (p. 8). Para combatir este posible desenlace, Fuentes proporcionaba un plan de cuatro puntos: 1) buscar una política internacional independiente; 2) destruir a los “emisarios del pasado”; 3) llevar a efecto una redistribución radical del ingreso; y 4) apoyarse en las organizaciones populares locales autogestivas para llevar a cabo estas medidas. Los cuatro puntos requerirían la intervención de un Estado mexicano fuerte bajo el mando de Echeverría.

Maarten van Delden ha examinado la manera en que Fuentes intentó reconciliar la aparente contradicción entre su respaldo a Echeverría y su crítica de la “naturaleza personalista y antidemocrática del sistema político mexicano”, aunada a su alabanza a “la idea de un gobierno autónomo local, al que considera profundamente enraizado en la tradición cultural mexicana”. Fuentes sale airoso aduciendo que Echeverría constituye una fuerza democratizadora, pero también que el desarrollo de la sociedad civil puede reforzar positivamente al Estado nación. Bajo estas condiciones, el único crimen para Fuentes sería la “abstención”. En este debate, los escritores y los intelectuales tienen el deber de intervenir, y sus acciones, sus escritos, hacen la diferencia. En el conjunto de intelectuales y artistas que buscan expresar sus preocupaciones, Fuentes incluye a Daniel Cosío Villegas y a Ricardo Garibay, con sus ensayos en Excélsior, y a Octavio Paz, con sus “declaraciones” en Plural, “quienes por la audacia y libertad de su pensamiento irritan provechosamente los hábitos amodorrados de muchos y multiplican las posibilidades de la reflexión inteligente” (p. 9). El papel del escritor era, pues, el de un crítico y, en el caso del México contemporáneo, la “verdadera crítica” tenía un propósito práctico: prevenir el golpe de la extrema derecha. Las acciones del propio Fuentes respaldaban su enfoque crítico: el 11 de febrero, unos meses antes de escribir este artículo, había rechazado el Premio de Literatura Mazatlán que le fuera otorgado por su libro de ensayos Tiempo mexicano, debido a la brutalidad policíaca en la intervención en la Universidad de Sinaloa.

En el siguiente número de la revista Gabriel Zaid escribió, en su típico estilo clínico y mordaz, una “carta abierta” a Fuentes, una refutación directa de sus argumentos. Zaid afirmaba que lo más importante en el México de ese momento era que la vida pública fuera realmente pública. Para dar una imagen de la política mexicana, recurría a la imagen de la tenebra, un turbio espacio privado en penumbras donde se lleva a cabo la mayor parte de la vida pública. El papel del escritor era luchar contra la tenebra para alcanzar la claridad. Zaid sostenía que Fuentes se equivocaba en esta tarea, pues utilizaba su prestigio internacional para reforzar el poder ejecutivo y no la independencia respecto del ejecutivo. La lealtad fundamental de la gente que publica, dijo Zaid, debe ser para con sus lectores/público (a lo largo del artículo juega con los diferentes significados de las palabras publicar y público: hacer público, tener lectores, tener un espacio público). Hablar a favor del poder ejecutivo, no importa si es con la mejor de las intenciones, es un camino seguro para socavar la independencia de los escritores y de los periodistas. Zaid concluía desafiando a Fuentes: “Si eres amigo de Echeverría, ¿por qué no le ayudas privadamente con el mayor servicio que nadie le puede hacer: convencerlo de que Corpus no es un pelo cualquiera en la sopa de la Apertura, sino la prueba pública de si cree que podemos democratizarnos, o si cree, como don Porfirio, que todavía no estamos preparados?”

Un mes más tarde Plural dio cabida a una discusión titulada “México 1972: los escritores y la política” (núm. 13, octubre de 1972).

En su intervención, el escritor José Emilio Pacheco escribió que la actitud de apoyo al presidente por parte de Benítez y Fuentes había consternado a escritores e intelectuales. Para Pacheco, “el apoyo, todo lo condicionado y crítico que se quiera, de algunos de nuestros mejores amigos y compañeros al régimen de Echeverría, ha provocado una crisis en las relaciones de todos los escritores mexicanos con un sector muy importante de su público”, en particular con los estudiantes, quienes habían sufrido las agresiones de 1968 y 1971. Mucha gente –continúa Pacheco– había pensado que la postura moral de Paz ante la masacre se convertiría en un proyecto político, y cuando esto no sucedió, se preparó la escena para la crisis actual, exacerbada por los escritores que entraron en diálogo con el presidente creyendo que finalmente habían logrado acceder al poder y que serían escuchados, en lugar de escribir en el vacío. El resultado, según Pacheco, era que los lectores se habían vuelto contra los escritores: “Las consecuencias prácticas de este diálogo se traducen en una ofensiva contra el grupo que dominó las letras mexicanas en la pasada década, una ofensiva que no proviene del poder sino de una porción significativa de los lectores que han hecho su prestigio.” Pacheco defendía así a Fuentes, quien, en su opinión, siempre había tenido los intereses de México en mente, pero también tomaba distancia al mostrar un sano escepticismo frente a las promesas de Echeverría.

