Oswaldo y las reglas

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Para todos los que no aman y para todos los que no quieren al futbol, comienzo por aclarar que Oswaldo Sรกnchez es el portero titular de la selecciรณn nacional. El puesto de portero es (puedo atestiguarlo por una experiencia personal, ยกay!, tan remota) el mรกs sufrido pero tambiรฉn el mรกs “heroico”. El portero suele ser el lรญder del equipo. Oswaldo no sรณlo ha sido un excelente jugador y un gran lรญder sino un ejemplo de profesionalismo y seriedad.

Hace unos dรญas, Oswaldo fue protagonista de un incidente incรณmodo. Tras el triunfo de la selecciรณn en un partido amistoso que tuvo lugar en Chicago contra su homรณloga del Perรบ, Oswaldo y sus compaรฑeros decidieron festejar ruidosamente en su habitaciรณn de hotel. Las reglas de silencio y privacidad no permitรญan este tipo de encuentros, por lo que los alegres amigos fueron reconvenidos algunas veces hasta que la policรญa irrumpiรณ (al parecer, con severidad extrema) para detener al portero nacional y someterlo a juicio. Ademรกs de una sanciรณn pecuniaria, Oswaldo tendrรก que comparecer en una futura audiencia de la que, con toda certeza, saldrรก bien librado.

El episodio no tiene importancia pero es emblemรกtico de una cierta actitud nacional sobre la que vale la pena reflexionar. Los jugadores festejaban su victoria porque festejar es algo natural. Si las reglas del lugar eran contrarias a ese festejo el problema no era de ellos sino de las reglas, que seguramente no se tomaron la molestia, o no vieron la necesidad, de revisar. Es la misma lรณgica que prevalece en incontables manifestaciones de nuestra conducta pรบblica. Cualquiera puede atestiguarlo, por ejemplo, en el trรกfico nuestro de cada dรญa: la gente en Mรฉxico conduce su auto como una prolongaciรณn de su cuerpo, moviรฉndolo con naturalidad en todas las direcciones y a una velocidad discrecional. El รบnico lรญmite (a veces) es el instinto de supervivencia o la precauciรณn de no ser “cachado” por la policรญa, pero casi nunca la convicciรณn racional o cรญvica de que existen leyes escritas que no se deben infringir. Si la ciudad es una selva y en la selva no hay semรกforos, ยฟpor quรฉ habrรญa yo de obedecerlos?

Otro ejemplo mรกs delicado es el abuso de los grupos o asociaciones sociales, sindicales, polรญticas de su derecho constitucional a la libre manifestaciรณn. Tomemos por caso la reciente toma del perifรฉrico de la ciudad de Mรฉxico por un grupo de sindicalistas que apoyan al lรญder Napoleรณn Gรณmez Urrutia. Aunque el frecuente conflicto entre el derecho de manifestaciรณn y el de trรกnsito es un tema complejo del que los legisladores o los ministros de la Corte deberรกn ocuparse alguna vez, es claro que tanto el taponamiento completo de las vรญas como la agresiรณn a algunos automovilistas son actitudes violatorias de la legalidad, pero los manifestantes no se detienen en esas consideraciones menores. Ellos estรกn en su derecho “natural” de protestar, un derecho superior a cualquier regla escrita. Mรกs aรบn, si la autoridad pretende hacer valer la regla escrita, es inmediatamente acusada de represiรณn. Lo mรกs extraรฑo es que las propias autoridades comparten esa postura. Hace casi diez aรฑos, cuando en una operaciรณn legal, ordenada e incruenta el gobierno intervino para poner fin al movimiento que habรญa paralizado a la UNAM, un alto funcionario federal declarรณ (palabras mรกs, palabras menos): “A veces las circunstancias son tan delicadas que uno no tiene mรกs remedio que aplicar la ley”.

La nociรณn de preeminencia de la “ley natural” sobre la ley escrita se encuentra en un sustrato muy antiguo y profundo de nuestra cultura polรญtica. Proviene de la matriz neoescolรกstica que caracterizรณ a Nueva Espaรฑa, lo cual no explica todo pero explica mucho. En Mรฉxico -como en la Espaรฑa del “Siglo de Oro”- todo pueblo es “el pueblo”, toda parte es el todo, y por eso se siente con el derecho natural no sรณlo de manifestar su parecer o su agravio sin lรญmite alguno, sino de tomar las medidas de hecho que crea pertinentes para hacerlo valer por sobre las falibles leyes humanas. En el fondo del “imaginario” mexicano, todo conjunto homogรฉneo y numeroso de personas es “Fuenteovejuna” y se siente con derecho a actuar contra los comendadores en turno.

Los liberales del siglo XIX tuvieron perfecta conciencia del problema. Por eso en las leyes, en la Ley, como el รบnico instrumento que nos permite vivir en convivencia y no “al natural”, sometidos a la ley de la selva, a la voluntad del rey o a la del coro que lo aclama. El prestigio de la Revoluciรณn sobre la Reforma nos desviรณ de ese camino de construcciรณn legal para retrotraernos a un orden regido por el pacto entre una porciรณn del “pueblo”, cuya voluntad soberana no se medรญa en votos sino en su capacidad de movilizaciรณn y aclamaciรณn, y un caudillo a quien ese “pueblo” entregaba el poder para que lo ejerciese conforme a su muy personal concepto de “orden natural”.

Seguramente Oswaldo no infringirรก ya las reglas y seguirรก defendiendo el arco de la selecciรณn. Por desgracia, en la cancha de nuestra vida pรบblica, seguirรก imperando la ley natural sobre la escrita.

– Enrique Krauze

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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