Rescate liberal de Ortega y Gasset

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Hace cincuenta aรฑos falleciรณ en Espaรฑa don Josรฉ Ortega y Gasset, y hace 75 se publicรณ La rebeliรณn de las masas (1930), uno de sus libros mรกs importantes, acaso el que se leyรณ y tradujo mรกs en todo el mundo. Dos aniversarios que deberรญan servir para revalorizar el pensamiento de uno de los mรกs elegantes e inteligentes filรณsofos liberales del siglo XX, al que circunstancias varias โ€“la Guerra Civil en Espaรฑa, los cuarenta aรฑos de dictadura franquista y el auge de las doctrinas marxistas y revolucionarias que caracterizรณ a Europa en la segunda mitad del siglo XXโ€“ han tenido arrumbado injustamente en el desvรกn de las antiguallas, o, peor aรบn, han desnaturalizado, convirtiรฉndolo en un exclusivo referente del pensamiento conservador. Y entre el liberalismo y el conservadurismo, como mostrรณ Hayek en un ensayo cรฉlebre, media un abismo.1

En verdad, aunque nunca llegรณ a sistematizar su filosofรญa en un cuerpo orgรกnico de ideas, Ortega y Gasset, en los innumerables ensayos, artรญculos, conferencias y notas de su vasta obra, desarrollรณ un discurso inequรญvocamente liberal, en un medio como el espaรฑol, en el que รฉste resultaba extraordinariamente avanzado โ€“รฉl hubiera dicho radical, una de sus palabras favoritasโ€“, tan crรญtico del extremismo dogmรกtico de izquierda como del conservadurismo autoritario, nacionalista y catรณlico de la derecha. Buena parte de ese pensamiento conserva su vigencia y alcanza en nuestros dรญas, luego de la bancarrota del marxismo y sus doctrinas parasitarias y del excesivo economicismo en que se ha confinado รบltimamente el liberalismo intelectual, notable actualidad.

Lo demuestra, mejor que nada La rebeliรณn de las masas, que, aunque publicado en 1930, habรญa sido ya anticipado en artรญculos y ensayos desde dos o tres aรฑos antes. El libro se estructura alrededor de una intuiciรณn genial: ha terminado la primacรญa de las elites; las masas, liberadas de la sujeciรณn de aquรฉllas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores cรญvicos y culturales y de las maneras de comportamiento social. Escrito en plena ascensiรณn del comunismo y los fascismos, del sindicalismo y los nacionalismos, y de los primeros brotes de una cultura popular de consumo masivo, la intuiciรณn de Ortega es exacta y establece uno de los rasgos claves de la vida moderna.

Tambiรฉn lo es que su crรญtica a este fenรณmeno se apoye en la defensa del individuo, cuya soberanรญa ve amenazada โ€“en muchos sentidos ya arrasadaโ€“ por esta irrupciรณn incontenible de la muchedumbre โ€“de lo colectivoโ€“ en la vida contemporรกnea. El concepto de โ€œmasaโ€ para Ortega no coincide para nada con el de clase social y se opone especรญficamente a la definiciรณn que hace de aquรฉlla el marxismo. La โ€œmasaโ€ a que Ortega se refiere abraza transversalmente a hombres y mujeres de distintas clases sociales, igualรกndolos en un ser colectivo en el que se han fundido, abdicando de su individualidad soberana para adquirir la de la colectividad, para ser nada mรกs que una โ€œparte de la tribuโ€. La masa, en el libro de Ortega, es un conjunto de individuos que se han desindividualizado, dejado de ser unidades humanas libres y pensantes, para disolverse en una colectividad que piensa y actรบa por ellos, mรกs por reflejos condicionados โ€“emociones, instintos, pasionesโ€“ que por razones. Estas masas son las que por aquellos aรฑos ya coagulaba en torno suyo en Italia Benito Mussolini, y se arremolinarรญan cada vez mรกs en los aรฑos siguientes en Alemania en torno a Hitler, o, en Rusia, para venerar a Stalin, el โ€œpadrecito de los pueblosโ€. El comunismo y el fascismo, dice Ortega, โ€œdos claros ejemplos de regresiรณn sustancialโ€, son ejemplos tรญpicos de la conversiรณn del individuo en el hombre-masa. Pero Ortega y Gasset no incluye dentro del fenรณmeno de masificaciรณn รบnicamente a esas muchedumbres regimentadas y cristalizadas en torno a las figuras de los caudillos y jefes mรกximos, es decir, en los regรญmenes totalitarios. Segรบn รฉl, la masa es tambiรฉn una realidad nueva en las democracias donde el individuo tiende cada vez mรกs a ser absorbido por conjuntos gregarios a quienes corresponde ahora el protagonismo de la vida pรบblica, un fenรณmeno en el que ve un retorno del primitivismo y de ciertas formas de barbarie disimuladas bajo el atuendo de la modernidad.

