De “La vida a leve” y del rescate incesante

La sección de la revista Vuelta, que invitara al juego y la experimentación verbal a una gran variedad de escritores, tuvo una segunda vida gracias a una iniciativa de Gabriel Zaid, que supo ver en aquellos textos una tertulia única y desenfadada.
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“La vida a leve” llegó al mundo en diciembre de 1976 con el número 1 de la revista Vuelta dirigida por Octavio Paz, quien a la sazón tenía 62 años. La revista y la sección aparecieron bajo el signo de Sagitario –es decir del Centauro patrón del ensayo– y en el horóscopo chino del Dragón de Fuego, emblema de la creatividad. El “homo ludens” sería como su ángel guardián. Podría pensarse que tenía algún antecedente en ciertos textos de Plural en la sección “Letras, letrillas y letrones”.

Espacio de juegos o entrenamientos verbales, praxis del juego de palabras sometidas al rigor de la métrica y de los cinturones de castidad de ciertas reglas prosódicas, la sección se abrió como un lugar para que el oficio de jugar con las palabras le diese aire al oficio de juzgar. Entre el juego y el juicio, “La vida a leve” apostó siempre por el buen gusto y por un espíritu de cuerpo literario resuelto en lo que Paz llamaría “aereofanías”: rituales, ceremonias aéreas.

La sección tuvo 121 colaboradores y su inspiración inicial se debió a José de la Colina quien quería traer a México el Oulipo creado en Francia y a la colaboración mayoritaria de Octavio Paz, del propio De la Colina, de Ulalume González de León, de Jaime García Terrés, de Gerardo Deniz. Participaron en menor escala Aurelio Asiain, José Luis Cuevas, Fernando del Paso, Salvador Elizondo, Francisco Hernández, Hugo Hiriart, Enrique Krauze, James Laughlin, Eduardo Lizalde, Víctor Manuel Mendiola, Álvaro Mutis, Gonzalo Rojas, Severo Sarduy y yo mismo, entre muchos otros. Una “máquina de cantar” compuesta por un amplio coro, puesto en cintura por el sastre regio de las letras.

No es casual que el archivo bautizado con el título de “La vida a leve” llegara a mis manos a unos meses del aniversario noventa del natalicio de Gabriel Zaid, su rescatista y nigromante. Aquí se pone a salvo una de nuestras atlántidas secretas: la tertulia animada –como quien sostiene una ascua viva con su leve aliento– en la que colaboraron más de ciento veinte autores, de Aurelio Asiain a Gabriel Zaid, entre una pléyade de “amigos en común” que iban girando la esfera del Taller de Literatura Potencial en México, justamente auspiciado e iniciado por este último.

Desde las nalgas hasta la teología y prosodia del huevo tibio, pasando por las adivinanzas y los palíndromos, las matemáticas y la afición y casi obsesión a y por los gatos. El archivo no es un libro de autor. Su raíz es tumultánime y juega y toca las cuerdas de La máquina de cantar, título de Gabriel Zaid, lema o fórmula de Antonio Machado y fantasma de la inteligencia artificial que anda recorriendo las edades de nuestros siglos.

El humilde organillero que ameniza y entristece nuestras calles y que fue ennoblecido por Luis G. Urbina es de algún modo primo hermano de esta soberbia ingeniería, de arquitectura aleve, es decir traidora y capciosa, donde lo que está en juego es la concepción misma del magma volcánico del que se supone se desprenden y han desprendido a lo largo de los siglos sonetos y endecasílabos, villancicos y versos de arte mayor, seguidillas autorreferenciales y bolas de nieve tipográficas y semióticas. Estamos, señores, ante una cascada. Quien se atreva a atravesar la cortina de la inundación castálida saldrá rejuvenecido. Y uno de los beneficiados es oblicuamente el propio Gabriel Zaid a cuya generosidad algunos de los participantes han sabido saludar, rescato aquí las alusiones de Samuel Noyola y de algunos autores menos conocidos. El baño de la eterna juventud se alimenta con agua de tertulia.

