El verano de 2004, cuando José Luis Rodríguez Zapatero apenas llevaba meses en la presidencia del gobierno español, la revista Diez Minutos publicó varias fotos de sus dos hijas, entonces de 8 y 10 años. Eran fotos robadas –tomadas sin autorización– de las dos niñas en bañador, en el mar. El presidente pidió que se retiraran. Quería, dijo, “hacer valer los derechos que amparan la protección a la intimidad, el honor y la propia imagen” de las niñas. Parece tener sentido: los paparazzi no pueden acosar a dos menores, y mucho menos sacarlas en bañador en la prensa amarilla, como si fueran dos estrellitas del pop. No creo que ahí importe demasiado que sean hijas de un presidente o de un dentista.
Desde entonces hasta ahora no habíamos vuelto a ver a las hijas del presidente. Éste había acordado tácitamente con la prensa que no aparecerían nunca en fotografías, ni robadas ni pactadas, porque eso alteraría su crecimiento como niñas normales. Puede tener sentido, aunque esto es una novedad en la democracia española: los hijos de Felipe González y Aznar aparecían esporádicamente en la prensa, acompañando a sus padres, en fotos perfectamente dignas y que no parecieron alterarles en nada. Pero en fin, puede tener sentido.
En su viaje a Estados Unidos para asistir a la Asamblea General de la ONU, el presidente Zapatero se llevó a su esposa y a sus hijas –parece que éstas son grandes admiradoras de Barack Obama. Y las llevó también a una recepción que el presidente estadounidense ofreció a los asistentes a la cumbre. Allí el espléndido fotógrafo oficial de la Casa Blanca fotografió, en un posado clásico, a Obama, su esposa y la familia Zapatero. Como es costumbre, esa foto se subió de inmediato al Flickr en el que se cuelgan las fotos del presidente. En cuanto miembros del entorno de Zapatero vieron publicada la foto pidieron que fuera retirada, pero ya corría por todas partes. El hecho de que la indumentaria de las niñas fuera poco formal –vestían como góticas– aumentó la circulación de las fotos e, inmediatamente después, de los fakes en los que se las convertía en brujas, personajes de La Familia Adams y demás.
¿Por qué la insistencia del presidente en que sus hijas no aparezcan en fotografías, ni siquiera cuando posan para ellas en un lugar tan controlado como es una recepción oficial? ¿Qué pretendía en este caso, que posaran con Obama para un recuerdo estrictamente privado? ¿No hace ese excesivo celo que el interés por la identidad de las dos adolescentes crezca muchísimo más que si éstas hubieran aparecido, honrosa y pactadamente, alguna vez en la prensa?
Para hacerlo todo un poco más ridículo, parte de los periódicos españoles quiso disgustar al presidente y publicó las fotos… con las caras de las adolescentes pixeladas. Últimamente, el estatuto de los menores en la vida pública ha sido discutido en España: los delitos cometidos por menores reciben castigos blandos y hay quien cree que se les debe tratar como adultos; ha habido famosos de medio pelo que han convertido la vida de sus hijos en fuente de ingresos; se ha discutido si los padres tienen derecho a someter a sus hijos menores de edad a los rigores necesarios para que se conviertan en deportistas de élite… Estamos algo confundidos con los menores, parece, pero ¿pixelar el rostro de unas adolescentes que posan con sus padres y los que, en cierto sentido, son colegas de trabajo de su padre? ¿Para qué?
Y por fin: ¿cómo permitió Rodríguez Zapatero que sus hijas acudieran a una recepción oficial vestidas así? Si lo que pretendía era que sus vidas fueran como las de cualquier adolescente normal, me temo que esas túnicas y esas botas, en las pantallas de todo el mundo, van, ahora sí, a impedirlo.
– Ramón González Férriz
(Barcelona, 1977) es editor de Letras Libres España.