El grupo conformado por Paz para discutir la cuestión del escritor y la política –Paz mismo, Gabriel Zaid, Jaime García Terrés, Luis Villoro, Tomás Segovia, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce y Carlos Fuentes– tenía puntos en común, pero también zonas de divergencia. La mayoría concordaba explícitamente con la frase inicial de Paz, que parafraseaba a Marx: “Por los aires de México corre un secreto a voces: el sistema político que desde hace más de cuarenta años nos rige, está en quiebra” (p. 21). Casi todos expresaban el mismo deseo de Paz, impreso en cursivas, de una solución a la crisis: “La solución consiste en el nacimiento de un movimiento popular independiente y democrático que agrupe a todos los oprimidos y disidentes de México en un programa mínimo común” (p. 22), una forma de socialismo democrático. Paz no abundaba, sin embargo, en cómo podía emerger dicho movimiento; se concentraba en el papel del escritor en el campo de la política.

Paz afirmaba, de nuevo en cursivas, que existía una diferencia entre ser un ciudadano y un escritor. En tanto escritor, “mi deber es preservar mi marginalidad frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma. Contra el poder y sus abusos, contra la seducción de la autoridad, contra la fascinación de la ortodoxia. Ni el sillón del consejero del Príncipe ni el asiento en el capítulo de los doctores de las Santas Escrituras revolucionarias” (p. 22). Esta postura, sostenida en cada caso con sutileza, fue compartida en buena medida por Zaid, García Terrés, Segovia y García Ponce: para ellos la principal responsabilidad del escritor era mantener la independencia de pensamiento. En palabras de Zaid, “se diría que Cosío Villegas fue más sabio que ‘los siete sabios’ al concentrarse en empresas culturales. Todas demuestran fe en los medios propios de la vida intelectual: la imaginación, la investigación, la fundamentación, la crítica, la comunicación pública”. En este sentido, según Zaid, el Fondo de Cultura Económica había hecho más para democratizar al país que el Partido Popular Socialista y el pan, y por el momento Excélsior era una fuerza democratizadora más contundente que todos los partidos políticos juntos.

Fuentes, en contraste, reiteraba la posición esbozada en su artículo anterior, según la cual el deber del escritor, en ciertas circunstancias, era comportarse como un ciudadano y apoyar o condenar las iniciativas políticas. Fuentes le reprochaba suavemente a Zaid su artículo crítico del número anterior, oponiéndose a las acusaciones que éste le hiciera sobre un análisis maniqueo de la política y aludiendo a las creencias católicas del propio Zaid: “¿Qué decir de su condenación in toto del actual Presidente porque fue Secretario de Gobernación de Díaz Ordaz? ¿No huele esto a la fea noción cristiana del pecado original, la caída sin redención y la expulsión del Paraíso?” (p. 28). Fuentes interpretaba la postura de Zaid y de otros, muy probablemente, como una oposición “liberal” a Echeverría: sus críticos no se oponían a mantener relaciones con el Estado, sino con un Estado que tenía inclinaciones de izquierda.

Esta distinción, sin embargo, nunca se hizo explícita; a decir verdad, cada vez que se mencionaba la palabra “liberal” en relación con Plural, se la recibía con desprecio desde el interior de la revista. Van Delden resume claramente la posición de Fuentes: “Optar por Echeverría, como Fuentes hizo en la década de 1970, era optar por el Estado, y optar por el Estado era reconocer que una revolución socialista era meramente un sueño utópico, y que la prioridad de la nación debía ser evitar la toma del poder por parte de los fascistas.” Fue esta lógica la que le permitió a Fuentes aceptar en 1975 el cargo de embajador en Francia.

Aunque Pacheco y Monsiváis coincidían con la afirmación de Paz según la cual el escritor no debía comprometerse directamente con el Estado y debía trabajar dentro del terreno de las ideas y el intelecto, ambos pensaban que esas mismas ideas podían ser “transformadoras” dentro de la arena pública. Como escribió Pacheco: “A pesar de sus terribles limitaciones, nuestro oficio tiene una dignidad y una importancia social porque se maneja con las palabras y sólo mediante el empleo exacto de las palabras podemos aspirar a entendernos y a entender el mundo. Y entender el mundo engendra de inmediato la voluntad de transformarlo” (p. 27). Monsiváis también sostenía que su trabajo como escritor y periodista consistía en respaldar el “impulso democrático” de movimientos como el estudiantil y el de los grupos campesinos independientes. Veía al presente gobierno como la “sucursal más reciente de la primera Gran Tienda de Auge del Capitalismo Nacional”, esto es, la revolución mexicana institucionalizada, en la que la “apertura democrática” era la promoción más novedosa del otoño (p. 24).

