Tigre Celta, que es el mote que hoy recibe Irlanda a propósito del vertiginoso crecimiento de su economía, era el mote de otro. Aquel otro era, y sigue siendo, el cantante galés Tom Jones, ese hombre que a su avanzada edad sigue cantando “you’re my sex bomb, sex bomb”, en alusión, sin ninguna duda, a él mismo. “Me mantendré en el escenario hasta que cumpla 97 años, si es que sigo aquí y la gente sigue queriendo verme”, declaró Jones, ufano, recientemente. Nuestro Tigre Celta tiene un curioso pacto con su mujer, que es Linda, aunque en realidad no lo sea; dice Tom, y Linda lo confirma, que está autorizado a sostener cualquier tipo y cantidad de relaciones extramatrimoniales, siempre y cuando sea de manera discreta, es decir, sin que Linda se entere, y a condición de que esa bomba sexual que es él mismo no siembre de heridos el patio del motel. La discreción no debe ser mucha, según se adivina en una entrevista también reciente y llena de ufanía que concedió el Tigre a un periódico inglés: “he tenido más amoríos que Rod Stewart”. Este es un récord verdaderamente serio. Linda sostiene que no le importa mientras no huya con una pájara, bird dice textualmente en inglés. A esto Tom Jones, ese tigre que es una bomba, responde con una muy dudosa frase de amor: “she’s my anchor, my rock”, ella es mi ancla, mi roca. O mi piedra (interpreto yo). En otra entrevista la bomba celta comenta que Linda, su ancla y su piedra, no lo acompaña a ningún evento social y que, cuando llegan visitas a casa, Linda corre a esconderse porque es muy poco sociable, o quizá sí está presente y participa pero sucede que lo que ven los invitados es una piedra (interpreto yo).
Tom y Linda son novios desde que él tenía catorce años y ella once, y por si esto fuera poco, se casaron cuando él tenía 16 y no era todavía ni tigre ni bomba sexual. Cuando le preguntan sobre su fortuna Mr. Jones dice que tiene alrededor de 150 millones de libras esterlinas, una cantidad respetable con la que uno puede andar por la vida de tigre o campaneando sus bombas sexuales, si le da la gana. Cuentan que una vez, en una fiesta que organizó en su jardín, con la asistencia de músicos y políticos de talla global, Henry Kissinger acompañó a la bomba con los coros de Green, green grass of home y que, además, cumplió con los ardorosos movimientos de cadera que le iba marcando el Tigre. Este acto espontáneo tuvo lugar en un templete improvisado por donde también desfilaron Elton John, Graham Nash y Jack Nicholson. El tumulto era tal que los invitados, globales todos ellos como dije, tuvieron que amontonarse alrededor del templete, sentados en sillas, en cajas, en piedras y en lo que hubiera disponible. Al día siguiente de aquella fiesta memorable, donde el Tigre la hizo de bomba con su vistosa discreción, Linda lo arrinconó y le pidió por primera vez el divorcio, no por su incontinencia ante las modelos y actrices que poblaban el jardín, sino porque su amigote el guitarrista Jimmy Page se había pasado media fiesta sentado en su cabeza.
En 1966, cuando Green, green grass of home se estrenó, Elvis Presley hacía llamadas obsesivas una y otra vez a las estaciones de radio para que lo complacieran con la canción del Tigre, mientras Janis Joplin, en ese mismo periodo, declaraba: “En cuanto lo oí sentí que me desplazaban”. Este presuntuoso cantante, con esa voz pintada por los aletazos de la testosterona, acaba de pasar por un momento asombroso: ninguno de sus contemporáneos (esa reciente subdivisión de la humanidad que constituyen los cantantes de rock de más de sesenta años) vende tantos discos; ha vendido muchos millones del que trae la salaz Sex Bomb, y todo gracias a Mark, el hijo que tuvo con la piedra, que tomó la determinación de inyectarle combustible a sus bombas sexuales paternas.
El Tigre nunca ha consumido drogas; bebe con entusiasmo pero jamás, confiesa fatuo, ha caído en una clínica de rehabilitación. Su único vicio, dice, son las mujeres. Hay una famosa imagen donde aparece Tom Jones caminando por la playa, sonriente, seductor, Sex bomb on the beach dice el pie de foto, bomba de sexo en la playa, vaya, vaya. De la mano derecha del Tigre va Mark, que ahora es su manager personal pero que entonces era un niño sonriente, gordo y ancho con tendencias a ser piedra. Del otro lado, dejándose abrazar, va Linda, que ya desde entonces, a sus veintitantos años, no lo era.
Tom Jones juega a las cartas, una vez por semana, con su amigo Robbie Williams, el cantante inglés que se ha comprado una mansión en Beverly Hills, a dos manzanas de la del Tigre, que ruge cada vez que le sale una flor imperial, mientras su piedra lo espera en casa. –
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