Fuentes, la voz de la novela

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Carlos Fuentes

A viva voz. Conferencias culturales

Ciudad de México, Alfaguara, 2019, 312 pp.

Tuve la fortuna de escuchar a Carlos Fuentes dictar algunas de sus conferencias en El Colegio Nacional. Recorría a grandes zancadas el auditorio, de un salto subía al escenario, ajustaba el micrófono y de inmediato comenzaba a hablar. Sus conferencias eran chispeantes, entretenidas, transmitían energía. Fuentes era un magnífico actor de sus propias emociones. Sabía comunicar a sus fascinados espectadores su indiscutible pasión por la literatura.

A viva voz. Conferencias culturales reúne trece conferencias de Carlos Fuentes. Alfaguara no consideró importante informar al lector quién seleccionó y editó los textos que compila este libro. ¿Fue Steven Boldy, estudioso inglés de la obra de Fuentes y autor del prólogo? ¿Si fue él por qué no merece ningún crédito? A viva voz es la cuarta compilación de conferencias de Fuentes. La primera salió bajo el sello del Fondo de Cultura en 1993: Tres discursos para dos aldeas; la segunda, La novela y la vida, la publicó Alfaguara en 2012; la tercera, de 2018, es también del fce y tiene el anodino título de Conferencias políticas. A viva voz se suma a esta lista y lo hace repitiendo los mismos errores que los libros que lo precedieron: sin el menor aparato crítico; sin índices ni indicación alguna de por qué se incluyeron los textos seleccionados y cuál fue el criterio bajo el cual se editaron esas intervenciones. Esta última omisión es la más importante. ¿Los textos publicados corresponden a textos escritos o también incluyen las improvisaciones de Fuentes? El libro abunda en ideas y frases repetidas, ¿no hubo quien cuidara el texto para evitar estas repeticiones? Las conferencias contienen múltiples referencias contextuales, ¿nadie consideró útil explicar las más importantes en notas al pie de página? Se trata de un fenómeno común en nuestros días: aparecen libros –sobre todo de editoriales grandes– sin editor, sin cuidado alguno, repletos de erratas.

Las conferencias, ha escrito Gabriel Zaid, “son de poca eficacia comunicativa. Es absurdo recorrer media ciudad congestionada para llegar a tiempo y leer de oídas (que es difícil) un texto mal dicho o, peor aún, que no tiene nada que decir; y del cual no es posible saltarse las partes vacuas o el texto completo, que luego se publicará”. Las conferencias son “ante todo testimonios […] cuya producción teatral es necesaria para las cámaras”. Fuentes actuaba magníficamente sus conferencias. Era, sin que esto signifique demérito alguno, un perfecto histrión. Imprimía dramatismo y humor en sus intervenciones, imitaba voces, recitaba versos, hacía las pausas y los énfasis necesarios. Como conferencista Fuentes cumplía perfectamente con su papel. ¿Qué tan necesario resulta publicar sus conferencias? Tal vez no mucho. Steven Boldy, en su prólogo, señala que “las conferencias se conciben principalmente para ser pronunciadas y escuchadas”.

Carlos Fuentes fue, también, un ensayista prolijo. Muchas ideas expuestas en sus conferencias están contenidas en sus ensayos. Así, las conferencias dedicadas a Balzac y a Faulkner que aparecen en A viva voz son una glosa del ensayo “La novela como tragedia: William Faulkner”, recogido en Casa con dos puertas, dedicado a comparar a ambos novelistas. “Los hijos de la Mancha”, la conferencia que Fuentes pronunció gracias al patrocinio de La Caixa en Mallorca, España, es una versión muy menor del ensayo Cervantes o la crítica de la lectura. Las conferencias que Fuentes brindó sobre Luis Buñuel y Fernando Benítez aparecen, también, en versiones más extensas, en Casa con dos puertas. ¿Qué necesidad había, si cada uno de los autores tratados ya había sido abordado ensayísticamente con largueza, de ofrecer las conferencias en libro, que no representan sino piezas menores en su bibliografía?

Comentarios aparte merecen la conferencia dictada sobre Alfonso Reyes y Julio Cortázar y la que ofreció sobre Octavio Paz. La conferencia sobre Reyes y Cortázar apenas aborda la obra de los autores referidos, son solo un pretexto para hablar de la experiencia, la amistad y el amor. El recurso es muy poco serio. Abre la conferencia con Reyes, contando unas cuantas anécdotas de su trato con él, recuerda que Reyes escribió La experiencia literaria y de ahí se pasa a hablar largamente de la experiencia humana, sin que se vuelva a mencionar al autor regiomontano. En la segunda parte de la conferencia hace lo mismo con Cortázar, anécdotas personales dan pie a decir que Julio era muy buen amigo y de ahí se fuga en una larga disertación sobre el amor y la amistad. Es decir: utiliza a Reyes y a Cortázar para hablar de temas que ya tenía preparados de antemano. Un recurso tramposo.

