Julio Camba decía que crear una nación es cuestión de quince años y un millón de pesetas. Iñigo Errejón quiere “fundar un nuevo pueblo” en mucho menos tiempo. En su discurso tras el excelente resultado de Podemos en las elecciones generales, el director de campaña del partido se acercó al milenarismo: “No estábamos haciendo campaña electoral, estábamos haciendo patria. Estamos fundando un pueblo. Hay un futuro para nuestra patria”. Es una tarea hercúlea. Todos los pueblos que fundé en el videojuego Age of Empires me duraron poquísimo. Nadie sabe cómo se funda un pueblo en un parlamento. Menos aún en el parlamento más plural de la democracia española. Quizá existen varias patrias, una por cada partido, y la transacción y negociación parlamentaria es estrictamente identitaria. En ese caso, es una pena que el partido animalista (PACMA) no haya obtenido representación de su patria.
Podemos defiende un Estado plurinacional y, de sus 69 diputados, 27 provienen de coaliciones nacionalistas o favorables al referéndum de independencia de Cataluña (Compromís en Valencia, En Comú en Cataluña, En Marea en Galicia). También apoya el derecho de todas las comunidades a celebrar consultas sobre su independencia. Al mismo tiempo, defiende un único pueblo, y una misma patria simbólica frente a un antipueblo y una antipatria. Es una derrota de la izquierda y de los ideales republicanos, y no solo retóricamente: priorizan la diferencia identitaria frente a la igualdad, cuando, como dice Félix Ovejero, “el mejor modo de abordar los problemas de la diferencia es profundizar en la igualdad”. Frente al centrismo tecnócrata y sin alma de Ciudadanos, que no ha sabido ni siquiera levantar la voz en campaña, el centro político de Podemos es el “pueblo” y la “patria”. Esta retórica agresiva de exaltación identitaria, de nosotros contra ellos, de pueblo contra las élites tiene un nombre obvio, pero es impronunciable. La derecha cavernaria lo ha secuestrado y monopolizado. No pienses en un elefante.
Podemos abandonó el discurso de la casta en apenas un año. Estaba quemado. Ahora, tras unos resultados muy favorables, tercera fuerza y a 21 escaños del PSOE, tiene que volver al sentimentalismo y la identidad. No valen apelaciones frías y estratégicas a la centralidad del tablero. Hay que hablar de patria. De pueblo. Los elegidos. Podemos ya tiene el nacionalismo al que siempre aspiró. En Asaltar los cielos, el politólogo José Ignacio Torreblanca analiza las influencias intelectuales e ideológicas de los fundadores del partido. Siempre admiraron el nacionalismo como aglutinador de mayorías: “La nación”, dice Pablo Iglesias, “es uno de los ‘dispositivos ideológicos’ más potentes que hay a la hora de construir y añadir preferencias políticas. En Cataluña o en el País Vasco, el marco nacional, observan con envidia los líderes de Podemos, funciona como un creador de significado, conciencia y acción.” Errejón, quien más hizo por convertir Podemos en un partido que atrajera votos de más allá del espacio que ocupaba Izquierda Unida, pensaba igual: “Hace falta un ‘ellos’ para que exista un ‘nosotros’ que se agrupe y diga ‘somos’, pero no hace falta una nación preexistente. Cuando los catalanes dicen ‘Som una nació i tenim el dret a decidir’, no están diciendo que sean una nación, sino que la están construyendo”. Un nacionalismo sin nación.
El Congreso que se formará en 2016 será el más plural de la democracia. Podemos, que ya ha construido una mayoría social en torno a una identidad voluble, tendrá más difícil aunar las diferencias de sus miembros más nacionalistas. Hay una victoria que ya han conseguido. Han vendido, al igual que el independentismo catalán, el patriotismo y el nacionalismo como algo progresista. Jugando con términos tan maleables no es tan difícil. Es lo que Errejón llama “el poder performativo de la palabra”: la lucha por los significados, reformular las palabras para que signifiquen lo que quieras que signifiquen. Podemos es un partido posmoderno. La patria pop.
El politólogo Ernesto Laclau, una figura muy influyente en Podemos y especialmente en Íñigo Errejón, dijo una vez que “si la nación es una construcción artificial, ¿por qué no puede la izquierda construirse una a su medida?”. En quince años y con un millón de pesetas (ahora quizá haga falta bastante más), Camba es capaz de crear una nación en Getafe: “es indudable que algún tipo antropológico tendrá preponderancia en Getafe, y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad […] Y si alguien osaba a decirme entonces que Getafe no era una nación, yo le preguntaría qué es lo que entendía por tal y, como no podría definirme el concepto de nación, le habría reducido al silencio”. Podemos ya tiene su nacionalismo, y con él viene siempre un dispositivo de defensa retórica: si alguien lo cuestiona, siempre se puede trasladar el debate hacia lo metafísico. Nadie sabe lo que es exactamente la “patria” ni lo que significa “pueblo”.
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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).