Salvo sorpresas, el próximo lendakari será socialista y gobernará con el apoyo parlamentario del PP. Se presume –escribo a mediados de marzo– que el gobierno estará formado sólo por socialistas y personalidades independientes. El PNV, por supuesto, irá a la oposición. Nunca había ocurrido hasta ahora, desde que se inició la democracia. ¿Qué hará Patxi López desde la lendakaritza? ¿Qué tiempo se mantendrá en el poder?
La política es incierta por definición. Pero en el caso vasco, las incertidumbres son mucho mayores todavía de lo habitual. Ni tenemos una noción aproximada de cómo se desarrollará la legislatura de López, ni sabemos si alcanzará a cubrir su ciclo natural. Veamos, antes de nada, cómo se distribuyen las fichas en el tablero.
Aunque los socialistas han experimentado un avance porcentual considerable, los nacionalistas, considerados en bloque, descienden poco. Partamos del supuesto, en absoluto aventurado, de que el 9% de votos nulos –punto arriba, punto abajo– es voto abertzale, y debe ser integrado en la mitad nacionalista del espectro. El sufragio del 1 de marzo arrojó un retroceso, con respecto al anterior, de 90.000 votos, y todos han perdido en términos absolutos: 60.000 votos los nacionalistas, y 30.000 los autonomistas. El avance autonomista, muy meritorio, es, por tanto, modesto. Tan importante como la distribución panorámica del voto, es su desplazamiento dentro de cada uno de los bloques. El PSE –dato esencial– mejora a costa, exclusivamente, del PP. Y el PNV no empeora. Los que empeoran son sus antiguos socios de gobierno. El PNV, además, saca más de ocho puntos de ventaja al PSE. Si los abertzales, cuyas candidaturas títeres fueron prohibidas aplicando la Ley de Partidos, se hubiesen hecho presentes en el parlamento de Vitoria, el próximo gobierno habría vuelto a ser nacionalista. López goza por tanto de una superioridad enormemente precaria, tanto más débil cuanto que PSE y PP no forman, en este momento, una mayoría moral. Así las cosas, y siempre que se cumplan los pronósticos y López sea investido lendakari, se abren dos horizontes posibles.
Uno: los socialistas, intimidados por el paisaje adverso, y en la esperanza de que el PNV depure a Ibarretxe y les dé pie a una permuta futura de alianzas, marean la perdiz y no inician ningún movimiento que ponga en entredicho la política desarrollada hasta la fecha por el PNV. No se tocaría, por ejemplo, la política lingüística, ni la política de educación. Este escenario, considerado probable por varios analistas, es más fácil de formular genéricamente que de imaginar en términos concretos. Presupone, en primer lugar, una pasividad del PP poco realista. En efecto, el PP se siente casi obligado a apoyar la candidatura de López. Pero no podría sostener durante un año, o año y pico, o un año menos un pico, a un lendakari que paralizara todas sus propuestas y que diese muestras inequívocas de querer pasarse a la otra orilla apenas se presente la ocasión.
Existe una segunda premisa, más contenciosa todavía: la de que el PNV aceptaría, en una coalición con los socialistas, un papel subordinado, a despecho de haber sido, con diferencia, el partido más votado. Esto no ocurriría en ningún sitio, y menos aún en el País Vasco, en que los nacionalistas se consideran llamados por la historia a controlar el poder. A la vez, la idea de que López pudiera ceder la lendakaritza luego de haberla ocupado, desafía al sentido común. López puede resignarse a no ser investido ahora. Pero abandonar el cargo después de haber sido lendakari, para convertirse en acólito voluntario de la antigua oposición, lo destrozaría políticamente.
Estas consideraciones nos arrojan en brazos del segundo escenario. Se trataría de un escenario signado por la radicalización del PNV. Ibarretxe aguanta, eta vuelve a ser popular en la calle, y socialistas y populares, haciendo de tripas corazón, se acercan de verdad y reconstruyen el frente constitucionalista del 2001.
Ignoro cómo rodarían las cosas vascas en esa contingencia. Lo que parece obvio, es que se plantearía una aporía seria a escala nacional. ¿Por qué? Porque Zapatero, en Cataluña, no ha formado un frente constitucionalista, sino, más bien, lo contrario: el PSC gobierna con Esquerra e Iniciativa sobre el presupuesto de que el marco constitucional puede y debe ser rebasado. Se estaría defendiendo en el País Vasco lo inverso que en Cataluña. El presidente es capaz de incoherencias, pero no creo que estuviera en grado de afrontar esa contradicción. El sistema, muy tocado ya, experimentaría tensiones enormes, sólo resolubles si se da un paso más y PP y PSOE acuerdan reformar la Constitución sobre una base nacional. Ello entrañaría la refundación del PSOE en Cataluña, operación delicadísima que los socialistas no quieren porque pasarían de inmediato, y durante un plazo indefinido, a quedar por debajo del PP en el conjunto de España.
En definitiva, un gigantesco lío. Consolémonos con la idea de que los análisis de pizarra valen lo que valen. Es decir, más bien poco. ~