Otro caso, muy diferente, es el de la conferencia sobre Octavio Paz. La dictó el 5 de mayo de 1998 en Londres –no se indica en dónde, a diferencia del resto de las conferencias de este libro–, unas semanas después de haber fallecido el poeta. Al comenzar aclara: “no creo que un escritor mexicano haya escrito más que yo sobre Paz”. Sin que Fuentes lo diga en su conferencia, todo cambió con el ensayo crítico de Enrique Krauze sobre Fuentes publicado en Vuelta, que el novelista consideró una traición. Paz habría roto una regla no escrita: no se publican ataques contra los amigos. En vida, Fuentes no dijo públicamente nada sobre Paz, ya muerto reunió valor. La poesía de Paz “no es tan alta como su prosa”. “No fue Gorostiza, Villaurrutia o López Velarde.” La poesía de Paz tiene fuertes deudas con la de Guillén y Prados, dice Fuentes, y pide a Carlos Blanco Aguinaga que haga “un buen estudio comparativo”. Recordando el paso de Paz por el Banco de México en su juventud, donde quemaba billetes, dice Fuentes: “Octavio, físicamente, incendió al dinero, ¿lo incendió, otro día, el dinero a él?” Con un sentido del honor muy dudoso, Fuentes pisotea al amigo muerto. “Queríamos –dice Fuentes en su conferencia– dar una prueba de coexistencia respetuosa. Casi lo logramos.” Como Paz “lo traicionó”, se perdió el respeto. Esas palabras, con sabor a ceniza, fueron las últimas de Fuentes sobre Paz, al que sobrevivió catorce años. Es una lástima que en el prólogo Boldy rehuyera abordar con detalle el tema.

Algo muy importante de una conferencia se pierde, como toda traducción, al ser trasladada al papel. Una conferencia es una actuación. Importa lo que dice quien habla pero también su entonación, sus énfasis, sus ademanes, sus silencios. En vivo las conferencias de Fuentes eran muy exitosas. En libro, sin el soporte de la gesticulación, saltan a la vista las frases arbitrarias. Frases altisonantes: “que la cosa que yo poseo sea tan mía que tenga, también, lo que yo poseo para perder y ganar: mi vida y mi muerte”. Frases fáciles: “Balzac vence a la muerte con la literatura.” Frases tontas: “No se a dónde habría llegado Mme. Bovary con una tarjeta de American Express.” Chabacanerías: “el amor es nuestro acercamiento posible a la divinidad, es nuestra mirada de adiós y nuestra mirada de Dios”. Frases huecas: “la literatura solo tiene un tiempo, el tiempo verdadero del corazón humano”. Cantinflismo puro: “El arte concebido como compañero de la novedad ha dejado de ser novedoso porque la novedad era, a su vez, compañera del progreso y el progreso ha dejado de progresar.” Todo esto en medio de frases brillantes, incisivos párrafos de crítica literaria, agudas observaciones sobre el papel de la novela y el novelista en nuestro tiempo.

Siempre me ha parecido admirable el amor de Carlos Fuentes, muchas veces bien correspondido, a la literatura. En verdad él creía que la novela y los novelistas tenían algo importante que decir en medio de la convulsión informativa de nuestros días. Pensaba que la democracia estaba en riesgo si no ofrecía resultados tangibles, algo en lo que tenía razón. La democracia es algo más que las indispensables elecciones. No lo supimos ver a tiempo y hoy como sociedad pagamos las consecuencias. Fuentes consideraba que a la fría lógica que dominaban las decisiones políticas y económicas había que oponerle la voz de la novela contemporánea, una voz mestiza, plural, nómada, puente entre la aldea local y la aldea global. La novela, a diferencia de la historia, no ofrece un sentido para interpretar la realidad, es plurívoca, polivalente, “única capaz de oponerle así sea un mínimo de resistencia a la asimilación al mundo económico, al asalto del mundo político”.

De acuerdo a Carlos Fuentes, “vivimos en la desesperanza y el azoro” al darnos cuenta de que “estamos siendo esclavizados en nombre de la libertad, asesinados en nombre de la vida y oprimidos con los instrumentos destinados a la felicidad”. Ante este panorama desolador, “nunca ha sido menos escuchada la voz de la literatura”. Y ahora es más importante oírla. “El arte y la literatura son el espacio espiritual de un país”, declara Fuentes. La literatura podría aportar, al complejo mundo actual, un modo diferente de aproximarse a la realidad, otra forma de conocimiento (distinta del conocimiento lógico). En literatura “el nombre del conocimiento es imaginación”. Más específicamente, ¿qué puede aportar la novela a la discusión pública? “¿Qué podría decir una novela que no podría decirse de ninguna otra manera?” Según Fuentes, puede decirnos “en qué consiste el ser concreto del ser humano en la historia”. No ofrece una utopía, ni una visión redentora, ofrece mestizaje, en lugar de la visión homogénea, ofrece la certeza de “que el mundo es más diverso y extraño que nuestro conocimiento del mundo”. De ahí la necesidad de la novela.

A Fuentes le gustaba el desafío. Desde joven se supo dueño de un innegable talento literario. Su sello fue su apasionada y torrencial retórica. Con el pasaporte de la literatura del boom, quiso en los años sesenta desafiar a la novela europea con Cambio de piel. En los setenta se propuso debatir con la literatura española y se puso a dialogar vívidamente con nuestra tradición hispánica clásica en Terra nostra. Me temo que, aunque necesaria, ni la voz de la novela ni la voz de los novelistas se escucha de forma destacada en el concierto mundial. El saber de la novela es ambiguo, enigmático, problemático, no se presta a las banderas.

Fuentes conoció, y puso en práctica, esa esencial ambigüedad narrativa en sus mejores obras. En sus ensayos y, más aún, en sus conferencias, postuló que la literatura era una forma de conocimiento necesaria para el mundo. Y tal vez tenga razón. ~

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