Esta visiรณn de la hegemonรญa creciente del colectivismo en la vida de las naciones es la de un pensador liberal que ve en la desapariciรณn del individuo dentro de lo gregario un retroceso histรณrico y una amenaza gravรญsima para la civilizaciรณn democrรกtica.

El libro es tambiรฉn una defensa precoz y sorprendente โ€“en vรญsperas de la Segunda Guerra Mundialโ€“ de una Europa unida en la que las naciones del viejo continente, sin perder del todo sus tradiciones y sus culturas, se fundirรกn en una comunidad: โ€œEuropa serรก la ultranaciรณn.โ€ Sรณlo en esta uniรณn ve Ortega una posibilidad de salvaciรณn para una Europa que ha perdido la hegemonรญa histรณrica de que gozaba en el pasado โ€“que ha entrado en decadenciaโ€“ en tanto que, a sus costados, Rusia y los Estados Unidos parecen empeรฑados en tomar la delantera. Esta propuesta audaz de Ortega en favor de una Uniรณn Europea que sรณlo medio siglo mรกs tarde comenzarรญa a tomar forma es uno de los mรกs admirables aciertos del libro y una prueba de la lucidez visionaria de que hizo gala a veces su autor.

El ensayo tambiรฉn postula otro principio liberal acendrado: parte de la declinaciรณn de Europa se debe al crecimiento desmesurado del Estado, que, en sus asfixiantes mallas burocrรกticas e intervencionistas, ha โ€œyuguladoโ€ las iniciativas y la creatividad de los ciudadanos.

Con buen olfato, Ortega seรฑala que uno de los efectos, en el campo de la cultura, de esta irrupciรณn de las masas en la vida polรญtica y social serรก el abaratamiento y la vulgarizaciรณn, en otras palabras, la sustituciรณn del producto artรญstico genuino por su caricatura o versiรณn estereotipada y mecรกnica, y por una marejada de mal gusto, chabacanerรญa y estupidez. Ortega era elitista en lo relativo a la cultura, pero este elitismo no estaba reรฑido con sus convicciones democrรกticas, pues concernรญa a la creaciรณn de productos culturales y a su colocaciรณn en una exigente tabla de valores; en lo que se refiere a la difusiรณn y consumo de los productos culturales, su postura era universalista y democrรกtica: la cultura debรญa estar al alcance de todo el mundo. Simplemente, Ortega entendรญa que los patrones estรฉticos e intelectuales de la vida cultural debรญan fijarlos los grandes artistas y los mejores pensadores, aquellos que habรญan renovado la tradiciรณn y sentado los nuevos modelos y formas, introduciendo una nueva manera de entender la vida y su representaciรณn artรญstica. Y que, si no era asรญ, y los referentes estรฉticos e intelectuales para el conjunto de la sociedad los establecรญa el gusto promedio de la masa โ€“el hombre vulgarโ€“, el resultado serรญa un empobrecimiento brutal de la vida cultural y poco menos que la asfixia de la creatividad. El elitismo cultural de Ortega es inseparable de su cosmopolitismo, de su convicciรณn de que la verdadera cultura no tiene fronteras regionales y menos nacionales, sino que es un patrimonio universal. Por eso, su pensamiento es profundamente antinacionalista.

En su defensa del liberalismo, Ortega insiste en el carรกcter laico que debe tener el Estado en una sociedad democrรกtica โ€“โ€œLa historia es la realidad del hombre. No tiene otra.โ€ (p. 54)โ€“2 y la incompatibilidad profunda que existe entre un pensamiento liberal y el de un catรณlico dogmรกtico, al que califica de antimoderno (p. 153). La historia no estรก escrita, no la ha trazado de antemano una divinidad todopoderosa. Es obra sรณlo humana y por eso โ€œโ€ฆ todo es posible en la historia โ€“lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periรณdica regresiรณnโ€ (pp. 131-132).

Lo menos que puede decirse, frente a tesis y afirmaciones de esta รญndole, es que Ortega y Gasset dio muestras en este ensayo de una gran independencia de espรญritu y de sรณlidas convicciones capaces de resistir las presiones intelectuales y polรญticas dominantes de su tiempo. Eran, no lo olvidemos, unos tiempos en que la clase intelectual descreรญa cada vez mรกs de la democracia, que era denostada por igual por los dos extremos, la derecha fascista y la izquierda comunista, y cedรญa a menudo a la tentaciรณn de afiliarse a uno de estos dos bandos, con una preferencia marcada por el comunismo.

