A casi ningún lector debe sonarle el nombre de Rafael Barrett. Tampoco yo lo conocía hasta que leí en Anagrama Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, de Gregorio Morán, que es uno de los mejores periodistas que hay en España. Pues bien, Barrett nace en 1876 en el norte de España, hijo de una familia más o menos asentada, va a estudiar ingeniería a Madrid, pero allí se dedica más bien a la bohemia y se hace amigo de Valle-Inclán y otros escritores de la época (Pío Baroja, por ejemplo, le dedica un terrible retrato en sus memorias). Poco a poco se va volviendo conocido y hasta ambicioso, y pide su ingreso en un club de la alta sociedad, pero es rechazado: el duque de Arión le acusa de homosexual y le priva así el acceso. Barrett le pide un duelo para recuperar su honor, pero el duque de Arión se niega: puesto que es homosexual –no lo es– no ha herido su honra sino dicho la verdad. Barrett, airado, se presenta un día en el teatro en el que Arión está viendo una función de circo y con una fusta le cruza la cara. Zas, zas. Después de ser detenido, huye a América: Buenos Aires, Ascensión, en algún momento Montevideo.
Y ahí surge un nuevo Barrett: se casa con una joven de la clase alta paraguaya, empieza a publicar en periódicos y a ser un referente intelectual, y de nuevo algo se cruza en su camino: descubre la situación casi esclavista de los trabajadores de las plantaciones de mate del Paraguay y radicaliza su izquierdismo hasta volverse el enemigo número uno de la dictadura paraguaya. Y enferma y huye a Uruguay, y se hace un nombre allí como periodista, y entre los anarquistas argentinos, y muere muy joven, a los treinta y cuatro años, dejando mujer y un hijo, y un puñado de artículos, cuentos y aforismos que Morán recupera, y que hacen que uno esté de acuerdo con él: Barrett es gran escritor al que hasta ahora no teníamos dónde leer. Ahora no hay excusa. No se lo pierdan.
– Ramón González Férriz
(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.