El sábado pasado, en Guangzhou, China, Chen Fuchao –deudor de dos millones de yuanes debido a un intento fallido de negocio inmobiliario del que era responsable– se dirigió al puente Haizhu, popular entre suicidas, para saldar su deuda con el carajo, según reportó ese mismo día un diario chino.
Chen Fuchao es la duodécima persona que, desde abril, ha amenazado con saltar desde ese puente, para así abrazar la en-estos-tiempos-tan-añorada paz financiera, pero es el primer sujeto que efectivamente cae y, sobre todo, el primero en ese y muchos puentes a la redonda a quien avientan. Sí: luego de cinco horas de negociaciones con policías y bomberos, Lian Jiansheng, soldado jubilado de 66 años y transeúnte harto por el caos vial consecuencia del suicida presumido, cruzó descalzo el cordón de seguridad y trepó por el puente hasta llegar a Chen Fuchao, a quien se dirigió brevemente, tocó el hombro, le dio la mano como si cerraran un trato millonario y luego, ya que lo tenía bien tomado, le ayudó a conseguir sus aspiraciones más ambiciosas empujándolo al vacío. Mientras Chen caía, el exmilitar –a partir de ese día sutil persuasor de suicidas amateur en activo– se asomaba por el filo del puente para saludarlo… o para despedirse.
En primera instancia, podría parecer que el soldado retirado es culpable de intento de asesinato por tirar del puente a Chen: “Transeúnte intenta asesinar a suicida”, diría la nota producto de esta lectura, una aseveración casi tan esquiva como “matar a un cadáver”. En cambio, si consideramos que el sujeto volador es un suicida indeciso, el exsoldado se convierte automáticamente en un facilitador de la muerte deseada, en un mediador entre el aprendiz de suicida y el valor que éste perdió al subir al puente. Sin embargo, para desgracia de los espíritus filantrópicos, las declaraciones del antes militar desmienten su ánimo solidario: “Lo empujé porque los suicidas como Chen son muy egoístas. Sus acciones violan muchos de los intereses públicos”, afirmó con claro compromiso socialista.
Resulta evidente que Lian no buscaba resolver los problemas existenciales de Chen, sino los suyos, móvil que puede juzgarse, como hizo él con el suicida, de egoísta, pero que a pesar de ello no es del todo desdeñable: ese calificativo es, en general, el único que describe cabal y realistamente la mayoría de nuestras acciones. Además, cada vez que aparece un suicida, el tráfico se entorpece por horas, y los recursos del gobierno –en última instancia, de los ciudadanos– son gastados abundantemente, algo que podría considerarse robo indirecto por parte de Chen, en este País del Absurdo que hemos construido. ¿Está usted harto de la vida? ¿Quieres tirarse del puente? Hágalo, pero no salpique.
Al final del día, ninguno de los dos hombres durmió donde tenía planeado: el exsoldado fue detenido por la autoridad y guardado en una celda, algo que difícilmente previó en el desayuno; el suicida potencial, que cayó convertido en víctima hasta un colchón sólo parcialmente inflado, fue retirado con lesiones en el brazo y la espalda, además de muy aturdido, por lo que lo llevaron al hospital, destino distinto de la morgue o del “más allá”, donde esperaba, finalmente, descansar.
El extraño y exquisito video –con morbo y alegatos en chino incluidos– puede verse aquí, acompañado de música dramática. Acá, otra versión deslactosada y muda del mismo evento.
– Jorge Degetau
es escritor. Colabora habitualmente en la revista Este País y en el diario El Nuevo Mexicano. Su cuento “Nombres propios” ganó el XV Concurso de Cuento de Humor Negro.