Re-orientándome

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"Esto", dijo Tim Goldbaher, recorriendo el ámbito con el brazo, "es la nueva China". Estábamos en un sombrío bar de Beijing llamado Nashville, escuchando a una banda china interpretar canciones de Kenny Rogers mientras enjambres de yuppies pagaban cuatro dólares por una cerveza y la oportunidad de cantar sus temas favoritos de música country and eastern.
Goldbaher trabaja en el China Daily, el periódico oficial en lengua inglesa. Los observadores estudian cada uno de sus párrafos como si fueran sacerdotes buscando en las entrañas de la publicación algún indicador de los vaivenes políticos de Beijing. Por ejemplo, esa mañana los sinólogos se hubieran dedicado a determinar el verdadero significado de encabezados como: "La nación multiplica esfuerzos por difundir conocimiento científico" y "Festival de cerámica es signo de amistad".
     Su amiga Ai Xue, que llevaba dos semanas tomando clases de guitarra y quiere formar parte de una banda de rock, me pidió que la llamara Linda. Me dijo que había aprendido inglés en los programas que transmitía la televisión estatal. (Al día siguiente pude ver uno de esos programas. Usaban la canción de Matt Monro, "Nacido libre", para intentar explicar el concepto de libertad a un país que aún tiene recuerdos frescos de la masacre de Tiananmen.)
     Linda trabaja en una agencia de publicidad. Entre canción y canción, explicó por qué sólo puede hacer citas por correo electrónico: su padre, un veterano oficial del ejército, ha sido advertido de que su hija recibe demasiadas llamadas de extranjeros. También me contó cómo logró cambiarse a su nuevo trabajo a pesar de la renuencia de su anterior jefe a entregar su dangan, el archivo secreto que se tiene de cada empleado en su unidad de trabajo. Había acudido a guangxi, la red de contactos sin la cual la vida en China es impensable.
     Cuando la tarde se extinguía, decidimos mudarnos al Minder, a sólo unos locales de distancia, donde el guitarrista tocaba con furia la versión de Jimi Hendrix de "Star-Spangled Banner", tan sólo para superarse después con una interpretación altamente distorsionada del himno revolucionario cuba-no "Guantanamera". Terminamos la noche, varias jarras de cerveza china de barril después, en un club donde jóvenes chinos cantaban "Hotel California" y "Sweet Home Alabama".
     Esta asimilación entusiasta de la cultura pop de Occidente no dejó de sorprenderme. A pesar de las prominentes sucursales de Kentucky Fried Chicken y McDonalds, que sugieren que el Reino Medio se ha convertido en el Reino de la Clase Media, muchos chinos no parecen cómodos con la presencia de extranjeros. En la parte sur del país, los caucásicos son llamados gwailos, que en cantonés significa "fantasma blanco". En mandarín, los extranjeros son lao wai, término que implica estupidez. Los extranjeros también son "los narigones", en contraste con las bellezas chinas de finas narices.
     Esto no significa que los chinos sean xenófobos, sólo que tienen la seguridad de que su país es la cuna de la civilización. El gobierno ha fomentado esta noción al financiar generosamente investigaciones antropológicas con el objetivo de probar que los humanoides —los precursores del homo sapiens— son originarios de China. Es una prolongación de la actitud que llevó al emperador Qian-long, en 1793, a rechazar el permiso británico de negociar con el edicto: "La virtud y el prestigio de la Dinastía Celestial se han difundido a lo largo y a lo ancho del orbe, los reyes de miles de naciones llegan por tierra y mar con todo tipo de objetos preciosos… Nada nos hace falta… Nunca hemos dado demasiada importancia a sus extraños o ingeniosos objetos, ni necesitamos ya la manufactura de su país". Cientos de años antes, los chinos se creyeron tan autónomos que construyeron un muralla de cinco mil kilómetros para dejar fuera a los extranjeros.
     La Muralla China es tan espectacular como en las fotos, y está abarrotada. Es un largo y difícil ascenso a la sección abierta al público, y la ruta está llena de vendedores de camisetas ("Yo escalé la Muralla China"), certificados ("————————————— ponga su nombre aquí escaló la Muralla China") y rompecabezas tridimensionales de la Estatua de la Libertad. Por veinte yuan, se puede uno vestir como un mongol invasor y tomarse una foto sobre un caballo. Por treinta, deslizarse por un tobogán gigante, colocado en la sección intermedia de la Muralla, sentado sobre una patineta con freno.
