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un espacio en la página construye el momento

donde la flor se abre para mostrar la sangre de la r.

Letra sin ambiciones. Dijimos. Que conste que esto es solo esto. Que esto es únicamente. Un gancho. Un grifo. Un albur en el país de las conversaciones a distancia. Una plática del otro mundo. Voy a abrir un libro verdadero. Paralelo. No voy a escribir un libro. Voy a viajar para traer un libro que se manifieste como se abre una mano. ¿Quién cree que puede decir algo? ¿Racismo? ¿Criollos? ¿Apoderados legales? Frasco. Reventar. Soy de México. Soy del Brazo Torcido. La tragedia de una letra central. La estrategia que tenemos todos en el centro. No existe mi idioma sin esa letra. Un gancho de carnicería. Un vuelo de pétalos en la noche, sin decirla. La letra que me vence. Vamos a construir la poesía que no se ve: 2 hojas de árbol, 1 clip, título. Haga lo que quiera con ellos. Un niño perforó una hoja con la punta del clip. Su mano no paraba de acuchillar. Nota: Fue un acto frenético y liberador para el niño. Poesía que no se ve. La otra hoja se la metió a la boca. El clip se volvió un gigante que arrasaba con todo. Al niño no le gustó el aroma de la hoja triturada en sus manos. No le gustó el sabor y corrió hacia el poeta visual para lavarse. El niño tituló: porquería, dijo que era justo lo que, por las mañanas, escuchaba de boca de su padre. ~

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(Córdoba, Veracruz, 1973) fue periodista en Ciudad Juárez. Ha publicado cuatro libros de poesía y dos de prosa, el más reciente es Querida fábrica (Práctica Mortal, 2012).


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