Sin embargo, el liberalismo de Ortega y Gasset, aunque genuino, es parcial. La defensa del individuo y sus derechos soberanos, de un Estado pequeรฑo y laico que estimule, en vez de ahogar, la libertad individual, de la pluralidad de opiniones y crรญticas, no va acompaรฑada con la defensa de la libertad econรณmica, del mercado libre, un aspecto de la vida social por el que Ortega siente una desconfianza que se parece al desdรฉn, y sobre el cual muestra a veces un desconocimiento sorprendente en un intelectual tan curioso y abierto a todas las disciplinas. Se trata, sin duda, de una limitaciรณn generacional. Sin excepciรณn, al igual que los liberales latinoamericanos de su tiempo, los liberales espaรฑoles mรกs o menos contemporรกneos de Ortega, como Ramรณn Pรฉrez de Ayala y Gregorio Maraรฑรณn (con quienes Ortega fundarรญa la Agrupaciรณn al Servicio de la Repรบblica en 1930), lo fueron en el sentido polรญtico, รฉtico, cรญvico y cultural, pero no en el econรณmico. Su defensa de la sociedad civil, de la democracia y de la libertad polรญtica, ignorรณ una pieza clave de la doctrina liberal: que sin libertad econรณmica y sin una garantรญa legal firme de la propiedad privada y de los contratos, la democracia polรญtica y las libertades pรบblicas estรกn siempre mediatizadas y amenazadas. Pese a ser un librepensador, que se apartรณ de la formaciรณn catรณlica que recibiรณ en un colegio y una universidad de jesuitas, hubo siempre en Ortega unas reminiscencias del desprecio o por lo menos de la inveterada desconfianza de la moral catรณlica hacia el dinero, los negocios, el รฉxito econรณmico y el capitalismo, como si en esta dimensiรณn del quehacer social se reflejara el aspecto mรกs bajamente materialista del animal humano, reรฑido con su vertiente espiritual e intelectual. De ahรญ, sin duda, las despectivas alusiones que se encuentran desperdigadas en La rebeliรณn… a los Estados Unidos, โ€œel paraรญso de las masasโ€ (p. 164), al que Ortega juzga, con cierta superioridad cultural, como un paรญs que, creciendo tan rรกpido en tรฉrminos cuantitativos como lo ha hecho, habรญa sacrificado sus โ€œcualidadesโ€, creando una cultura superficial. De lo que deriva uno de los escasos despropรณsitos del libro: la afirmaciรณn de que los Estados Unidos eran incapaces por sรญ solos de desarrollar la ciencia como lo ha hecho Europa. Una ciencia que ahora, por el ascenso de los hombres-masa, Ortega ve en peligro de declinaciรณn.

ร‰ste es uno de los aspectos mรกs endebles del pensamiento que Ortega desarrolla en La rebeliรณn de las masas. Una de las consecuencias de la primacรญa del hombre-masa en la vida de las naciones es, dice, el desinterรฉs de la sociedad aquejada de primitivismo y de vulgaridad por los principios generales de la cultura, es decir, por las bases mismas de la civilizaciรณn. En la era del apogeo de lo gregario, la ciencia pasa a un segundo lugar, y la atenciรณn de las masas se concentra en la tรฉcnica, en las maravillas y prodigios que realiza este subproducto de la ciencia, pues, sin รฉsta, ni el lujoso automรณvil de lรญneas aerodinรกmicas ni los analgรฉsicos que quitan el dolor
de cabeza serรญan posibles. Ortega compara la deificaciรณn del producto de consumo fabricado por la tรฉcnica con el deslumbramiento del primitivo de una aldea africana con los objetos de la industria mรกs moderna, en los que ve, igual que en las frutas o los animales, meros engendros de la naturaleza. Para que haya ciencia, dice Ortega, tiene que haber civilizaciรณn, un largo desenvolvimiento histรณrico que la haga posible. Y, por eso, imagina que, por mรกs poderoso que sea, Estados Unidos no podrรก nunca superar aquel estadio de mera tecnologรญa que ha alcanzado: โ€œยกLucido va quien crea que si Europa desapareciese podrรญan los norteamericanos continuar la ciencia!โ€ Se trata de una de las predicciones fallidas en un libro repleto de profecรญas cumplidas.

En La rebeliรณn de las masas Ortega critica el nacionalismo como un tรญpico fenรณmeno de esa hegemonรญa creciente de lo colectivo o gregario sobre lo individual. Rechaza como mito la idea de que una naciรณn se constituye sobre la comunidad de raza, religiรณn o lengua, y se inclina mรกs bien por la tesis de Renan de una naciรณn como โ€œun plebiscito cotidianoโ€ en el que sus miembros reafirman cada dรญa, con sus conductas y apego a las leyes e instituciones, la voluntad de constituir una โ€œunidad de destinoโ€ (esta รบltima fรณrmula es de Ortega). Esta idea de naciรณn es flexible, moderna y compatible con la idea suya de que, pronto, Europa terminarรก constituyendo una unidad supranacional en la que las naciones europeas se unirรกn en una pluralidad solidaria, algo que parecรญa una fantasรญa utรณpica en aquel contexto de nacionalismos beligerantes que, pocos aรฑos despuรฉs, iban a precipitar a Europa en la carnicerรญa de la Segunda Guerra Mundial.