De esta manera, los límites del debate quedaron claramente establecidos y, como señala Jaime Sánchez Susarrey en El debate político e intelectual en México, Monsiváis ya había comenzado a fijar una postura más explícita en contra de los intelectuales “liberales” en las páginas de La Cultura en México. Un número especial de dicho suplemento (núm. 548, 9 de agosto de 1972) incluyó artículos escritos por Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín, Héctor Manjarrez y Carlos Pereyra, todos los cuales articulaban la perspectiva gramsciana del intelectual “orgánico” con miras a respaldar la lucha popular contra la dependencia y el subdesarrollo. Paz sentía que había cierto desdén hacia su persona en este conjunto de artículos y recurrió al espacio de “Letras, letrillas, letrones” en Plural para burlarse de sus críticos, a quienes acusó de producir una mezcolanza de ideas caducas digna de Zhdánov o del movimiento falangista. En una chanza memorable, Paz dice de Aguilar Camín y Enrique Krauze –quien más tarde sería un colega cercano–, quienes escribieron en conjunto un artículo en La Cultura en México, que eran “siameses intelectuales” y tenían “un medio cerebro en dos cuerpos”. Para Paz (aun cuando el artículo no esté firmado) estos columnistas no eran trabajadores ni campesinos ni guerrilleros: “son jóvenes burgueses que escriben en un semanario cultural –con muchas citas y poca sintaxis, es verdad, pero con cierta libertad”. Paz volvería a atacar en el siguiente número (“Otro coscorrón”, Plural, núm. 12, septiembre de 1972). Este intercambio mostraba una clara falla dentro de la esfera intelectual, una fisura que crecería conforme la revista hiciera más explícitos sus objetivos.

Plural demostró ser relativamente “pluralista” en el debate sobre la política y el poder y evitó abogar por cualquier punto de vista particular, aunque conforme pasaron los meses, y la revista adquirió una forma más estable, asumió una postura que cuestionaba la política del gobierno y del presidente mismo. Durante algún tiempo Carlos Fuentes continuó siendo una figura central de la revista, independientemente de su postura a favor del gobierno. De hecho, Paz defendió abiertamente a Fuentes cuando fue admitido en El Colegio Nacional: el discurso inaugural de Fuentes fue publicado en el número 14 de Plural, un mes después del debate sobre los escritores y la política. En su introducción a este texto, Paz ampliaba una metáfora desarrollada en Posdata, la “crítica de la pirámide”, y describía a México como un país de caníbales que ansían carne humana y en donde los críticos están siempre afilando y hundiendo sus cuchillos: “Salvo unas cuantas excepciones, no tenemos críticos sino sacrificadores.

[…] Las bandas literarias celebran periódicamente festines rituales durante los cuales devoran metafóricamente a sus enemigos. Generalmente esos enemigos son los amigos y los ídolos de ayer.” Sin duda, Paz se incluía a sí mismo como uno de esos “ídolos” profanados en dichas ceremonias cuasi religiosas de destrucción. En otra nota dentro del mismo número, Paz habló sobre las “elucubraciones de los claustrofóbicos intelectuales mexicanos”, incapaces de analizar el impacto de las relaciones internacionales sobre México (p. 39). En este ejemplar, Paz estuvo dispuesto a reconocer algunos de los intentos de Echeverría por conformar una “apertura democrática”.

El análisis de Paz sobre México y los asuntos internacionales constituyó una voz dominante en la revista, aunque la correspondencia interna revela que siempre se buscó la participación de otros comentaristas mexicanos. Un columnista destacado, que apareció ocasionalmente al principio y con mayor frecuencia en los números posteriores de la revista, fue el historiador Daniel Cosío Villegas, quien desde finales de los años sesenta destacó en sus columnas semanales de Excélsior –publicadas en la página 6 del diario– como un crítico ingenioso e incisivo de las políticas del gobierno. El historiador Enrique Krauze calcula que Cosío Villegas publicó en Excélsior más de doscientos artículos sobre la política mexicana en un lapso de siete años. Cosío Villegas puso especial atención en la nueva presidencia de Echeverría. Al principio, compartió la opinión de que el enérgico presidente buscaba democratizar el sistema. En un artículo publicado en Plural en abril de 1972, mencionó que la elección del intelectual Jesús Reyes Heroles [como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI] revelaba “el deseo presidencial de cambiar y de mejorar la vida pública nacional”. Sin embargo, conforme pasaron los meses, el historiador comenzó a criticar cada vez más las medidas del presidente y su “estilo personal” de gobernar. Su libro El sistema político mexicano –objeto de una falsa controversia entre Cosío Villegas y el joven historiador de El Colegio de México Rafael Segovia, en la que éste lo acusa de ser demasiado idealista– censuraba la centralización del poder por parte del presidente y el partido. Una vez terminada esta obra, Cosío Villegas empezó a escribir un ensayo sobre el estilo presidencial de Echeverría.