     Otros sitios históricos ilustran de manera similar el intento de China de darle al pasado un giro contemporáneo. O, en algunos casos, de borrarlo por completo. Las cabezas deshechas de los cientos de Budas formados en el Templo del Buda Fragante, en la parte superior del magnífico Palacio de Verano de Beijing, por ejemplo, fueron el trabajo de las Guardias Rojas buscando implementar el mandato de Mao Zedong de destruir los "cuatro antiguos": la cultura antigua, el pensamiento antiguo, las antiguas costumbres y los antiguos hábitos. Erradicar el recuerdo de miles de años de explotación naturalmente requería la erradicación de la gente que se benefició con el sistema anterior. Algunos cálculos sugieren que cuatro millones de enemigos de clase fueron asesinados durante los diez años de la Revolución Cultural.
     Wang Jiang, mi compañero en la escuela de periodismo, sobrevivió de manera relativamente fácil si se toma en cuenta que entonces los estudiantes universitarios eran inmediatamente identificados como "intelectuales". Sólo tuvo que servir ocho años en un campo de trabajos forzados. Ahora editor de una publicación oficial, me hablaba de largas y hambrientas horas afanándose en los campos y de cómo los obligaban a autocriticarse. "El secreto para controlar el presente y el futuro de China es controlar el pasado de China", dijo. "Nuestros líderes siempre han sabido esto".
     Con el beneficio de la visión retrospectiva, los chinos ahora están siendo reeducados sobre la herencia de Mao. Un par de estudiantes de historia que querían practicar su inglés conmigo me dijeron que la Revolución Cultural ocurrió cuando Mao era muy viejo, y por tanto fácilmente engañable por la desde entonces desacreditada Banda de los Cuatro. Ya que Deng Xiaoping fue uno de quienes perdieron su trabajo durante ese periodo, esta interpretación explica su regreso a la supremacía, pero sin desmitificar a Mao.
     Aparentemente, la están llamando la teoría 70-30: que el 70% de las cosas que Mao hizo bien más que compensa el 30% en las que falló. Si es que se puede llamar "falla" a los 30 millones de personas que morían de hambre durante el Gran Salto Adelante. A pesar de su autoritarismo, a Mao aún se le venera. Miles de personas se forman en la Plaza de Tiananmen seis días a la semana para atisbar el cuerpo del Gran Timonel. Conforme uno avanza, una voz informa desde las bocinas que hay que registrar cámaras y bolsas, y advierte del peligro de cargar objetos inflamables, explosivos o químicos. El anuncio termina: "gracias por su copulación", lo cual puede ayudar a explicar el problema de densidad del país.
     Mao murió en 1976, pero su cuerpo aún se ve fresco, rosado y ceroso. Fue embalsamado por funerarios vietnamitas que estudiaron en la Unión Soviética, aunque evidentemente no muy bien. Dice el rumor que la oreja de Mao se cayó hace algún tiempo, obligando a cerrar el mausoleo por reparaciones. El patio del monumento, que refleja el coqueteo de China con el socialismo de mercado, está lleno de puestos que venden recuerdos de Mao. Su cara aparece en camisetas, relojes, encendedores, abanicos de papel y carteles, a veces genial, a veces como la de todo un estadista, y a veces, en algunos retratos mal resueltos, como si padeciera de indigestión.
     En mi último día en Beijing, me levanté temprano y llegué al parque Tian Tan justo antes del amanecer. En la neblina, cientos de borrosas figuras practicaban ejercicios de tai chi contra el telón de fondo de la pagoda circular llamada Templo del Cielo. Los viejos paseaban a sus nietos y a pájaros cantores en jaulas. La gente se reunía alrededor de los tocadores de ehru, cantando canciones de ópera con el acompañamiento del violín de dos cuerdas.
     Por fin, pensé, he descubierto la verdadera China, la incorrupta cultura de cinco mil años.
     Pero paseando por el templo me topé con una docena de parejas de viejos bailando tango alrededor de un aparato de sonido. Se movían en solemne círculo, deslizándose, inclinándose, dando giros.
     Los observé durante media hora. Luego el sol salió y se rompió el encanto. –— Traducción de Santiago Bucheli

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