El Epรญlogo para ingleses, crรญtica del pacifismo, estรก escrito siete aรฑos despuรฉs de la primera ediciรณn de La rebeliรณn de las masas, en 1937, es decir, en plena Guerra Civil espaรฑola. Contiene una crรญtica a las versiones estereotipadas que, en los paรญses extranjeros, se suele dar de lo que ocurre en el seno de una sociedad. Ortega pone como ejemplo el caso de los intelectuales ingleses que, โ€œcรณmodamente sentados en sus despachos o en sus clubsโ€, firman manifiestos donde se dice que son โ€œlos defensores de la libertadโ€; los comunistas que, en Espaรฑa, coaccionan a escritores a firmar manifiestos o a hablar por radio de una manera que conviene a sus intereses. De todo ello deduce que la opiniรณn pรบblica extranjera constituirรญa en ciertos casos una โ€œintervenciรณn guerreraโ€ en los asuntos internos de un paรญs porque puede tener efectos โ€œquรญmicosโ€ (letales) en su devenir. La tesis no se sostiene, desde luego: si la aceptรกramos, equivaldrรญa a justificar la supresiรณn de la libertad de expresiรณn y de opiniรณn con el argumento de la seguridad nacional. Ella desconoce que, en el caso de cualquier dictadura, lo habitual es que en el extranjero se conozca mejor lo que ocurre que adentro, porque la censura impide a los que la padecen tener conciencia cabal de la situaciรณn que viven.

En verdad esta afirmaciรณn peregrina refleja el malestar y el desgarramiento con que Ortega viviรณ una guerra civil en la que, a su juicio, la intelectualidad europea embelleciรณ a la Repรบblica por razones ideolรณgicas, sin tomar en cuenta los atropellos y excesos antidemocrรกticos que tambiรฉn se habรญan cometido en su seno. Por eso, Ortega no podรญa ni querรญa tomar partido por uno de los bandos hostiles, sobre todo desde que llegรณ a la conclusiรณn de que la pugna no era tanto entre la repรบblica democrรกtica y el fascismo, sino entre รฉste y los comunistas, alternativa que Ortega rechazaba por igual. Sin embargo, es verdad que, sin hacerlo pรบblico, a travรฉs de su correspondencia y testimonios de gente prรณxima a รฉl, parece evidente que Ortega llegรณ a creer en un momento dado que Franco y los โ€œnacionalesโ€ representaban el mal menor. Fue un error que le serรญa reprochado de manera inmisericorde por la posteridad, y que contribuirรญa a alejar su obra de los sectores intelectuales llamados progresistas. En verdad, no hay mal menor cuando se trata de elegir entre dos totalitarismos โ€“es como elegir entre el sida y el cรกncer terminalโ€“ y esto es algo que el propio Ortega tuvo ocasiรณn de comprobar cuando regresรณ a Espaรฑa, en 1945, al tรฉrmino de la Segunda Guerra Mundial, creyendo que, luego del triunfo de los aliados contra el fascismo, serรญa posible hacer algo por la democratizaciรณn de su paรญs desde dentro. En verdad, no pudo hacer gran cosa, salvo vivir en una situaciรณn de exiliado interior, poco menos que en un limbo, sin recuperar su cรกtedra universitaria, vigilado de cerca y al mismo tiempo con el riesgo de ver su obra desnaturalizada por falangistas que querรญan apropiรกrsela, con una sensaciรณn de frustraciรณn y fracaso. Por eso, viviรณ como a salto de mata esos รบltimos diez aรฑos de su vida, con continuos desplazamientos a Portugal.

Leer a Ortega es siempre un placer, un goce estรฉtico, por la belleza y desenvoltura de su estilo, claro, plรกstico, inteligente, culto, salpicado de ironรญas y al alcance de cualquier lector. Por esta รบltima caracterรญstica de su prosa, algunos le niegan la condiciรณn de filรณsofo y dicen que se quedรณ sรณlo en literato o periodista.

A mรญ me encantarรญa que asรญ fuera, porque, de ser cierta la premisa en que aquel juicio excluyente se inspira, la filosofรญa sobrarรญa, y la literatura y el periodismo reemplazarรญan con creces su funciรณn.