En varias ocasiones Echeverría trató de ganarse al viejo disidente, o al menos de establecer un acuerdo con él. En las memorias de Cosío Villegas pueden encontrarse numerosas anécdotas divertidas sobre comidas celebradas con Echeverría en su casa o en la residencia presidencial. No obstante, también es claro que Cosío Villegas se veía a sí mismo a merced del departamento de “trucos sucios” del gobierno cuando lanzaba sus críticas más explícitas. Por ejemplo, un libelo llamado Danny, el sobrino de Tío Sam comenzó a circular, con una tirada de unas cincuenta mil copias, y todo mundo supuso que había sido financiado por el gobierno. Cosío Villegas también percibió un insidioso interés policial en sus conversaciones. Exasperado, escribió un reclamo formal: “Entonces escribí unas cuantas líneas a Fausto Zapata (secretario personal de Echeverría) para solicitarle que le comunicara al presidente, en primer lugar, que cancelaba la invitación que le había enviado para almorzar en mi casa; en segundo lugar, que dejaría de escribir en Excélsior y Plural; y, en tercer lugar, que daría inicio a los preparativos necesarios para dejar el país e instalarme en el extranjero por un período indefinido.”

Poco tiempo después de esta confrontación Cosío Villegas publicó en Plural (núm. 31, abril de 1974) un artículo sobre la relación entre la prensa, el gobierno y los intelectuales. El historiador consideraba el año de 1968 como un parteaguas, una ruptura de la “feliz coexistencia” entre el gobierno y la prensa que condujo a una situación en la que “el intelectual mexicano no está acostumbrado a considerar como parte normal de su oficio de intelectual comentar críticamente los acontecimientos públicos de su país”. Dos cosas habían cambiado desde 1968. La primera era que el gobierno de Echeverría había buscado abiertamente el diálogo, “para criticar y autocriticarse, para exhibirse él y sus colaboradores ante la mirada pública” (p.

62). La segunda era que –sin mencionar abiertamente su nombre o el de su periódico– Julio Scherer se había puesto al frente de Excélsior y había forjado un estilo periodístico nuevo, independiente: “La dirección y la administración de uno de los diarios más antiguos y de mayor renombre del país, cayeron en las manos de un grupo de jóvenes periodistas profesionales que se propusieron darle una nueva vida. Y entre los varios medios para conseguirlo estuvieron estos tres: invitar a nuevos colaboradores que prometían destacar; darles una libertad mayor para expresar sus sentimientos y sus ideas; y remunerarlos mejor” (p. 63). Sin embargo, Excélsior parecía ser una voz un tanto solitaria en un país donde demasiadas personas, incluidos los altos mandos gubernamentales, no aprobaban las críticas al gobierno y –aquí Cosío Villegas parece referirse a sus propias experiencias– organizaban “injustificados ataques a los escritores independientes, que se hacen usando los fondos públicos para pagar la pluma mercenaria de otros escritores” (p. 62). Cosío Villegas sostenía, casi profetizando acontecimientos posteriores, que, si el presidente permitía que estos ataques continuaran, todo su sexenio sería condenado por la posteridad: “es de temerse que a la postre quede poco de todo el esfuerzo presidencial” (p. 63).

En esta época Cosío Villegas se reunió con Echeverría por última vez, justo antes de la publicación de El estilo personal de gobernar, para almorzar en su propia casa. Cosío Villegas había invitado a un reducido número de periodistas e intelectuales, incluidos Julio Scherer y Octavio Paz, para hablar con el presidente y algunos de sus asesores sobre la relación entre la prensa, los intelectuales y el gobierno. Según Cosío Villegas, Echeverría no trataba de abordar ideas “sino de pontificar –su viejo vicio”. Echeverría atacó a Paz por su postura crítica ante el gobierno a pesar de haberse desempeñado como funcionario gubernamental durante toda su vida, y lanzó mordaces comentarios a Scherer y Víctor Urquidi. Scherer recuerda que Echeverría no podía ver “diferencias esenciales entre los intelectuales en el poder y los intelectuales críticos”, aun cuando Cosío Villegas le señaló que estos últimos eran libres mientras que los primeros no lo eran. Scherer pidió a Paz que hiciera un recuento de lo ocurrido aquel día y Paz recordó que él había aducido que no estaba seguro de si los intelectuales dentro del gobierno podían llamarse intelectuales. “En primer lugar, dar órdenes es muy distinto a pensar: la primera es la esfera del gobierno, la segunda es la esfera del intelectual. Los intelectuales en el poder dejan de ser intelectuales; aunque mantengan su cultura, su inteligencia e incluso su honestidad, al hacerse de los privilegios y las responsabilidades del poder sustituyen la crítica por la ideología.” Estaba claro que, pese a la cordialidad de la velada, Echeverría permaneció sordo a los argumentos.

