El autor en la presentación de uno de sus libros (circa 2012).

¿Por qué tanto escándalo con las presentaciones de libros?

Más en contra de las presentaciones de libros
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La semana pasada, cuando publiqué en este mismo espacio una entrada contra las presentaciones de libros, nunca esperé que causara algún tipo de revuelo, mucho menos en las redes sociales. Mientras algunos lectores me escribieron en Twitter para decirme que les había gustado y les había hecho reír, en un par de muros de Facebook algunos usuarios estaban muy molestos. No tiene nada de nuevo hablar mal de las presentaciones de libros, y lo descrito en mi entrada tampoco es nada que no se diga y se piense en muchas partes entre gente sensata. Mi pecado fue escribir algo tan simple (tan sabido), que muchos lo miraron como un desafío a la autoridad (pero no hay tal). Se habló de que yo estaba generalizando, y así es; nunca pretendí escribir un tratado sobre las presentaciones de libros desde la Atenas de Pericles hasta el siglo XXI; sería como aquel estudio titulado El pasado y el porvenir del impuesto sobre los perros que escribe el hombre irascible de Chéjov. Solo de pensarlo me da sueño.

Como ya ha sucedido con otras entradas, los puristas me acusaron de utilizar mal este espacio, el de Letras Libres, al que ven como una especie de Sancta Santorum de las letras mexicanas. Para esta clase de puritanos solo se debe escribir sobre Joyce o Beckett, o cosas más serias. También se me acusó de pretender ser una especie de rebelde o subversivo cuando simplemente me dediqué a escribir mi opinión, misma que, ahora lo sé, es compartida por muchas personas. No faltó incluso el comentario en la entrada de una Vaca Sagrada (ya lo puse en mayúsculas, como le gusta) que se sintió ofendida (tal vez incluso amenazada) y que criticó mi uso de las comas (de la misma manera como lo hace con sus muchachitos y señoras de la tercera edad en su taller de literatura de provincia), y también mis faltas de ortografía, ignorante de que esta publicación acata la nuevas reglas de la Academia en las que solo ya no se acentúa, ni tampoco los demostrativos. También le dolió que yo no usara suficientes mayúsculas (como se sabe, esta gente vive de las jerarquías, de la mayusculitis). Mi texto no era la gran cosa, nunca pretendió serlo. Los que buscan la obra maestra en una entrada de blog, que se pongan a escribirla. El objetivo de esta bitácora es dar mi opinión, no educar a las masas proletarias.

¿De dónde viene tanta pretenciosidad? ¿Por qué seguimos atribulados por los fantasmas de lo culterano y lo presuntuoso? ¿Por qué creen que uno tiene que estar todo el tiempo demostrando que leyó a Joyce y a Beckett (si ya hay quienes lo hacen muy bien)? ¿Por qué hay que usar las comas moderadamente? ¿Porque lo dice un viejo en uno de esos grupos de autoayuda llamados talleres literarios? A mí parecer (y sí, estoy generalizando) es esta clase de actitudes las que alejan a los lectores de la literatura. La supina idea de que un texto tiene que ser supinamente aburrido para tener supina “calidad literaria”, así como las presentaciones de libros, y todo lo que está alrededor de la literatura, las entrevistas y las reseñas, comenzado por los parches en los codos de los sacos, luego las ceremonias, y los funcionarios, y todas las máscaras detrás de las que se esconde el escritor mexicano. Y como sucede que en este país solo tenemos un puñado de lectores, y estos lectores además quieren ser escritores, tenemos aburrimiento para un buen rato; y un sentimiento de elitismo que no es tal y de desprecio a los pocos escritores que tienen algunos lectores que no estudiaron letras hispánicas o un doctorado en una universidad gringa. En los supuestos chistes contra Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Yordi Rosado o Xavier Velasco no hay detrás sino envidia y resentimiento.

Yo mismo estoy sorprendido. Cuando escribí la entrada pasada creí estar haciendo leña del árbol caído. ¿Quién iba a molestarse porque yo hablara mal de algo tan  caduco como lo es una presentación de un libro? ¿Quién iba a sentirse ofendido con lo escrito si se trataba de una caricatura, de una generalización? ¿Por qué se molestaron tanto algunos? La respuesta es muy simple, porque se vieron ahí, o vieron sus aspiraciones ahí, cuestionadas (si algunos se molestaron porque mi entrada no era literaria, ni les pareció un ensayo o una crónica, respeto sus opiniones). Para mí era como hablar mal del Porfiriato (fíjese que lo puse en mayúsculas, señor Vaca Sagrada), pero me falló el cálculo: sin darme cuenta estaba hablando de algo demasiado vigente en la vida literaria, y que además resultó ser sagrado. Una vida literaria en la que las formas y las ceremonias parecen ser más importantes que los contenidos de los libros; en las que el escritor es el estereotipo y la caricatura que se hace de sí mismo (bufanda, lentes, saco y un tomo de la obras completas de Alfonso Reyes bajo el brazo), y no un hombre de carne y hueso que tiene que pagar el alquiler y arreglar el calentador de agua.

Pero no hay por qué molestarse: el pasado y el futuro siempre han convivido. Las presentaciones de libros (como la descrita en la entrada anterior) estarán ahí por un buen rato (ya soy de la opinión de que siempre), pero habrá otros que prefieran evitarlas e ir al cine o a comer helado. Yo sigo creyendo que las redes sociales son más efectivas ahora que las presentaciones, y que además permiten que autores como yo puedan tener un público más amplio sin necesidad de ser amigo del director de tal instituto o del editor de tal suplemento, o de asistir a las cenas de la emperifollada señora de tal, y de lamer botas a diestra y siniestra (tener "contactos", le llaman algunos). Y bueno: yo lo único que le pido a las instituciones de cultura es que pongan buenos bocadillos y un buen Malbec de Mendoza; no sean tacaños-

 

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Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).


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