Es cierto que a veces su pluma se engolaba, como cuando escribรญa โ€œrigorosoโ€ en vez de riguroso, y que, en los dos mandatos que รฉl fijรณ al intelectual โ€“oponerse y seducirโ€“, su coqueterรญa y vanidad lo llevaron algunas veces a descuidar la primera obligaciรณn por la segunda. Pero esas debilidades ocasionales estรกn mรกs que compensadas por el vigor y la gracia que su talento era capaz de inyectar a las ideas, las que, en sus ensayos, a menudo parecen los personajes vivos e impredecibles de esa balzaciana Comedia humana que tanto lo embelesรณ en su adolescencia. Contribuyรณ a humanizar su pensamiento esa vocaciรณn realista que โ€“como en la gran tradiciรณn pictรณrica espaรฑolaโ€“ era inseparable de su vocaciรณn intelectual. Ni la filosofรญa en particular, ni la cultura en general, debรญan ser un mero ejercicio de acrobacia retรณrica, una gimnasia de espรญritus selectos. Para este โ€œelitistaโ€, la misiรณn de la cultura no podรญa ser mรกs que democrรกtica: inmiscuirse en la vida de todos los dรญas y nutrirse de ella. Mucho antes de que los existencialistas franceses desarrollaran sus tesis sobre el โ€œcompromisoโ€ del intelectual con su tiempo y su sociedad, Ortega habรญa hecho suya esta convicciรณn, y la puso en prรกctica en todo lo que escribiรณ. Lo cual no significa que escribiera sobre todo: por ejemplo, un silencio que se le reprocha es no haberse pronunciado con rotundidad sobre el resultado de la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Pero ya he explicado las razones recรณnditas de aquel silencio.

Una de sus cรฉlebres frases fue: โ€œla claridad es la cortesรญa del filรณsofoโ€, mรกxima a la que siempre se ciรฑรณ con lealtad perruna a la hora de escribir. Yo no creo que ese esfuerzo por ser accesible, inspirado en el anhelo de Goethe de ir siempre โ€œdesde lo oscuro hacia lo claroโ€, que รฉl llamรณ la voluntad luciferina, empobrezca su pensamiento y lo reduzca al mero papel de un divulgador. Por el contrario, uno de sus grandes mรฉritos es haber sido capaz de llevar a un pรบblico no especializado, a lectores profanos, los grandes temas de la filosofรญa, la historia y la cultura en general, de un modo que pudieran entenderlos y sentirse concernidos por ellos, sin trivializar ni traicionar por esto los asuntos que trataba. A ello lo indujo el periodismo, desde luego, y las conferencias, en que se dirigรญa a vastos pรบblicos heterogรฉneos, a los que se empeรฑaba en llegar, convencido de que el pensamiento confinado en el aula o el cรณnclave profesional, lejos del รกgora, se marchitaba y eclipsaba. Creรญa con firmeza que la filosofรญa ayuda a los seres humanos a vivir, a resolver sus problemas, a encarar con lucidez el mundo que los rodea, y que, por lo tanto, no debรญa ser patrimonio exclusivo de los filรณsofos sino llegar a la gente del comรบn.

Ese prurito obsesionante por hacerse entender de todos sus lectores es una de las lecciones mรกs valiosas que nos ha legado, una muestra de su vocaciรณn democrรกtica y liberal, y de luminosa importancia en estos tiempos, en que, cada vez mรกs, en las distintas ramas de la cultura, se imponen, sobre el lenguaje comรบn, las jergas o dialectos especializados y hermรฉticos a cuya sombra, muchas veces, se esconde, no la complejidad y la hondura cientรญfica, sino la prestidigitaciรณn verbosa y la trampa. Coincidamos o diverjamos de sus tesis y afirmaciones, con Ortega una cosa siempre es evidente: no hace trampas, la transparencia de su discurso se lo impide.

La voluntad luciferina no le impidiรณ ser audaz y proponer, antes que nadie, una interpretaciรณn de las tendencias dominantes de su รฉpoca en la vida social y en el arte que parecรญan fantasiosas y que, luego, la historia ha refrendado. En La rebeliรณn de las masas advirtiรณ, con certera visiรณn, que en el siglo XX, a diferencia de lo que habรญa ocurrido antes, el factor decisivo de la evoluciรณn social y polรญtica no serรญan ya las elites, sino aquellos sectores populares anรณnimos, trabajadores, campesinos, parados, soldados, estudiantes, colectivos de toda รญndole, cuya irrupciรณn โ€“pacรญfica o violentaโ€“ en la historia revolucionarรญa la sociedad futura y trazarรญa una nรญtida frontera con la de antaรฑo. Y en La deshumanizaciรณn del arte (publicada por primera vez en 1925) describiรณ, con lujo de detalles y notable justeza, el progresivo divorcio que, impulsado por la formidable renovaciรณn de las formas que introdujeron las vanguardias en la mรบsica, la pintura y la literatura, irรญa ocurriendo entre la obra de arte moderna y el pรบblico general (o las mujeres y hombres del comรบn), un fenรณmeno sin precedentes en la historia de la civilizaciรณn. ร‰stos son dos ejemplos importantes, pero no รบnicos, de la lucidez con que Ortega escudriรฑรณ su circunstancia y advirtiรณ en ella, como un adelantado, la tendencia y la lรญnea de fuerza dominantes en el porvenir inmediato. Lo cierto es que su obra estรก salpicada de sorprendentes anticipaciones e intuiciones felices.

