Fotografรญas: Marcel Ventura

Protestas en Venezuela: Los otros nunca son los buenos

Caracas es una ciudad partida en dos donde cada parte estรก, a su vez, en un cajรณn de espejos que devuelven la propia imagen hasta el infinito. El este y el oeste como espacios negados.
Aร‘ADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Fueron tres tiros en la cabeza. A uno por persona. Fueron tres muertos. La protesta convocada el pasado 12 de febrero por los lรญderes opositores Marรญa Corina Machado y Leopoldo Lรณpez encendiรณ una mecha en varias ciudades venezolanas y reventรณ con los decesos de Bassil Da Costa, 24 aรฑos, Juan Montoya, 40 aรฑos, y Robert Redman, 31 aรฑos. Con ellos y 66 heridos y 153 detenidos que, en su mayorรญa, han sido liberados con rรฉgimen de presentaciรณn y prohibiciรณn de declarar a medios de comunicaciรณn. Por eso hay testimonios imprecisos sobre las torturas recibidas.

Los tres cayeron en Caracas, en lugares distintos y entre rรกfagas de balas que el gobierno atribuye a mercenarios opositores. La acusaciรณn no es nueva, pero esta vez surgen investigaciones como la del diario รšltimas Noticias, en las que resulta difรญcil negar la participaciรณn de organismos oficiales en la muerte del carpintero Bassil Da Costa. El caso del revolucionario Juan Montoya apunta hacia una responsabilidad similar y el propio presidente Nicolรกs Maduro especulรณ que ambos fueron ejecutados con la misma pistola. La muerte habla con murmullos ininteligibles que se repiten, por eso cuando el cuerpo de Da Costa golpeรณ la acera de la intersecciรณn de las avenidas Sur 11 y Este 2, en el centro caraqueรฑo, Robert Redman no la escuchรณ. Estaba ayudando a cargar el cadรกver del carpintero unas cuadras hacia el sur. Pocas horas despuรฉs, otros cargarรญan el cadรกver de Redman en el este de la capital.

Caracas es una ciudad partida en dos donde cada parte estรก, a su vez, en un cajรณn de espejos que devuelven la propia imagen hasta el infinito. El este y el oeste como espacios negados. Es tan potente su narrativa centralista que a ratos Venezuela parece un paรญs del tamaรฑo de su capital, cuando la realidad es que en momentos tensos como los de estos dรญas la estrategia polรญtica depende de movimientos nacionales. Las ciudades andinas de Mรฉrida y San Cristรณbal, por citar apenas dos ejemplos, ya habรญan escuchado disparos y protestas antes del 12 de febrero, asรญ que todo relato caraqueรฑo es apenas una parcialidad. Ayuda, sรญ, atravesar su cortafuegos imaginario.

La respuesta del oficialismo a los sucesos del miรฉrcoles fue convocar una concentraciรณn por la paz el sรกbado 15, en la simbรณlica avenida Bolรญvar, al oeste. En esos 1500 metros de la mรกs ambiciosa arquitectura moderna venezolana Hugo Chรกvez se dio sus mayores baรฑos de masas y es inevitable comparar las aceras despejadas de hace dos dรญas con el frenesรญ atestado de otras รฉpocas. El oficialismo montรณ algo similar a una verbena: seis tarimas con mรบsica en vivo y teatro, espacios infantiles para pintar y jugar, dos areperas mรณviles, cavas para hidratarse, cornetas con buen sonido en todas partes. Hubo la acostumbrada movilizaciรณn de autobuses, aunque en magnitud menor a la acostumbrada, y apenas veinte minutos despuรฉs de acabar Maduro su discurso, la avenida se parecรญa a una de esas fiestas que se terminan antes de tiempo sin saber muy bien dรณnde estuvo el problema. No es de extraรฑar que en ese ambiente el presidente venezolano asegurara que para un revolucionario “rumbear y triunfar es la consigna”.

