La primera vez que estuve en Rianjo, donde nació y vivía Rafael Dieste, me llevó a conocer la plaza, arbolada y acogedora. Una placa anunciaba su advocación a la Virgen de Guadalupe.
–No será la de México…
–Es la de México. También hay una copla mexicana en “A rianxeira”:
La Virgen de Guadalupe
ya no va para Jalisco,
porque se ha quedado en Rianjo
para hartarse de marisco.
Rianxo (Rianjo) es una villa marítima de unos 12,000 habitantes en la ría de Arousa (Arosa), en la provincia de A Coruña (La Coruña), al norte de España, frente al Atlántico. La patrona de Rianxo es la Virgen de Guadalupe, quizá por iniciativa de emigrantes que volvieron de México. Pero sus fiestas se celebran en la segunda semana de septiembre, no el 12 de diciembre. Como parte de las celebraciones, hay una procesión de dornas (embarcaciones pesqueras) que conducen la imagen de una Virgen morena frente a la costa. No es la imagen del Tepeyac.
Desde el siglo XIX, la procesión naval incluía cantos. La canción “A rianxeira” (La rianjeña) se compuso muchos años después (1947) en Buenos Aires, por emigrantes de Rianxo. Se volvió popular, y ahora es casi un himno gallego, con versiones para distintos instrumentos y coros en numerosas grabaciones.
Busqué la copla mexicana en un libro sobre esa tradición, y no la encontré. Dos ejemplos (que traduzco):
La Virgen de Guadalupe
cuando vino para Rianjo,
la barquita que la trajo
era de palo de naranjo.
La Virgen de Guadalupe
quien la hizo morenita
fue un rayito de sol
que entró por la ventanita.
Tiempo después, le pregunté a Xosé Luís Axeitos, enciclopedia viva de la cultura gallega, sobre la copla mexicana, y le hizo mucha gracia. No existía. Fue una ocurrencia amistosa de hospitalidad gallega que Dieste improvisó para agasajar a su discípulo.
Esa increíble capacidad creadora para improvisar me recordó la vez que acompañé a Rafael y Carmen a una función en Buenos Aires, donde se encontraron con el poeta Rafael Alberti, el músico Enrique Casal Chapí y otros amigos. Había un piano, y el grupo conminó a Casal a tocar. Casal decidió que era mejor improvisar a cuatro manos, para lo cual invitó a Dieste. Nos dejaron asombrados.
Los Dieste son de origen flamenco. Su apellido es el nombre de una ciudad belga: Diest. El Diccionario español-francés y francés-español de Claude-Marie Gattel, 1803, registra la identificación: “Diest, Dieste. Villa del País-Baxo, en el ducado de Brabante.” En los directorios telefónicos de Bélgica y Holanda, no hay ahora ningún Diest, pero en Bruselas hay un Vandiest y en Amsterdam casi doscientos van Diest. No se sabe cuándo llegaron a España y castellanizaron su apellido. Pero en el catálogo de la Biblioteca del Congreso de Washington hay una docena de autores con el apellido Dieste desde fines del siglo XVIII.
El ímpetu internacional continuó con Eladio Dieste Muriel que emigró a Montevideo en el siglo XIX. Se casó con una joven uruguaya de familia brasileña: Olegaria Gonçalvez. Su primer hijo, Eduardo (1881-1954), fue un destacado escritor y diplomático uruguayo. Otros dos fueron emigrantes, como su padre, y se establecieron en México. Antonio en Tampico y Manuel en Monterrey, de cuyas familias hay descendencia en los Estados Unidos; cuando menos 77, según los directorios telefónicos, aunque es posible que algunos llegaran de España y Uruguay. En México quedan cinco en los directorios: cuatro en Monterrey, uno en la ciudad de México y ninguno en Tampico. En Montevideo hay veinticinco y en España veinticinco.
Rafael fue el único que nació en España, en 1899, en Rianjo, a donde sus padres habían vuelto en 1888. Fue un benjamín tardío. En 1914 entró a la Escuela Normal de Santiago de Compostela para ser maestro. Pero interrumpió sus estudios para viajar a México, porque su padre quería que “se hiciera hombre” como emigrante, al lado de su hermano Antonio.