ยฟQuรฉ fue, polรญticamente hablando? Librepensador, ateo (o, por lo menos, agnรณstico), civilista, cosmopolita, europeรญsta, adversario del nacionalismo y de todos los dogmatismos ideolรณgicos, demรณcrata; su palabra favorita โ€“repitoโ€“ fue siempre radical. El anรกlisis, la reflexiรณn, debรญan ir siempre hasta la raรญz de los problemas, no quedarse jamรกs en la periferia o la superficie. Sin embargo, en polรญtica, en cierto modo รฉl se quedรณ a veces lejos de ese radicalismo que predicaba. Fue, por su talante abierto y su tolerancia para las ideas y posturas ajenas, un liberal. Pero un liberal limitado por su desconocimiento de la economรญa โ€“un vacรญo que lo llevรณ a veces, cuando proponรญa soluciones para problemas como el centralismo, el caciquismo o la pobreza, a postular un intervencionismo estatal y un dirigismo voluntarista totalmente รญrritos a esa libertad individual y ciudadana que con tanta convicciรณn y buenas razones defendรญaโ€“.

El fracaso de la Repรบblica y el baรฑo de sangre de la Guerra Civil espaรฑola traumatizaron, en lo que concierne a sus ideales polรญticos, a Ortega y Gasset. Habรญa apoyado y puesto muchas ilusiones en el advenimiento de la Repรบblica, pero los desรณrdenes y violencias que la acompaรฑaron lo sobrecogieron (โ€œNo es esto, no es estoโ€ proclamรณ en su cรฉlebre artรญculo sobre la Repรบblica espaรฑola en crisis). Luego, la rebeliรณn franquista y la polarizaciรณn extremista que acelerรณ la guerra lo arrinconaron en una especie de catacumba ideolรณgica. A su juicio, la democracia liberal โ€œes la forma que en polรญtica ha representado la mรกs alta voluntad de convivenciaโ€ y la que ha mostrado un espรญritu de tolerancia sin precedentes en la historia, ya que el liberalismo โ€œes el derecho que la mayorรญa otorga a la minorรญaโ€, es โ€œla decisiรณn de convivir con el enemigoโ€ (p. 130). ยฟEra posible una posiciรณn de esta รญndole en medio de una guerra civil? Lo que รฉl defendรญa โ€“una sociedad ilustrada, libre, de coexistencia y legalidad, europea y civilโ€“ parecรญa irreal en una Europa sacudida por el avance simรฉtrico de los totalitarismos, que arrollaban a su paso hasta los cimientos de la civilizaciรณn con la que รฉl soรฑaba para Espaรฑa. Nunca superรณ Ortega el derrumbe de aquellas ilusiones.

Cuando uno frecuenta, por tanto tiempo como he hecho yo con Ortega, aunque sea a puchitos diarios, la obra de un escritor, se familiariza de tal modo con รฉl โ€“quiero decir, con su personaโ€“ que, luego de tanto leerlo y releerlo, tiene la sensaciรณn de haberlo tratado en la intimidad, de haber asistido a esas tertulias de amigos que, segรบn han descrito Juliรกn Marรญas y otros discรญpulos, solรญan ser deslumbrantes. Debiรณ de ser un extraordinario conversador, expositor, profesor. Leyendo sus mejores ensayos, uno escucha a Ortega: sus silencios efectistas, el latigazo sibilante del insรณlito adjetivo, y la laberรญntica frase que, de pronto, se cierra, redondeando un argumento con un desplante retรณrico de matador. Todo un espectรกculo.

A Ortega se le ha descalificado mucho, en los รบltimos aรฑos, desde la izquierda, acusรกndolo, como hace Gregorio Morรกn, en El maestro en el erial. Ortega y Gasset y la cultura del franquismo (Barcelona, Tusquets Editores, 1998), de haber sido un discreto cรณmplice de los nacionales durante la Guerra Civil, afirmaciรณn que se apoya en deleznables argumentos, como el que dos hijos del filรณsofo pelearan en el bando rebelde, o su amistad y correspondencia con algunos diplomรกticos franquistas, o su empeรฑo en publicar en The Times, de Londres, valiรฉndose de la ayuda de un delegado de los nacionales en Gran Bretaรฑa, un texto en el que criticaba a los intelectuales europeos por tomar partido por la Repรบblica sin conocer a fondo la problemรกtica espaรฑola. No parece serio tampoco, y sรญ mera chismografรญa, la especie segรบn la cual Ortega, en algรบn momento, valiรฉndose de un tercero, se ofreciera a Franco para escribirle los discursos. Jamรกs se ha presentado una prueba fehaciente de tal cosa y no hay en su correspondencia el menor indicio de que sea cierta. La verdad, y el libro de Morรกn lo demuestra hasta el cansancio, si Ortega hubiera querido formar parte del rรฉgimen franquista, รฉste, que a la vez que lo atacaba o silenciaba, hizo mรบltiples intentos para sobornarlo, lo hubiera recibido por la puerta grande. Bastaba que se adhiriera a รฉl pรบblicamente. Nunca lo hizo.