La ruptura ocurrió algunas semanas más tarde, cuando El estilo personal de gobernar, de Cosío Villegas, fue publicado. Si bien Cosío Villegas reconocía algunos logros del gobierno, criticaba acérrimamente la política exterior y el estilo demagógico del presidente. El libro sería recordado por la frase lapidaria de que el presidente no estaba ni física ni mentalmente apto para el diálogo, sólo para el monólogo: podía predicar, pero no conversar. Cosío Villegas había reconocido dentro del propio libro el derecho de réplica del presidente, pero no recibió respuesta alguna. Para ese momento, Plural le había pedido al historiador que escribiera una columna mensual para la revista, columna titulada “Compuerta”. El primero de sus artículos apareció en el número 25 (octubre de 1973) y otros más serían publicados –aunque no mensualmente– hasta su muerte en marzo de 1976. En Plural (núm. 55, abril de 1976) Enrique Krauze –que ya no era objeto de las burlas de Paz en torno al tamaño de su cerebro– y Octavio Paz escribieron semblanzas sobre la vida y obra del historiador. Paz llamó a Cosío el “moralista” del México contemporáneo y alabó su “lucidez” e “ironía”: “En Plural aparecieron sus últimos artículos. Nosotros procuraremos ser fieles a su memoria siendo fieles a su ejemplo: defenderemos siempre la libertad y la independencia de los escritores.”

Otro columnista regular de Plural, el poeta y ensayista Gabriel Zaid, escribió desde finales de 1973 (núm.

25, octubre de 1973) una crítica mensual de distintos aspectos de la vida política y cultural mexicana. Hemos visto cómo Zaid desafió a Fuentes a replantear su apoyo a Echeverría y hemos comentado su antipatía ante aquellos intelectuales que apoyaban el poder estatal, antipatía hecha explícita en un despiadado poema publicado en el número de junio de 1973. Zaid recurrió a su formación como ingeniero para denunciar sin clemencia el tambaleante sistema piramidal de gobierno y clientelismo en México, así como para cuestionar las ortodoxias de la teoría económica, en particular el crecimiento de las corporaciones dominadas por el Estado bajo el gobierno de Echeverría. La lógica de un matemático y el humor y compromiso de un comentarista con conciencia social, además de la fluidez estilística de un poeta, convergen en estos estrafalarios, severos y fascinantes ensayos que Zaid veía inicialmente como experimentos en el género, pero que fueron leídos y discutidos más por su contenido que por la originalidad de su forma. En una carta a Kazuya Sakai, Paz expresó su aprecio por el trabajo de Zaid, por su habilidad para repensar viejas categorías; señalaba que Zaid era la única persona en México, y quizás en América Latina, que se había atrevido a proponer un modelo de desarrollo diferente al de los economistas neoclásicos y al de los, en términos de Paz, pseudomarxistas: “Ambos grupos deben considerar lo que dice Zaid como sacrílego: Zaid ataca por igual los dogmas del neocapitalismo y los del (pseudo) socialismo” (Cambridge, Massachusetts, 30 de noviembre de 1973). En una evaluación más reciente de la obra de Zaid, Mauricio Tenorio Trillo señala que, en los años setenta, una variante de la escritura de éste fue la del ensayista económico capaz de exponer “todo el jaleo ideológico y corrupto de la ‘economía’ estatista manejada por los expertos; en ese momento Zaid no creía en el Estado centralista, corrupto y autoritario de México como un medio de redistribución del ingreso: veía una clara relación entre el aumento de la desigualdad y el aumento en los impuestos”.

En cuanto al tema de la cultura y el poder en México, Zaid escribió una reseña sobre El estilo personal de gobernar, comentando favorablemente no sólo la crítica al presidente, al sistema presidencial y a la pirámide del poder, sino la forma de la obra, que podía aplicarse por igual a su propio trabajo: “Se trata de un ensayo literario sobre un tema político e histórico: un ensayo personal, inteligente y bien escrito.” Zaid estuvo siempre atento a la factura de los ensayos, ya escribiera sobre política, economía o literatura. De hecho, alguna vez señaló que “la forma ensayo es tan difícil que los escritores mediocres no deberían escribir ensayos, deberían limitarse al trabajo académico”.

