La prueba de fuego para cualquier enamorado joven que empieza a tener una relación estable llega cuando su novia, por buenas o malas razones, quiere alejarlo de la palomilla que lo sonsaca a irse de parranda: o la obedece como un perro faldero y acepta someterse a un proceso de reeducación, o se mantiene fiel a sus amigos a riesgo de terminar con ella. Esta decisión tiene gran importancia en la formación del carácter, pues el joven jaloneado por afectos antagónicos no solo debe elegir un modo de vida, sino definir su personalidad futura. Como el alejamiento de la palomilla es una exigencia autoritaria de su novia, puede sentir que cedería demasiado en caso de complacerla. El miedo a perder la identidad, a dejar de ser uno mismo, aleja a muchos varones de las hembras posesivas. Pero también es cierto –y quizá esto le sirva de consuelo a quien haya doblado las manos en una situación parecida– que solo conoce su verdadero yo el amante que se entrega hasta la ignominia.
Desde el punto de vista del misticismo erótico, rendirse a la dulce tirana no significa perder autenticidad, sino ascender auna escala superior de la existencia. Así lo proclamó el poeta novohispano Luis de Sandoval Zapata en su soneto Riesgo de un galán en metáfora de mariposa:
No retire tu espíritu cobarde
el vuelo de la luz donde te ardías;
abrásate en el riesgo que buscabas.
Dichosamente entre sus lumbres arde:
porque al dejar de ser lo que vivías,
te empezaste a volver en lo que amabas.
Pero la sociedad chamusca de un modo más cruel a los hombres que se rinden por completo a la mujer y abandonan por ella a sus amigos de toda la vida, pues no los condena a una muerte sublime, sino a la muerte civil. El supremo tribunal machista que se forma espontáneamente para juzgar estos casos en cada núcleo de amigos vilipendia con saña a los desertores de sus filas, quizá para protegerse de una desbandada total. En México llamamos mandilón al varón domado, por lo común a espaldas del aludido. Más que un débil de carácter, el mandilón es un hombre subyugado por el atractivo femenino, pero el vasallaje romántico no tiene encanto alguno a los ojos de los fanfarrones que se ufanan de imponer condiciones a sus mujeres. En España, el hombre que no manda en casa recibe el mote de calzonazos, y los franceses lo llaman le gentil toutou, nombres que indican, respectivamente, falta de pantalones y sumisión canina. Las tres palabras deberían desaparecer, no por un prurito de corrección política, sino por falta de precisión: insultan lo que no saben definir, como sucede a menudo con las descalificaciones burdas. Pero la lengua de Shakespeare sí encontró la palabra justa para nombrar al enamorado sin albedrío: pussy-whipped (azotado con la vagina). Tal vez pueda sonar soez a los pudibundos y sobre todo a las feministas dogmáticas, pero describe a la perfección el gozoso tormento del amante resignado a la esclavitud por miedo a perder la felicidad sexual. ¿O es comprensible que un hombre sacrifique la dignidad y el orgullo por la mujer amada sin un fuerte incentivo compensatorio?
Rara vez una palabra consigue reflejar con tal claridad el contexto sociocultural que la engendró. El matriarcado ha sido siempre una institución poderosa en los países anglosajones, particularmente en Estados Unidos, lo que explica el éxito arrollador de Sarah Palin y Michele Bachmann, las líderes conservadoras del Tea Party, cuyo atractivo erótico ha contribuido, sin duda, a llevarlas al candelero. El poder ejercido en el seno de la familia por “esos seres bondadosos y siniestros que son las madres y esposas norteamericanas”, como las llamó Octavio Paz, ha irrumpido comoun vendaval en la arena política del imperio. El fascismo sexy tiene grandes posibilidades de éxito porque apela directamente a la libido de los votantes puritanos y reproduce la relación ama-esclavo que los humilla y excita desde la infancia. Con razón estas damas de hierro han seducido a millones de electores: solo les falta un neglillé de vinilo y un látigo con púas para incrementar las poluciones nocturnas de su clientela política. Desde los tiempos de los primeros colonos de Nueva Inglaterra, la mamá regañona y devota que reza el padrenuestro antes de la cena ha despertado deseos incestuosos en los blancos protestantes y tarde o temprano esa fijación tenía que ser explotada con fines políticos. ¿Puede un país entero contraer el perfil psicológico de los pussy-whipped? Lo sabremos en las próximas elecciones.
Pero como las palabras compuestas no se ajustan bien al genio de nuestra lengua, y necesitamos con urgencia un nombre preciso para designar al hombre que cede la soberanía de su alma cuando su amada le truena los dedos, propongo a la Real Academia sustituirlo por el neologismo pussylánime, que también puede adaptarse al inglés con una pequeña variante: pussylanimous. Basta de mandilones y calzonazos. Si se extiende el uso de esta palabra vindicativa, la mansedumbre galante que ha concitado tantos denuestos inmerecidos quedará ennoblecida por el fuego de la pasión. ~
(ciudad de México, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela más reciente, El vendedor de silencio.