Tampoco es un argumento para descalificarlo el que siguiera recibiendo el sueldo que le correspondรญa como profesor universitario cuando cumpliรณ la edad de la jubilaciรณn. Desde luego, hubiera sido preferible que no lo hiciera. Y, tambiรฉn, que nunca regresara a Espaรฑa y muriera en el exilio, o asumiera una oposiciรณn frontal y sin equรญvocos contra la dictadura. Porque, entonces, cuรกntas confusiones sobre lo que fue, creyรณ y defendiรณ se hubieran evitado y quรฉ fรกcil resultarรญa hacer de รฉl, hoy, una figura polรญticamente correcta. Pero, la verdadera โ€œcircunstanciaโ€ de Ortega no era la de tomar partido, en el momento de estallar la Guerra Civil, por uno de los dos bandos; la opciรณn que รฉl hizo suya quedรณ pulverizada en la contienda โ€“antes de la contienda, en verdad, en los desรณrdenes y la polarizaciรณn polรญtica durante la Repรบblicaโ€“ y lo dejรณ a รฉl en una tierra de nadie. Pero, a pesar de ello, y al saber lo vulnerable y aislado de su posiciรณn, fue leal a ella hasta su muerte. ร‰sta era impracticable en aquella situaciรณn de violenta ruptura de la sociedad y de maniqueรญsmo beligerante, donde desaparecรญan los matices y la moderaciรณn; pero no era deshonesta. El rรฉgimen civil, republicano, democrรกtico, plural, que habรญa defendido en 1930, en la Agrupaciรณn al Servicio de la Repรบblica, no coincidiรณ para nada con lo que se instaurรณ en Espaรฑa a la caรญda de la monarquรญa, y eso lo llevรณ a una angustiada admoniciรณn: โ€œยกNo es esto, no es esto!โ€ Pero tampoco era esto una sublevaciรณn fascista, y por eso, se abstuvo de tomar partido pรบblicamente durante la guerra por ninguno de los dos bandos en pugna, y, luego, de adherirse al rรฉgimen que instalรณ el bando vencedor.

Cuando Ortega regresa a Espaรฑa, en 1945, lo hace convencido de que el fin de la Guerra Mundial traerรก una transformaciรณn de la dictadura. Se equivocรณ, desde luego, y pagรณ carรญsimo ese error: viviendo en Espaรฑa, con largas fugas a Portugal, entre corchetes, vilipendiado, por una parte, por los sectores mรกs ultramontanos del rรฉgimen, que no le perdonaban su laicismo, y, por otra parte, escurriรฉndose como un gato de los intentos de recuperaciรณn de quienes querรญan instrumentalizarlo, convertirlo en un protoideรณlogo de la Falange. Estos intentos llegaron a extremos de un subido grotesco, con la semana de ejercicios espirituales que llevรณ a cabo la Facultad de Humanidades de la Universidad Complutense de Madrid por โ€œla conversiรณn de Ortega y Gassetโ€, y las campaรฑas sistemรกticas organizadas desde los pรบlpitos para que el filรณsofo emulara a su colega, Manuel Garcรญa Morente, a quien sรญ tocรณ el Espรญritu Santo y devolviรณ al redil catรณlico. Ortega, pese a ese temperamento medroso que ciertos crรญticos le reprochan, resistiรณ la inmensa presiรณn de que era objeto โ€“y no sรณlo oficial, tambiรฉn de gentes que lo respetaban y que รฉl respetabaโ€“ y no escribiรณ una sola lรญnea en que se desdijera de aquellas ideas que llevaron al rรฉgimen, en vรญsperas de la muerte de Ortega, por boca del Ministro de Informaciรณn de Franco, Arias Salgado, a dar esta orden a la prensa espaรฑola, que no me resisto a citar: โ€œAnte la posible contingencia del fallecimiento de don Josรฉ Ortega y Gasset […] este diario darรก la noticia con una titulaciรณn mรกxima de dos columnas y la inclusiรณn, si se quiere, de un solo artรญculo encomiรกstico, sin olvidar en รฉl los errores polรญticos y religiosos del mismo, y, en cualquier caso, se eliminarรก siempre la denominaciรณn de maestro.โ€