Por aquellos años, Tampico vivía en la prosperidad criticada por Ramón López Velarde en el poema “La suave Patria” (1921) y B. Traven en la novela La rosa blanca (1929). En “los fabulosos veintes”, México era el productor número dos de petróleo en el mundo. Pero el jovencísimo Rafael no tenía vocación para el comercio, y en sus ratos libres se ponía a escribir. Sus primeros textos son de Tampico, donde también obtuvo el primer reconocimiento. Un periódico organizó un concurso de cuentos y lo ganó. Pero quería volver a Galicia, y con el premio compró el boleto de regreso. Estuvo en México quizá menos de un año, entre 1917 y 1918.
Volvió 35 años después (llegó en julio de 1952 y se fue en diciembre de 1954), por gestiones de su hermano Manuel, que era empresario en Monterrey. Había estado como lector en la Universidad de Cambridge, por invitación del hispanista J. B. Trend, y, de vuelta a Buenos Aires, donde vivían después del golpe franquista, visitaron a Eduardo, cónsul de Uruguay en Nueva York. Hicieron también escala en Monterrey.
Para mi buena suerte, en el Instituto Tecnológico había un Departamento de Humanidades, dirigido por el poeta y filósofo Alfonso Rubio y Rubio, que contrató a Rafael y Carmen. Les pagaba muy bien (nunca habían ganado tanto, me dice Axeitos) y trató de retenerlos, aunque Rafael decidió continuar a Buenos Aires.
En Humanidades estaba Pedro Reyes Velázquez, profesor de literatura que apoyaba mis intentos de escribir, y con generosidad admirable me dijo: Este hombre sabe mucho de teatro. ¡Péguesele! (Yo había escrito y dirigido un par de piezas cortas.) Lo hice.
Carmen Muñoz Manzano era guapa, inteligente y carismática. Como maestra, tenía más éxito que Rafael, cuyo magisterio brillaba en la simple conversación: un manantial creador, donde no cabían el rollo, la malevolencia ni las opiniones trilladas. Cuando hablaba de ideas era brillante, imaginativo y exacto. Cuando hablaba de literatura, hacía ver cosas que no había visto ni Dámaso Alonso, que estuvo en el Instituto para dar unas conferencias de crítica literaria y respetaba mucho su opinión. Cuando hablaba de un naranjo y su sombra bajo el sol intenso, su descripción lo hacía surgir como un cuadro de Sorolla. De las chimeneas de las fábricas de Monterrey dijo que le recordaban las de barcos de un puerto. Alguna vez, en Buenos Aires, en el estudio de Laxeiro, fue haciendo observaciones sobre cada cuadro; y el pintor lo escuchaba dócilmente, dispuesto a corregirlos. Cuando hablaba de personas, era penetrante y compasivo. Una vez, con otros profesores que hablaban mal de alguien, dijo: Tal vez pensó que… Y fue novelando de tal modo la fechoría que despertó la empatía de todos.
Otro escritor gallego (y hasta de la vecina Vilanova de Arousa), Ramón del Valle-Inclán, también estuvo en México dos veces: en 1892 y en 1921. Luis Mario Schneider (Todo Valle-Inclán en México, Difusión Cultural unam, 1992) hizo una compilación acuciosa de sus artículos, entrevistas y poemas publicados en México, con documentación, bibliografía y correspondencia. A su famosa tertulia madrileña acudía su joven coterráneo Rafael Dieste. ~
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Para esta evocación, aproveché dos libros: Luís Rei Núñez, A travesía dun século. Biografía de Rafael Dieste, Sada-A Coruña: Ediciós do Castro, 1987. Xosé Luís Axeitos, Rafael Dieste. Bibliografía e cronoloxía, Santiago: Universidade de Santiago de Compostela, 1995. También las páginas de Google, YouTube y Wikipedia sobre Rafael y Eduardo Dieste, Rianxo, “A rianxeira” y dorna.
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.