Mientras el chavismo celebraba con canciones nostรกlgicas como “Chรกvez no se ha ido / รฉl sigue contigo”, por las cuadras circundantes a la plaza Altamira, en el este, retumbaban gritos de unos mil estudiantes opositores. “Y va a caer / y va a caer / este gobierno va a caer”, porque sin liderazgo toda queja se diluye en una muletilla antes que en una propuesta. Desde el 12 de febrero y hasta ayer, domingo, jรณvenes se han empeรฑado en bajar hasta una de las principales autopistas de Caracas, pero se encuentran con la Guardia Nacional –parte de las Fuerzas Armadas–, que repele todo intento con bombas lacrimรณgenas, agua sucia disparada a presiรณn, escudos antimotรญn y armas de fuego en el cinto, aunque estรฉn prohibidas en el marco de protestas. Algunos manifestantes rompรญan aceras para improvisar peรฑascos que tirar a las autoridades, quienes acto seguido respondรญan con bombas lacrimรณgenas. “¡Devuรฉlvanlas, devuรฉlvanlas!”, es el grito desde la retaguardia estudiantil y entonces el valiente de turno coge una y lanza el humo tรณxico hacia los guardias otra vez.

Suenan aplausos.

La dinรกmica se ha repetido todos los dรญas en una especie de loop estรฉril que puede entenderse con algo de voluntad. Con una tasa de 79 homicidios por cada 100,000 habitantes y colectivos chavistas armados que amenazan con impunidad, la violencia es un discurso hegemรณnico que ha comprometido, entre otras cosas, la nociรณn de espacio pรบblico. Con todo lo subjetivo del caso, algunos manifestantes parecen movidos por una necesidad de desahogarse en ese trozo de ciudad que quizรกs es la รบnica ciudad conocida. Y asรญ como una y otra vez se repite que el acaudalado municipio de Chacao no es Caracas ni, mucho menos, el paรญs, es igualmente necesario recordar que las celebraciones de la avenida Bolรญvar tampoco son el paรญs. Las magnitudes se deforman en la caja de espejos.

Ayer, por ejemplo, mientras la tensiรณn en Altamira anticipaba bombas lacrimรณgenas y en la cรฉntrica Plaza Venezuela el chavismo organizaba discretas actividades infantiles, en la esquina de las avenidas Sur 11 y Este 2, supuestamente un barrio chavista, un conmovedor altar recuerda a Bassil Da Costa. Seis vecinas parecen estar atornilladas al lugar, conversando con los peatones y conductores que se detienen a leer los mensajes con sorpresa. Un dibujo de una niรฑa de ocho aรฑos muestra a Bassil en el cielo y a sus padres en la tierra. Una carta promete que su muerte no serรก en vano. Un papel a rayas anuncia que el rosario se rezarรก todos los dรญas a las seis de la tarde. En contravรญa, por el este, la patrulla 0187 de la policรญa municipal –oficialista– pasa con velocidad amenazante, lo mismo que una camioneta con vidrios de un negro imposible. Se ha corrido el rumor de que hoy tocarรกn cacerolas en la esquina y seis miembros de la Guardia Nacional ven la escena a lo lejos, con cara de que no miran.

–Es asรญ todo el dรญa–, dice una de las vecinas.

–Lo que quieren es meternos miedo, pero las maduritas somos mรกs candela que los muchachos–, responde una morena de cuarenta y tantos que asegura saber quiรฉn matรณ a Bassil. –Vive unas cuadras mรกs arriba, en la avenida Urdaneta, pero dicen que ya se escapรณ con su familia.

El dรญa se cierra sobre la ciudad. Al menos veinte personas compungidas proyectan la ilusiรณn de que no todos los muertos se olvidan rรกpido. De repente, una chica aparece, pega una calcomanรญa sobre la pared y se va. Un niรฑo la lee con su mamรก.

–“La voz de los cobardes”… ¿y quiรฉnes son los cobardes, mami?

–Los que estรกn armados.

–¿Y quiรฉnes estรกn armados?

–Los malos.

 

+ posts

Periodista. Coordinador Editorial de la revista El Librero Colombia y colaborador de medios como El Paรญs, El Malpensante y El Nacional.


    ×

    Selecciona el paรญs o regiรณn donde quieres recibir tu revista: