Nos hemos hecho tan einstenianos que hemos conseguido acelerar el tiempo. En estos cien años nos hemos creído tanto la teoría de la relatividad que a fuerza de nervios nos estamos acelerando. Si miras las facturas por pagar y/o lo que tienes que hacer hoy puedes ver cómo se comban las paredes. Para la empresa el mes que viene es “largo plazo”. Para la persona, mañana es estrategia y pasado mañana, prospectiva. La globalización es velocidad de todos contra todos: un empeño colaborativo darwiniano.
Todo sea por vivir eterna y dignamente aquí y ahora. Carpe diem… indefinido. Demasiada presión. El ser humano ha evolucionado a presión: ahora es evidente por la velocidad de la angustia, la incertidumbre o el índice de suicidios (en España primera causa de muerte externa, según el ine). Y eso admitiendo que estamos progresando, que la humanidad en conjunto mejora, objetivos del milenio, tesis Pinker, etc.
El bioquímico Carlos López Otín dijo en una entrevista en 2011: “en la evolución humana ha habido una presión evolutiva importante sobre los sistemas inmune y reproductivo”. Si pudiéramos ver cómo se agita y se enrosca nuestro genoma en directo con el Apple Watch (ya no tardará) nos daríamos cuenta de que esa presión se ha acelerado. Se acaba de descubrir que a los caballos siberianos les costó solo ochocientos años evolucionar para adaptarse a los setenta grados bajo cero: mutaron a toda velocidad.
Las células reciben información de todo lo que ocurre. Leen la realidad visible y tal vez la invisible. La ciencia admite que solo conocemos el 5% del universo, el resto es materia oscura y energía oscura. Puro misterio buñuélico. Si con el 5% hacemos prodigios, ¿qué será conocer el resto? La física cuántica funciona y la relatividad también, pero la gravedad sigue sin encajar.
Tras secuenciar el genoma humano quedaron muchos fragmentos de adn que no codifica proteínas, miles de genes que aparentemente no hacen nada: los llamamos adn basura o adn oscuro. Igual que a esa materia y a esa energía inabordables las denominamos “oscuras”. La claridad, la luz, es lo bueno y la oscuridad es peligrosa. La luz siempre ha sido lo más. Hemos depositado en ella la única constante, la única certeza: que su velocidad no varía dependiendo del observador, ni de nada: es un artículo de fe actual. Einstein se atrevió a promulgar que nada podía ir más deprisa que la luz (pero los nervios corren más). Siempre ha habido disidentes e intentos de refutar esa barrera: en 2011 un experimento del cern aventuró que los neutrinos iban más deprisa que la luz, luego lo achacaron a un error. Pero el límite está para rebasarlo. El caso es que la luz siempre ha sido la divinidad, luego la razón –Siglo de las Luces– y ahora la ciencia, que denomina oscuro a lo que sabe que ignora. Haber llamado adn basura a gran parte de ese material ignoto revela un punto de soberbia: no sabemos para qué sirve, luego es basura. El Proyecto encode explica que gran parte de ese genoma son las instrucciones para su propio funcionamiento, burocracia, administración, el software más íntimo.
Entonces tenemos el adn abierto encima de la mesa, desplegado, y estamos revisando ese código del código. A la ciencia, como a todo ahora, se le da menos tiempo, se le exige más velocidad, resultados empresariales, vacunas, curaciones, milagros rápidos. La presión evolutiva es empresarial y la epigenética muestra que el entorno actúa en el acto sobre los genes: no podemos esperar ochocientos años como los caballos siberianos. Tiene que ser ahora. La epigenética sugiere que el meme altera el gen en vivo, lo que explica el valor infinito de la poesía.
Las células madre traen cada semana la noticia de un experimento esperanzador/lento. Se han creado quimeras, células que combinan humanos con ratones. Se ha producido un corazón –“El corazón delator” de Poe– basado en células madre, un corazón nuevo que palpita solo. Se ha prolongado la vida de ratones fatigados. Hay un nuevo método de edición del genoma: con crisp, copiado de las bacterias que somos, cortar y pegar adn es trivial. ¡El adn juega a los palíndromos!
La longevidad es un sector económico que linda con… la inmortalidad. Decenas de investigaciones porfían por encontrar el misterio de la vida, para mañana mismo. Las células de un trozo de piel regresan al estadio anterior y se vuelven pluripotenciales, células madre capaces de especializarse en tejidos, neuronas, órganos variados. Es una forma de revertir el tiempo: una célula determinada, especializada, regresa a su origen genérico y recupera la capacidad de convertirse en toda la gama de doscientas células. Esta página se vuelve árbol. (¿No impugna la entropía?). Nos parece lento: nos asombramos durante un nanosegundo y enseguida, agitados por la presión evolutiva, en vez de disfrutar del prodigio, nos preguntamos para qué sirve, cuánto tardará en salir a bolsa, y si llegará algún día a la seguridad social, o será por la privada. El contexto es el 99%-1% de la distribución de la riqueza.
Todos estos avances insuflan presión evolutiva también sobre los mitos culturales: parcheado con tus propias células de recambio eres el Frankenstein de ti mismo, quimeras en casa, creaciones de vida con cuatro letras, impresiones 3d de tejidos, impresiones de adn animado, piel transparente de grafeno, conexión con chip neuronal. Estamos creando el Golem, el hombrecillo (Gollum) nacido del cortapega de textos: letras, palabras que engendran seres vivos. La Biblia, el Evangelio, “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
En fin, lo de siempre. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).