El hijito ha criado una familia paralela que poco a poco ha invadido la casa. Creemos que es un complot calculado para implantar una tiranĆa y apoderarse de nuestros recursos naturales. Se trata de una familia adventicia de dinosaurios: esos okupas de la curiosidad infantil con los que es imposible negociar.
Pululan. En el cuarto del niƱo hay unos pajarracos cuidando canicas. Son como unas avestruces emos. Hay que entrar con tiento a ese cuarto para no sufrir un choque con sus picos de bisturĆ, cabezas de clavija y alas de parapente que vuelan, a fe mĆa, hechos la madre. En el librero, entre las obras completas de Jung, rugen unas iguanas aplanadas con unas como corcholatas invertidas en el testuz. Al entrar a la cama no es raro que los dedos de los pies acaben entre los colmillos afilados de un tiranosaurio rex. Ya una vez descubrimos una especie de peneque azul con aletas que flotaba plĆ”cidamente en las aguas heladas del excusado egoĆsta.
Partes enteras de la casa se han convertido en criaderos, nidos, guaridas y campos de batalla en los que dinosaurios cabezones defienden a sus crĆas de los depredadores. El pequeƱo jardĆn estĆ” obviamente lleno de excavaciones en las que cada piedra es un crĆ”neo y cada ramita un fĆ©mur. ¿Y quĆ© hace ese sapo tricorne en el congelador? Muy sencillo: ha comenzado la edad del hielo. Y la cinta sonora que acompaƱa todo esto: rugidos cavernosos, chillidos agudos de urracas prehistĆ³ricas, una alharaca cretĆ”cica…
Claro, porque la otra cosa complicada es amaestrar ese silabario lleno de ocus, aurios, morfos y podos con objeto de no quedar ante el niƱo como un imbƩcil que confunde un proterosucus con un argentinosaurio, o a un quetzalcoatlus con cualquier pteranodonte.
A la hora del desayuno, no hace mucho, un monstruo horroroso atacĆ³ de pronto, con calculada saƱa y despiadada eficiencia, mis huevos rancheros. El resultado fue una explosiĆ³n de desayuno cuyos estragos baƱaron varios metros a la redonda. Un asco. La mamĆ” y yo gritamos, sorprendidos, porque el ataque fue acompaƱado por el obligado chillido punzocortante. Pasado el estrĆ©pito, con el pelo goteando de yema, el niƱito nos advirtiĆ³ que no lo regaƱƔsemos a Ć©l, que el culpable habĆa sido un ovirĆ”ptor, “ladrĆ³n de huevos” que no pudo controlar su instinto. El incisivosaurio era 200 gramos de plĆ”stico comprimido acostados de perfil en el batidero del plato: cara de pĆ”jaro dodo con fauces de destapador y cuerpo de pollo reciĆ©n desplumado. El incisivosaurio ranchero.
¿Por quĆ© los niƱos se obsesionan a tal grado con los dinosaurios? DeberĆ” haber mil teorĆas… No faltarĆ” el freudiano que vea en el hocico del espinomorfus una mĆ”quina emasculante portĆ”til que el niƱito blande cada vez que ve al papĆ” con la guardia baja. Y supongo que les hechiza el tamaƱo descomunal. QuizĆ”s pesa tambiĆ©n como ingrediente el hecho de que hayan desaparecido; su carĆ”cter irreversiblemente extinto: que la fascinaciĆ³n sauriofĆlica coincida con la edad en que los comienza a intrigar la muerte, ¿no serĆ” un ensayo de mortalidad? ¿Una especie de propedĆ©utica tanĆ”tica?
OjalĆ” que ahĆ se quedaran los niƱitos, ahĆ en ese acogedor zoolĆ³gico caduco de fauces y escamas, plumas y garfios, coprolitos y colmillos. Los pobres niƱitos… Pensar que llegarĆ” el dĆa en que el meteorito de la infancia meterĆ” reversa y deberĆ”n enfrentar a los verdaderos depredadores, a las manadas de ricachonceratopos, a la inclemente gordillosauria, al gamboapascorĆ”ptor, al bartlettofisis y al eternoretornante arturomontielĆ³nicus…
Entonces sĆ van a saber lo que es rugir.
Es un escritor, editorialista y acadĆ©mico, especialista en poesĆa mexicana moderna.