Una de las entregas centrales de “La vida a leve” gira en torno al armónico enigma de “Las quince letras” muy usado como lema en ciertos negocios como misceláneas, cantinas o aun pulquerías. A partir de ahí la talentosa y brillante Ulalume González de León, en “Con ganas de jugar”, prosiguió el juego viendo si en otros idiomas y en el propio español se podría continuar el juego. Luego de extenuantes sumas y restas concluyó: “Estas frases no convienen, como nombre, a una cantina: marean y quitan las ganas de consumir alcohol.” A partir de ahí empieza una vertiginosa y lúdica “bola de nieve” con el soneto “Las 400 letras”, al que Ulalume replica con una composición abismal: I. “Las 300 letras (respuesta a Gabriel Zaid)”, II. “Las 300 letras (con siete cálculos intermedios)”, III. “Las 100 letras (con dos cálculos intermedios)”, IV “Las 80 letras”, V. “Las 40 letras” y VI. “Las 37 letras” compuestas por la propia Ulalume quien aclara que “en 36 letras, saldría un soneto (muy forzado)”. Siguió un ejercicio del poeta desconocido Rogelio Peña Quesada sobre “Las 200 letras”, enunciación en acróstico de una décima de versos de veinte letras.

Siguieron luego “Las 200 letras” de Jorge Brash, Guillermo Fárber, Eduardo Martínez de la Vega, Ángel Norzagaray, Samuel Noyola –no Noyala–, Juana Rosa Pita, Eduardo Zambrano, con un comentario lúdico del propio Gabriel Zaid, en el que menciona a José Emilio Pacheco, David Huerta, Aurelio Asiain y Alfonso Liguori. Ulalume entregó una ‘Respuesta a Gabriel Zaid y Rogelio Peña Quesada’ en “Todo cabe en una décima, sabiéndolo acomodar”, añadiendo nuevas exigencias a las seis planteadas anteriormente como “7) Un tratamiento del tema que se atiene a la estructura de las rimas”, “8) La inclusión de un verso (el 4°) que es un anagrama con sentido del título”, “9) Una cuarta autorreferencia (al punto anterior). La rima anagrama/dama explica mi conclusión fatalmente desafiante”.

Me atengo a las 9 condiciones antes fijadas, aunque sustituyo la de “20 letras/verso” por la dificultad equivalente de incluir un palindroma. Y aumento las autorreferencias a siete aludiendo no solo a esta novedad sino también al origen (Keats) del “no escuchada” que aquí aplico a la canción de los números, y a la forma en que “sumo” y “resumo” el poema. La fatalidad intervino ahora dos veces para determinar: que yo encontrara, solo porque era posible, un primer verso que además de ser un anagrama del título consuena con este y me dicta la referencia a Keats; y que mis versos 5 y 6 fueran tan pedantes, ya que el palindroma fue difícil de hallar y situar: ya escrita la 1ª redondilla, y ante la perspectiva de un 4° verso con la rima “on” pero que empezara con “I”, ese palindroma debía iniciarse y terminar con la misma letra, una de las todavía disponibles en el acróstico, y que fuera también la última de la obligatoria rima –además de tener sentido y de no estorbar la expresión de las varias autorreferencias, incluida la que lo atañe. (Inhiesta es la forma arcaica de “enhiesta”, y mi metáfora hace del acróstico el nodo de la canción, o sea el punto, línea o superficie prácticamente inmóvil en las cuerdas vibrantes de un instrumento de música.)

Así siguieron la partida alrededor de Ulalume, la émula de sor Juana, en “¿Jaque Mate?”, comentado por Zaid, los poetas David Escobar, Guillermo Fárber, Patricio Figueroa, Guillermo Juárez, Jorge Eugenio Ortiz, Antonio Pérez-Verdía, Pedro Sonderéguer y Concepción Vizcarra.

(El [pseudo]palindroma ocupa los tres versos finales. El séptimo verso es anagrama del primero.)

Podría seguirme columpiando, colgándome y descolgándome de ese tesoro que es la sección comentada. Cierro aquí con un punto: “La vida a leve” fue y es una sección inspirada y tocada por la gracia, un espacio ameno y feliz como pocos. Funcionó y funciona como un purificador de aire en el ámbito de las letras. Gracias a Zaid, México respira. ~

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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