Ortega y Gasset

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Ortega y Gasset. El 21 de marzo de 1927 Alfonso Reyes regresa a su país de origen desde la embajada en Francia. Sale de París con su familia muy de mañana rumbo a México, luego de haber sido objeto de banquetes y despedidas, atenciones y deferencias innumerables por parte del gobierno, la buena sociedad y la inteligencia francesa. Las últimas personas a las que ve en la víspera de su partida, el 20 de marzo de 1927, son la poeta Gabriela Mistral y la diplomática Palma Guillén. “Muy de mañana” (8:37 a.m.) toma el tren en la estación del Quai d’Orsay –actualmente transformada en museo– hacia Saint-Nazaire, donde abordará un barco que lo lleve a Veracruz, México, pasando por Santander y La Habana. Ha pasado dos años como embajador de México en París, luego de haberse reintegrado al servicio diplomático en 1921 y después de haber sobrevivido por sus propios medios en Madrid de 1916 a 1921 –época axial en su vida como escritor. Los años transcurridos durante ese autoexilio serán para él de lo más fructíferos: toda buena cosecha.

El regiomontano de 37 años que aborda el barco Espagne de la Compañía Trasatlántica es una celebridad a la que le mandan flores, un escritor reconocido y un hombre que tiene lectores, amigos y amigas por todas partes y que arrastra un intangible capital de saludos, amistades y admiraciones que lo va envolviendo en su resplandor. Es el hijo del ilustre general Bernardo Reyes, el patricio ilustrado que no puede pasar inadvertido ni en el orden de la vida literaria y social, ni en el de la civil y política. Por eso lo han llamado a México: para cumplirle la promesa hecha hace meses de encargarle una misión diplomática compleja y delicada que sólo él parece capaz de realizar: la de abrir en la República de Argentina una embajada mexicana y reanimar los lazos que el paso violento de la Revolución llevó a descuidar.

En Buenos Aires –en “plena edad victoriana”, como él la llamó en honor a Victoria Ocampo– volvería a encontrar al hermano mayor, amigo y maestro dominicano, Pedro Henríquez Ureña, a quien había conocido en 1906 y que en 1927 tenía 43 años de edad. Y trabará conocimiento con un selecto grupo de escritores y artistas entre los que sobresale su amigo impar, el entonces joven Jorge Luis Borges (28 años), que Reyes tiene el mérito de haber sido uno de los primeros en reconocer… Con él, con ellos –con Francisco Luis Bernárdez a la cabeza– fundará una pequeña colección: los Cuadernos del Plata, aventura parecida a la que emprendiera en Madrid con los Cuadernos de Índice, dirigidos por él y por Juan Ramón Jiménez. También hará publicar el número único de la revista Libra, empresa animada casi enteramente por él y financiada a su costa y ensayo general de Monterrey, la revista unipersonal que editará en Río pero que ya planea desde Buenos Aires.

Un sinsabor lo representa el paso de José Ortega y Gasset por Buenos Aires. Reyes había conocido a Ortega en Madrid y había colaborado en la Revista de Occidente; Ortega había sido uno de los elegidos por Reyes para participar en un acto simbólico celebrado en El Retiro: los cinco minutos de silencio en honor de Mallarmé. Invitado por Victoria Ocampo, Ortega dará un conjunto de conferencias en Buenos Aires, entre ellas la que imparte en octubre de 1928 sobre “El peligro de nuestro tiempo” para finalizar la serie organizada por Amigos del Arte, en la que también había participado el poeta y amigo en Góngora, Gerardo Diego. Reyes tenía más experiencia vital que Ortega, como muestra el “Anecdotario de José Ortega y Gasset” en Buenos Aires. Pero las cosas entre ambos se empezaron a enfriar a raíz de la publicación que hizo Ortega de un ensayo sobre Goethe que enojó –o más bien: hirió– e indignó a Alfonso Reyes por la ligereza y la soberbia con que el ensayista español trataba al maestro alemán, uno de los iconos reinantes en el museo imaginario del mexicano. Jorge Luis Borges recordó en una entrevista

 

que él [Reyes] estaba indignado por un juicio más o menos ligero y atolondrado de Ortega y Gasset sobre Goethe. Goethe era uno de los dioses de la vocación de Alfonso Reyes. Entonces formuló varias objeciones y yo le dije que por qué no las escribía. Y entonces él, con genuino estupor me dijo: “Pero cómo yo voy a polemizar con Ortega y Gasset”. Yo le dije: “Pero todos sabemos que usted es infinitamente superior a Ortega y Gasset”.

 

Según Borges, esta actitud provenía, de un lado, de “cierta timidez” que lo llevaba a ponerse “en actitud de discípulo ante escritores que eran ciertamente inferiores a él y, del otro, la cortesía, porque a Reyes no le gustaba disentir de su interlocutor. Y como era infinitamente inteligente, esto lo sabemos todos, a veces inventaba razones a favor de su interlocutor y contra sus propias convicciones”.

Ortega saldrá de la Argentina sin despedirse siquiera y, perdonándole su grosería, Reyes le hará llegar al barco una carta en que le manifiesta su comprensión. Y no sólo eso: unos cuantos meses más tarde, el mexicano le escribirá al maestro español confiándole sus cuitas en relación con la vida literaria argentina e implícitamente absolviéndolo de cualquier falta real o imaginaria. En esto, la lealtad de Reyes hacia Ortega, quien había sido su protector durante los años difíciles en España, queda exenta de toda sospecha. Como quiera que sea, Ortega mismo se encargará de volver a abrir la herida de esa relación cuando más tarde, en 1940, escriba un artículo crítico contra Reyes refiriéndose a sus “gestecillos aldeanos”. Con la distancia de los años se puede pensar que acaso Jorge Luis Borges tenía razón, y que Alfonso Reyes era un escritor muy superior, humana y literariamente más generoso que el susceptible José Ortega y Gasset.* ~

 

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* Fragmento del prólogo al diario de Alfonso Reyes (1927-1930) que próximamente publicará El Colegio de México.

 

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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