¿QuĂ© decir de Ernesto Sabato? Que puso muy alto el listĂłn de lo que debe ser, supongo, un escritor como testigo. Se decepcionĂł pronto del comunismo, tras visitar la UniĂłn SoviĂ©tica y haber sido dirigente juvenil comunista. Fue despiadado con el peronismo pero denunciĂł las sevicias cometidas por la llamada RevoluciĂłn Libertadora de 1955 contra los militantes peronistas. Le gustĂł, ademĂĄs, Eva PerĂłn como heroĂna y no se privĂł de exaltarla. Tras almorzar en 1976 con el general Videla, recibido con alivio por los antiperonistas y entonces sujeto al “apoyo crĂtico” del Partido Comunista, Sabato lo encontrĂł dispuesto a dialogar. Pronto se horrorizĂł del mĂĄs atroz de nuestros regĂmenes patibularios y escribiĂł, para el gobierno democrĂĄtico de Raul AlfonsĂn, Nunca mĂĄs (1984).
Nunca mĂĄs es una de las relatorĂas del terror mĂĄs eficaces que escritor alguno haya orquestado en un siglo donde han abundado los letrados prestos a bendecirlas o justificarlas. Sabato condenĂł los crĂmenes de la dictadura argentina sin exculpar a las guerrillas, peronistas o trotskistas, que pretendieron anticipĂĄrsele, calculadoras o delirantes, con otra clase de dictadura. Y Sabato hubo de replicarle, en 1981, a uno de sus crĂticos, GarcĂa MĂĄrquez, invitĂĄndolo a que se ocupara no sĂłlo de las vĂctimas del militarismo sudamericano, sino de los presos y los desaparecidos bajo el comunismo. Para Sabato no habĂa dictaduras buenas y dictaduras malas.
El escritor Sabato (era moda en la Argentina excluir la tilde en los apellidos. Tampoco las usaba Mujica Lainez) no me parece tan grande como el ciudadano. Eso creo al menos tras terminar El tĂșnel y algunos de sus ensayos. Fue el mejor de los discĂpulos latinoamericanos del existencialismo, no sĂłlo por el aire de familia tan señalado entre El tĂșnel (1948) y El extranjero (1942), de Albert Camus, sino por la devociĂłn con que Sabato decidiĂł ser un escritor de su Ă©poca, asociado a sus filosofĂas y correr con el riesgo de envejecer junto con las modas intelectuales. No es una mala apuesta y de hecho es la Ășnica a la que puede aspirar esa vasta clase media del intelecto distinguida por el talento y no por el genio.
A Sabato le tocĂł ser contemporĂĄneo de un genio – Borges – y podrĂa ejemplificar, en alguna historia literaria, esa tragedia de la subordinaciĂłn, contra la cual el autor de Sobre hĂ©roes y tumbas (1961), hambriento de especulaciĂłn filosĂłfica y orlado de no pocas virtudes literarias, se rebelĂł de muchas maneras distintas, sabiĂ©ndose derrotado. Y debe decirse que nunca le escamoteĂł a Borges su gloria: en un par de ensayos, al menos, Sabato la explica y la cuestiona con tino e inteligencia. En cambio, Borges, pese a que aceptĂł publicar sus DiĂĄlogos (1976) con Ă©l, pocas veces alentĂł su obra. Si hemos de creer al Diario de Bioy Casares –y yo le creo– consideraba insoportable al hombre, al autor y al personaje pĂșblico. La maledicencia borgesiana, como la de Oscar Wilde de la que dimana, casi siempre parte de la terrible verdad.
Apresurado por la muerte de Sabato a punto de cumplir los cien años el pasado 30 de abril, volvĂ a El tĂșnel. CreĂa haberla leĂdo en la adolescencia, pero no estoy seguro de ello porque no recordaba nada de nada. La novela me pareciĂł noble, correcta y como dirĂa Borges sobre ella –no pude resistir la tentaciĂłn de espigar el Bioy a la caza de un adjetivo como el que encontrĂ©: escasa. No entendĂ por quĂ© Juan Pablo Castel, el pintor que mata a MarĂa Iribarne, ha dado para tanta ontologĂa existencial, cuando es un caso ordinario de celotipĂa, alcoholismo y megalomanĂa caracterĂstica del artista romĂĄntico. El hĂ©roe es demasiado enfĂĄtico, en el tono teatral filosofante propio de los personajes del teatro de Sartre y asaz didĂĄctico. Reconozco que leĂda a los quince años, en algĂșn momento de la segunda mitad del siglo XX, debiĂł ser excitante. Es decir, una excitativa a leer a los maestros de Sabato, como Camus y sobre todo, Dostoievski. Y si los hermanos Karamazov, como exclama con genio la flaca MimĂ en El tĂșnel, eran unos “nuevos ricos de la conciencia”, me temo que Sabato, en 1948, habĂa dejado de ser un “nuevo rico” de Dostoievski (lo fueron Gide, Strindberg, la gente de 1910) para convertirse en uno mĂĄs de sus cientos de fiduciarios de segunda o tercera generaciĂłn.
El tĂșnel me pareciĂł un ejemplo perfecto de novela didĂĄctica, escrita bajo la buena influencia de la novela policĂaca, ese manual de redacciĂłn al altura del arte y con dos o tres momentos magnĂficos, como el truco de que sea el marido ciego de la Iribarne el que le dĂ© al pintor el primer mensaje de amor que no puede leer o la escena, divertidĂsima en el comedor de la estancia de los Allende. AllĂ, el pintor homicida conoce a Hunter, el otro amante de su amada y a MimĂ la flaca, una snob. Me quedo claro, leyendo esos diĂĄlogos, lo que Sabato sugiere en boca de Hunter: si la novela policial representa en el siglo XX lo que la novela de caballerĂa era en la Ă©poca de Cervantes, yo concluirĂa queEl tĂșnel no podĂa ser otra cosa que una parodia de la novela existencialista: es La nĂĄusea digerida y traducida, lista para darse en clase. Juan Pablo Castel es un personaje salido de la filosofĂa entonces popular y si la trasciende no puede ser sino en tono de burla. Como si el personaje se hubiera propuesto ser antihĂ©roe y matar a su amante para estar a la moda. Visto como un villano burlesco, el pintor vale la pena, siempre y cuando se le pregunte al existencialismo lo que Francis Ponge a Camus: “¿QuĂ© hay de trĂĄgico, camarada, en que todo sea absurdo?”
No sĂ© si Sabato, al publicar El tĂșnel, hubiera aceptado esa pregunta: siempre se dio demasiada importancia a sĂ mismo como escritor, era rollero y enrollado, cientĂfico grave, aquejado de dudas pascalianas. DeberĂ© releer Sobre hĂ©roes y tumbas y AbbadĂłn, el exterminador (1974) y corregir, seguramente, lo que pienso, a la mitad del tĂșnel, de las novelas y de las ideas de Ernesto Sabato.
(Fuente de la imagen)
es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicĂł sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile