Un dogma de fe entre las innúmeras izquierdas reza que el ejecutivo recorta el presupuesto a las universidades públicas porque el modelo económico neoliberal menosprecia a la enseñanza y desea mantener en la ignorancia a la población para tener mano de obra barata. Esta convicción ya estaba activa desde la ultrahuelga de la UNAM en 1999, cuando el señor López Obrador proclamó urbi et orbi que esa huelga tenía como objeto defender a la UNAM de “las medidas privatizadoras de Zedillo”.
En 1999, último año de Zedillo, el subsidio a la UNAM fue de 8 mil 771 millones de pesos (el 90% del presupuesto). El año 2000, el presupuesto fue de 10 mil 686 millones. En el 2010, el subsidio de 21 mil 753 millones permite presupuestar 24 mil 337 millones (la UNAM genera ingresos propios por 2 mil 583 millones. De esta cantidad sólo 21 millones y medio –es decir, el 0.09% del presupuesto– corresponden a pagos de inscripciones y colegiaturas). Si se considera que la inflación de 2001 al 2010 suma 40.51%, el subsidio no parece haber disminuido, a pesar de las variables.
El dogma proclama que “sin investigación científica y sin desarrollo tecnológico México carece de futuro” (o que, sin melodrama, tendría un futuro subordinado a la investigación y la tecnología de otros). La UNAM cumple en el 2010 cien años de propiciar un mejor futuro, fortaleciendo, sin duda, su presente. Sería interesante establecer la relación entre el subsidio y su capacidad para generar futuro. Se suele aceptar como una medida económico-social del desarrollo de las naciones la producción de graduados universitarios. Optimizar esto parecería la gran tarea de la UNAM.
En el año 2009 había en la UNAM 305 mil estudiantes, la tercera parte de los cuales son de bachillerato (cuya pertenencia a la UNAM es otro dogma de fe). Si se considera que el 61% del presupuesto de la UNAM (14 mil 859 millones) se destina a los salarios de los docentes, cada estudiante costó 48 mil pesos (sin gastos administrativos). Pero en 2008 lograron obtener su título de bachillerato menos del 20% de los estudiantes. En licenciatura es peor, pues lograron titularse 22 mil 825 estudiantes, el 8% de la matrícula. Si se acepta que el título profesional es indicador de eficiencia, cada uno costó unos 650 mil pesos. Y si se considera que la cantidad de doctorados es el indicador final de esa eficiencia (pues son los capacitados para investigar, generar patentes, desarrollar tecnología, propiciar futuro) cada uno de los 608 doctorados que la UNAM otorgó en 2008 habría costado 24.43 millones…
Pero es dogma de fe que la educación superior sea gratuita, incluso para quienes pueden pagarla (lo decretó Cuauhtémoc Cárdenas en 1998 cuando dijo que era la postura formal del PRD, y la UNAM lo aceptó), como quiere ser también dogma de fe que el ingreso a la UNAM sea automático y para todos. Claro, ingresar a la UNAM es una bandera política tan redituable como no puede serlo salir de la UNAM, que es lo realmente importante. Porque no se trata de meter más estudiantes, sino de sacar con su título a los que ya están adentro; como esto ya depende sólo del tesón individual, difícilmente podría convertirse en causa política.
Es interesante, por último, que el personal académico de la UNAM en el año 2000 sumara 29 mil 380 personas y que en el 2009 ya fueran 35,057. Si se piensa en que en el mismo periodo la UNAM doctoró a 4 mil 471 personas (un aumento del 15% entre el 2000 y el 2008) surge la paradoja de que el personal académico de la UNAM crezca más que la cantidad de doctorados. Y también sería interesante (pero eso no aparece en las estadísticas de la UNAM) conocer la relación entre el número de doctorados y el aumento de cargos de funcionarios y el aumento de sus salarios y autos y choferes. Y, para el caso, de la conjeturable relación que habría entre las colegiaturas que la UNAM podría cobrar (a los que pueden pagar) y el número de doctorados generadores de futuro que podrían becarse…
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.