Los numeritos del presidente y de su cohorte de intelectuales y académicos nunca estuvieron lejos de la mira de Zaid. En agosto de 1974 comentó cáusticamente sobre el centenar de intelectuales que se unieron a Echeverría en su visita a Argentina. Unos meses más tarde, en febrero de 1976, ridiculizó, junto con Octavio Paz, a los escritores que rendían honores al futuro presidente José López Portillo revelando el rumor de que la hermana del presidente, Margarita, estaba siendo considerada para asumir la presidencia de la Asociación de Escritores, según una frase “atribuida” a López Portillo: “Esa Mayo… ¡es buena para escribir!” (En los hechos, terminaría siendo el mundo del cine el que recibiría la atención de Margarita López Portillo durante el siguiente periodo presidencial.) Por otra parte, en un artículo central publicado en abril de 1975, Zaid señaló que la política de Echeverría se basaba en la integración de la disidencia, más que en su represión. Sostenía también que la autocrítica implacable del régimen era mera política gestual, ya que en los temas fundamentales, como el de llevar ante la justicia a los responsables de la matanza del Jueves de Corpus, el presidente guardaba un silencio absoluto. El único camino a seguir era escribir para el “público lector” antes que para el “Gran Lector, y Juez y Legislador y Elector”. En septiembre de 1975, a punto de ocurrir el destape del nuevo presidente, Zaid comparó famosamente el manejo del Estado mexicano con el de una gran corporación. Como en los negocios, los verdaderos electores de los políticos mexicanos son sus superiores y, dentro de la pirámide de poder, todos se refieren al Gran Jefe. Al final, Zaid consideraba que el PRI había logrado crear un sólido negocio central con “negociaciones verticales en vez de horizontales; compra-venta de voluntades dentro de un marco de obediencia; inversión de lealtades y clientelas para la integración de un gran mercado común de la obediencia, donde la posibilidad de ser independiente se convierte en mercancía: una opción que se cobra por no ejercerla.

Todo lo cual ha llegado a ser el gran negocio nacional: la mayor empresa moderna del genio mexicano”.

Al mismo tiempo, Plural estaba consciente de que intentaba abrir un debate en las instituciones políticas y culturales mexicanas, a menudo a través de los artículos de Zaid. En una pequeña declaración titulada “Denuncias sin respuestas” (septiembre de 1975), Plural sostenía que había pasado los últimos seis meses criticando los sucesos en el campo cultural sin recibir respuesta alguna: “Así, se imponen dos conclusiones ingratas. Por un lado, los organismos culturales oficiales siguen en manos de gente mediocre o incompetente […] Y, por otro, el Estado, que proclama puertas afuera una política de apertura, se obstina en postergar la opinión de los verdaderos especialistas en beneficio de la de los ideólogos.” Una crítica de esa índole se encuentra en el texto “La regañada al inbal”, de Zaid (Plural, núm. 45, junio de 1975), donde una vez más se ridiculiza al presidente por insinuar que el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura era una organización ineficiente debido a que los artistas e intelectuales eran demasiado individualistas.

Las opiniones de Paz sobre la historia mexicana eran igualmente mordaces, aunque no estaban dirigidas tan directamente a la figura del presidente. La revista publicó una serie de artículos sobre la política mexicana escritos por él. Además de su propio interés en el tema, Paz estaba al tanto de que los artículos sobre México interesaban al público y de que debían llegar a manos de los lectores (carta de Paz a Segovia, Cambridge, Massachusetts, 26 de marzo de 1972). También tenía claro que los editores de Excélsior estaban ansiosos por ver artículos sobre temas contemporáneos. Segovia, en una carta a Paz del 12 de enero de 1972, señaló que los autores eran presionados por la redacción del diario. Hablando sobre el número 5 indicó: “Pedro recién me ha dicho que ellos (los editores de Excélsior) piensan que es esencial tener algo ‘jugoso’ sobre México” (Segovia a Paz, México, 12 de enero de 1972). Paz supo desde el principio que la revista debía trabajar para ganarse a esos colaboradores cuyo hogar natural era La Cultura en México para que escribieran sobre temas mexicanos en particular. En una carta anterior a Segovia, Paz comentó la debilidad de la sección “Letras, letrillas, letrones” y agregó que se sintió alterado cuando leyó los suplementos literarios de Siempre! desde mediados de octubre hasta mediados de febrero: “Mucho de lo que no hemos podido hacer, ellos lo han hecho –y con menos recursos que nosotros… En cualquier caso, es una revista de gran interés, al día con lo que sucede en México y en el mundo, una revista que da la impresión de que hay un grupo trabajando” (Paz a Segovia, Cambridge, Massachusetts, 10 de febrero de 1972). La sensación de la existencia de un grupo se desarrollaría en Plural con el tiempo, pero desde el principio Paz supo que él mismo necesitaría cubrir algunos temas políticos.

