Acaso la primera aparición en la literatura del hombre vampiro como un lúgubre dandi en rigurosa etiqueta de salón, como un letal Don Juan para damas jadeantes de deseo en la medianoche invitadora a los muertos vivos, se deba a un pequeño adlátere del mito byroniano, el “doctorcillo Polly Dolly”, autor de The Vampyre, mediocre relato precursor de Drácula, la muy buena novela fantástica a la que Harold Bloom ha considerado digna de quedar en su Canon Occidental.
He aquí la verídica historia que podría titularse “La venganza del doctorcillo Polly Dolly”:
El italoinglés John William Polidori (1795-1821), hijo de Gaetano Polidori, médico y secretario del afamado poeta italiano Vittorio Alfieri, siguió el ejemplo paterno y se hizo secretario de otro escritor, el dandi y poeta Lord Byron, quien, como muchos grandes hombres, necesitaba de admiradores e idólatras (ahora los llamaríamos fans) para vivir un eterno perfume de gloria. Entre otras bromas de dizque buen gusto, Byron modificaba el título y el apellido del muchacho y lo apodaba “doctorcillo Polly Dolly”. Quizá por eso y por las muchas burlas sufridas al poeta, John William Polidori se suicidaría a sus veintiséis años, pero no sin antes intentar vengarse con armas semejantes a las del despótico lord poeta: la pluma, la tinta y el papel.
El caso se inicia en una célebre sobremesa en la Villa Diodati (a la orilla del gran lago de Ginebra) y en la noche del 15 de junio de 1816 en que celebraban algo los poetas ingleses Byron y Shelley, la esposa de éste, Mary Wollstonecraft (conocida como Mary Shelley) y Polidori.
A la hora de los toasts surgió entre los cuatro una apuesta: escribir cada uno, en unos días, o, mejor, en unas noches,un relato de espanto que superase a El castillo de Otranto, la novela de Horace Walpole a la que se considera iniciadora del relato de fantasía “gótica”. Byron comenzó un cuento en versos, pero, viendo que le salía una historieta pornográfica con fantasma risible, no le dio final. Shelley compuso un vericuético relato también en versos sobre un enamorado retornado de ultratumba para consumar matrimonio con la amada, y a saber cómo lo saldría, pues quedó inédito o fue por primera y única vez leído por el fuego. Mary escribió su novela de horror y filosofía con la que se hizo precursora de la cienciaficción: Frankenstein. Y Polidori pergeñó The Vampyre, el cuento en el que, tomando de modelo a Byron, viajero cojitranco por países “exóticos” y famosamente sospechoso de incesto con una hermana (que, la verdad, solo era una prima hermana), puso en pie como protagonista a Lord Ruthwen, el dandi libertino que infundía “una sensación de temor cuya causa se desconocía”. Detalle adicional: el tal Lord Ruthwen era vampiro desde la melena a los pies.
Vaya un indicativo momento del cuento de Polidori:
“El rostro de Ianthe muerta conservaba su serena y exquisita belleza, pero en el pálido pecho tenía sangrientas huellas de dientes caninos. Al ver esas horripilentas señales, se asustaron los sencillos aldeanos que habían transportado el cuerpo de la desdichada, y exclamaron al unísono: ¡Un vampiro, un vampiro!”
Voilà, pero cabe preguntarse si los sencillos aldeanos creían que Ianthe era ya una vampira, o si presentían cerca al criminal Lord Ruthwen, que, como cualquier vampiro que se respete, había ya iniciado una demografía de vampirizados lugareños y lugareñas. ¿Y si el párrafo arriba transcrito quiso ser ambiguo? Polidori no era buen escritor, pero habrá intuido que la ambigüedad produce misterio y es un elemento esencial de la literatura fantástica.
Polly Dolly se vengaba así de su abusivo patrón: no sólo caricaturizándolo en personaje de canalla postmortem, sino además atribuyéndole la autoría de un truculento relato tal vez adrede escrito en mala prosa.
Byron se habrá sentido retratado en el cuento y habrá hecho una rabieta pataleando con el pie no torcido, pero, quizá pensando que un aroma de azufre convenía a su condición de “monstruo sagrado”, a veces admitió ser autor del cuento o el modelo del vampiro Lord Ruthwen. De lo cual resulta que algunos eruditos tengan a The Vampyre por un capricho literario muy propio del creador de Childe Harold, de Mazzepa, del Corsario, de un Don Juan; es decir el grandioso George Gordon Byron, sexto Barón de Byron.
(Una versión de este texto apareció publicada en el periódico Milenio Diario.)
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.