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De la Claxonolatría

Uno cada vez tiene menos derecho a cruzar, a pisar siquiera la calle —decía el Esmogicano Heroico—, porque la calle es del chingón virtuoso del claxon (“del ing. klaxon, marca reg., bocina eléctrica”, dice el diccionarísimo de la RAE), porque en la calle, que dizque “es de todos”, el que de veras goza de derecho de piso es el que tiene un cuatrorruedas que ponerse y toca el claxon fuerte y seguidito, porque esa es su vocación real, la que dejará en herencia a sus chavos, a quienes ya les regaló claxoncitos para que se vayan entrenando y que en cualesquier día como todos sus días despierta ya con ganas de andar claxoneando por la vida, y, apenas ya ha puesto en marcha el “carro”, ya ha empezado a tocar el único instrumento sonoro que conoce de toda su vida, y claxonea largo y tupido para que sepan sus vecinos y el mayor número de bípedos a la redonda que si él, el mero Nomberguán, acaso no tiene el vehículo más poderoso y más último modelo, en cambio goza de la propiedad y el uso del claxon más ATM, es decir más A Toda Máquina, más A Toda Madre, o sea el más moderno, estruendoso y rockero de por lo menos el país, el último grito de la moda del claxon, y ya va pensando en los otros automovilistas a los que va a apantallar con su claxon y a los pendejos peatones a quienes, a golpe de claxon por aquí y golpe de claxon por allá y acullá, va a atarantar porque son tan retrógrados que ni vehículo que ponerse tienen los muy güeyes, y mucho menos claxon con el cual sonorizarse la pinche existencia, y ahí va el hombreclaxon, allá va asfixiando la ciudad de mortífero humo y de ensordecedor ruido, y por el mero placer deportivo va también emitiendo claxonazos con la boca: ¡paaah, paaah pa pá pá!, y de cuando en cuando echando con el mismo claxon mentadas de progenitora: ¡tata taaaa tata ta tááa!, y por doquier circulamdo gozosamente impaciente de llegar a la chamba a prolongar la hora del cofibreik comentando con los otros chambistas (por cierto también virtuosos del claxon) “lo imposible que está la pinche ciudad que cada día tiene más peatones irresponsables que, pues son unos desmadrados seres fallidos sin carro ni claxon que ponerse, se creen con derecho a peatonar cruzando calles y avenidas a lo supergüey”, y luego qué pasa, carajo, que el claxonero atropella y deja laminado contra el suelo a uno de nosotros, los heroicos peatones, y ya está lamentando que un miserable peatón nacional, o sea un apenas peatón de país a medias desarrollado, se lo vayan a cobrar como peatón suizo, eso sin duda es lo que piensan, si es que piensan, los que manejan más con el claxon que con el volante, y, ¿cómo la ve, amigo Taxista Filósofo?, usted que maneja más con el volante que con el claxon y nos comprende y nos compadece a los de a pie…

—Noposí —dijo el Taxista Filósofo, y, por delicadeza, a duras penas se abstuvo de mentar con el claxon la madre a los claxonólatras.

(Por la transcripción: J. de la C.)

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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