Los ensayos de Paz abarcaban lo mismo temas históricos generales que asuntos políticos específicos. En el número de febrero de 1972 publicó una carta a Adolfo Gilly, activista político encarcelado (había sido apresado en 1966 por su participación en los movimientos guerrilleros de Guatemala): una extensa crítica a La Revolución interrumpida, su libro recién publicado. En la carta, Paz expresaba sus ideas generales sobre el futuro de México: la necesidad de volver a la tradición de Cárdenas y la de consolidar las “tres grandes conquistas –todavía vivas, aunque desfiguradas– de la Revolución mexicana: el ejido, las empresas públicas descentralizadas y los sindicatos obreros”. Paz concordaba con Gilly en que una “gran alianza popular” era necesaria y aún “posible” (p. 16, subrayado de Paz). La cuestión era cerrar el abismo entre los dos Méxicos, el desarrollado y el subdesarrollado, a través de medios políticos pacíficos, no violentos: “la violencia terrorista no es un lenguaje sino un grito” (p. 17). Era necesario, según Paz, analizar y reformar el poder del “Partido” y de la burocracia política. La disyuntiva era: una “alianza popular independiente o la violencia autoritaria” (p.

17). Paz esgrimiría los mismos argumentos en una mesa redonda celebrada en Harvard el 15 de noviembre de 1971 (junto con Albert Hirschman, Frederick Turner y John Womack), intervención traducida y publicada en el siguiente número de Plural, en marzo de 1972. Una vez más sostenía que “la meta inmediata sigue siendo la democratización”. La forma de alcanzarla era, de acuerdo con él, un movimiento popular independiente, antes que la transformación desde el interior del gobierno y el partido. No queda claro en estos textos cómo podría consolidarse ese movimiento popular en la situación política del momento, aunque Paz a veces mencionaba con aprobación la coalición política que Demetrio Vallejo y Heberto Castillo estaban intentando formar. En una nota incluida en “Letras, letrillas, letrones” sobre una conferencia dictada por José Revueltas, Paz (de nuevo sin firmar) coincidía con éste en la necesidad de crear un movimiento democrático ajeno a los partidos políticos tradicionales, un movimiento que ofreciera una verdadera alternativa al pri: “Por eso somos afines a los esfuerzos que Demetrio Vallejo y Heberto Castillo están realizando en este sentido. Pese a sus obvias limitaciones, su trabajo es saludable.

Paz, como se dijo antes, vigiló de cerca las manifestaciones de la violencia política. En el primero de sus artículos sobre el tema, “Entre Viriato y Fantomas”, publicado en la sección “Letras, letrillas, letrones” –los otros dos, “Los doctores montoneros” y “El plagio, la plaga y la llaga”, fueron publicados en julio de 1973 y septiembre de 1974, respectivamente–, Paz abordó tres de sus preocupaciones más constantes: la inutilidad y el peligro de la injustificable violencia guerrillera; la necesidad de que el Estado dejara de intervenir con mano dura en las universidades; y la pobreza general del sistema universitario. Los tres eran problemas interrelacionados para Paz: dada la ausencia general de “imaginación política”, las universidades habían perdido de vista los principios democráticos de 1968 y coqueteaban con el “blanquismo guevarista”. Las universidades proporcionaban una justificación intelectual a los estudiantes e intelectuales de la clase media para organizar secuestros y otros actos de violencia guerrillera que los conducirían, finalmente, al aislamiento y la derrota. Tales acciones también provocarían que el Estado estuviera predispuesto a actuar con violencia represiva y se alejara del sendero deseado de “autocrítica y liberación: la crítica de la violencia antigubernamental es la mitad de la historia. La otra mitad es una crítica de la violencia gubernamental”.

La universidad fue una fuente de constante preocupación para Paz, y la sección “Letras, letrillas, letrones” albergó varias referencias a la política universitaria. De hecho, en el número que siguió a la carta abierta de Zaid a Fuentes encontramos el primero de una serie de comentarios sobre la universidad, comenzando con un debate sobre la ocupación de las oficinas del rector por parte de grupos de estudiantes enmascarados y rebeldes “al estilo Sierra Maestra” (Plural, 12). La acción de los diversos grupos universitarios era, para Plural (y sin duda es Paz quien escribe aquí), confusa y estaba lejos de ser lo que se requería: una “movilización democrática” en defensa de las libertades universitarias. En lugar de ello, hubo numerosas tomas de postura universitarias, “una ‘farsa revolucionaria’ escrita y dirigida por un perverso pero gracioso sainetista reaccionario” (p. 54). Incluso el maltratado rector, el distinguido sociólogo Pablo González Casanova, no se salvó: en otro de los ingenios de la sección “Letras, letrillas, letrones” fue considerado como poseedor de una “teoría astronómica” sobre la revuelta estudiantil: “atribuir los sucesos universitarios a la crisis del capitalismo mundial equivale a explicar la historia de la humanidad por la situación del planeta Tierra en el sistema solar. No es falso: es remoto” (p. 54). Para Plural, el error radicaba en el monstruoso sistema universitario, donde demasiados estudiantes incompetentes perseguían recursos demasiado escasos.