Los errores polรญticos de Ortega no fueron los de un cobarde ni los de un oportunista; a lo mรกs, los de un ingenuo que se empeรฑรณ en encarnar una alternativa moderada, civil y reformista, en momentos en que รฉsta no tenรญa la menor posibilidad de concretarse en la realidad espaรฑola. Sus tibiezas y dudas no son para arrojรกrselas en la cara, como una acusaciรณn. Manifiestan el dramรกtico destino de un intelectual visceral y racionalmente alรฉrgico a los extremos, a las intolerancias, a las verdades absolutas, a los nacionalismos y a todo dogma, religioso o polรญtico. De un pensador que, por ello mismo, pareciรณ desfasado, una antigualla, cuando la coexistencia democrรกtica se evaporรณ con el choque feroz de la Guerra Civil, y, luego, durante la noche totalitaria. No fue sรณlo Ortega, sino la postura democrรกtica y liberal la que quedรณ aturdida y anulada en la hecatombe de la Guerra Civil. Pero, ยฟy ahora? ยฟEsas ideas de Ortega y Gasset, que fascistas y marxistas desdeรฑaban por igual, no son en muchos sentidos una realidad viva, actualรญsima, en esa Espaรฑa plural, libre y tonitronante, que es la de hoy? En vez de disolverlo y borrarlo, la historia contemporรกnea ha confirmado a Ortega como el pensador de mayor irradiaciรณn y coherencia que ha dado Espaรฑa a la cultura laica y democrรกtica. Y, tambiรฉn, el que escribรญa mejor.

El pensamiento liberal contemporรกneo tiene mucho que aprovechar de las ideas de Ortega y Gasset. Ante todo, redescubrir que, contrariamente a lo que parecen suponer quienes se empeรฑan en reducir el liberalismo a una receta econรณmica de mercados libres, reglas de juego equitativas, aranceles bajos, gastos pรบblicos controlados y privatizaciรณn de las empresas, aquรฉl es, primero que nada, una actitud ante la vida y ante la sociedad, fundada en la tolerancia y el respeto, en el amor por la cultura, en una voluntad de coexistencia con el otro, con los otros, y en una defensa firme de la libertad como un valor supremo que es, al mismo tiempo, motor del progreso material, de la ciencia, las artes y las letras, y de esa civilizaciรณn que ha hecho posible al individuo soberano, con su independencia, sus derechos y sus deberes en permanente equilibrio con los de los demรกs, defendidos por un sistema legal que garantiza la convivencia en la diversidad. La libertad econรณmica es una pieza maestra, pero de ningรบn modo la รบnica, de la doctrina liberal. Debemos lamentar, desde luego, que muchos liberales de la generaciรณn de Ortega lo ignoraran. Pero no es menos grave reducir el liberalismo a una polรญtica econรณmica de funcionamiento del mercado con una mรญnima intervenciรณn estatal. El fracaso en las รบltimas dรฉcadas de tantos intentos de liberalizaciรณn de la economรญa en Amรฉrica Latina, รfrica y la propia Europa ยฟno es acaso una prueba flagrante de que las recetas econรณmicas por sรญ solas pueden fracasar estrepitosamente si no las respalda todo un cuerpo de ideas que las justifique y las haga aceptables para la opiniรณn pรบblica? La doctrina liberal es una cultura en la mรกs ancha acepciรณn del tรฉrmino, y los ensayos de Ortega y Gasset la reflejan, de manera estimulante y lรบcida, en cada una de sus pรกginas.

Si hubiera sido francรฉs, Ortega serรญa hoy tan conocido y leรญdo como lo fue Sartre, cuya filosofรญa existencialista del โ€œhombre en situaciรณnโ€ anticipรณ โ€“y expuso con mejor prosaโ€“ con su tesis del hombre y su circunstancia. Si hubiera sido inglรฉs, serรญa otro Bertrand Russell, como รฉl un gran pensador y al mismo tiempo un notable divulgador. Pero era sรณlo un espaรฑol, cuando la cultura de Cervantes, Quevedo y Gรณngora andaba por los sรณtanos (la imagen es suya) de las consideradas grandes culturas modernas. Hoy las cosas han cambiado, y las puertas de ese exclusivo club se abren para la pujante lengua que รฉl enriqueciรณ y actualizรณ tanto como lo harรญan, despuรฉs, un Jorge Luis Borges o un Octavio Paz. Es hora de que la cultura de nuestro tiempo conozca y reconozca, por fin, como se merece, a Josรฉ Ortega y Gasset. ~

รmsterdam, 12 de noviembre de 2005.

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Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perรบ, 1936) es escritor. En 2010 obtuvo el premio Nobel de Literatura. En 2022, Alfaguara publicรณ 'El fuego de la imaginaciรณn: Libros, escenarios, pantallas y museos', el primer tomo de su obra periodรญstica reunida.


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