Tras la ocupación de las oficinas de la rectoría durante un mes –los organizadores salieron sin represalia alguna–, el Sindicato de Trabajadores y Empleados (STEUNAM) entró en huelga y Pablo González Casanova tuvo que enfrentar sus presiones en torno a los salarios y los derechos sindicales. Plural declaró que González Casanova estaba siendo burlado por los sindicatos, apoyados de manera miope dentro de la universidad por grupos estudiantiles de izquierda. Un columnista se preguntó: “¿Pablo González Casanova sufrirá la suerte de muchos de sus predecesores en la rectoría y su nombre se unirá al de esos mexicanos distinguidos –el caso más reciente ha sido el del ilustre doctor Ignacio Chávez– que ha sido sacrificado por la demagogia, la intriga y la estupidez?” La respuesta era sí: el rector renunció el 16 de noviembre de 1972, después de una larga y dañina huelga convocada por el STEUNAM.

En el número siguiente de la revista, la sección “Letras, letrillas, letrones” repasó de nuevo los acontecimientos en la universidad y ridiculizó las ideas en boga entre los círculos estudiantiles y universitarios, según las cuales los disturbios en la universidad habían sido ocasionados o bien por fuerzas imperialistas o bien por agitadores de derecha. El columnista –casi sin duda Paz, ya que él o ella repite la frase de que la derecha mexicana no tiene ideas sino intereses, un Leitmotiv bien conocido de Paz– se pregunta ante la penuria de pensamiento: “El abuso del vocabulario revolucionario también revela que las ideas de la izquierda se han vuelto vagas y torpes, y al significar todo para todos, terminan por no significar nada.” Era esta una parodia del pensamiento de izquierda, asociado a lo largo de la historia con el “pensamiento crítico”. El análisis de Plural señalaba la pobreza de dicho pensamiento, así como criticaba a los grupos de izquierda ineficaces, como el Partido Comunista, que buscaban en la universidad algún vestigio del poder que les era negado en la esfera política. En última instancia, la fuente del problema era el monopolio del poder por parte del partido oficial, que cerraba los espacios donde el debate político abierto debía tener lugar.

Unos años más tarde, el 14 de marzo de 1975, cuando el presidente visitó la UNAM y fue recibido entre un tumulto, incluida la famosa pedrada, Paz escribió una sátira que glosaba un “debate” que habría tenido lugar en La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, el cual trataba sobre las responsabilidades del monarca y sus súbditos. En él, el “inocente” Clotaldo formula varias preguntas pertinentes sobre el régimen de Echeverría y la respuesta de los intelectuales, mientras que los “asesores” Astolfo y Basilio debaten los pros y contras del radicalismo, la violencia, la intervención estatal y demás. Todas las excusas para la violencia estudiantil son ridiculizadas sin piedad y, finalmente, Clotaldo señala: “El hecho de que la oposición se haya manifestado en forma tan baja e irracional es lo lamentable. Si el regreso a la unanimidad es imposible, ¿es factible la construcción de la pluralidad política?”

Paz intentó incluir a algunos profesores universitarios jóvenes e independientes en las páginas de Plural para así ofrecer una crítica más mesurada de la situación política contemporánea, que él mismo describió en el número de julio de 1973 como un desierto político carente de pensamiento crítico y autocrítica. Plural publicón una “Ojeada a la situación en México”, con Rafael Segovia, Mario Ojeda y Carlos Bazdresch. A los ojos de Paz, esta crítica mesurada serviría como un contrapeso a los comentarios políticos más extremos. A la luz del reciente golpe militar en Uruguay, Paz dijo con encono: “Condenamos a los que desde la impunidad de la cátedra y el periódico, doctores vitriólicos con la boca babeante de ira, venden a los tupamaros de aquí y de allá con citas truncadas de las escrituras revolucionarias.” Si bien los artículos de estos jóvenes estudiosos constituían una útil revisión de la política actual, sus análisis no se convirtieron en parte integral de la revista; más bien fueron intervenciones ocasionales. Rafael Segovia, director del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México y que trabajó de cerca con Cosío Villegas, contribuyó con varios artículos a lo largo de los años, como también lo harían otros jóvenes académicos. Un artículo comentado a menudo, no necesariamente por la calidad de sus argumentos sino por la subsiguiente fama de su autor, es el que expuso las ideas del futuro presidente Carlos Salinas de Gortari en torno a la dependencia. Sin embargo, Plural nunca fue una revista apuntalada en la comunidad académica: muchos miembros de la revista compartían la opinión de Zaid, quien afirmaba que quienes podían escribir, escribían ensayos, y quienes no podían escribir, trabajaban en la academia. ~

 

Traducción de Marianela Santoveña

©John King

 

Capítulo de The Role of Mexico’s Plural in Latin American Literary and Political Culture, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2007.

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