¡Sube, sube, pero sube! dice tu padre atrás de ti, palmoteándote un hombro, porque ha montado contigo en el aparato planeador, y aunque el soñador (tú, pero a la vez otro) dice esto sólo es un sueño, decides que debes actuar y tiras de la palanca de mando del planeador, que se empeña en descender. Es un armatoste de madera y alambres recubierto de tela de sábana, lo has construido con ayuda de tu hermano Raúl en la casa-vecindad de Izazaga 52 y has logrado alzar el vuelo aprovechando un gran golpe de viento. Allá abajo ha quedado tu hermano Raúl porque papá ha dicho yo monto este cachivache, tú te quedas con mamá.
Ahora el planeador, balanceándose en el aire como un gran pájaro soñoliento, sobrevuela sobre el Zócalo y el ajedrez de azoteas de la Ciudad de México (que es la Ciudad de Esmógico, la de los años cuarenta, y tal vez, la de ahora, ¿o la de ningún tiempo?). ¡Con cuánta libertad se flota sobre el horizonte de la clara tarde amplísima! El planeador es como un papalote de los que te gusta poner a volar desde la azotea, y canturreas papalotita, papalota del aire, dale un besito, al hijo de mi padre, una cancioncita de una película de Pedro Infante que quizá no es de esos años. De pronto el aparato vuela torpemente, como un pajarraco borracho o herido: roza azoteas, tendederos, cúpulas, y aletea tan bajo que oyes las radios de las casas, músicas y canciones que el soñador va metiendo en el sueño para fechar este tranco de lo soñado en los años cuarenta:
aquella que rio abajo se llama Panchita
con el apagón qué cosa sucede
mujer si puedes tú con dios amar
yo ya me despedí de los muchachos porque pronto me voy para la guerra…
Y las grandes alas de sábana del planeador rozan y rompen ventanas y vitrinas y tragaluces, abajo apasan el Zócalo yla avenida San Juan de Letrán y las calles de Isabel la Católica y Bolívar y López, que se vuelven otras plazas y avenidas y calles, ¿de dónde?, y los transeúntes se ofenden por el soplo del paso del aparato sobre sus cabezas. Son también refugachos, dice tu padre, por eso están todos calvos, y los calvos alzan rostros indignados que reconoces a pesar de la altura del vuelo, todos son conocidos y están muertos pero lo disimulan, y te vuelves a decir eso a tu padre y lo ves también calvo, entonces también está muerto, y piensas que es muy poco digno de un muerto volar en planeadores de juguete, como si fuera un chiquillo, él, que mientras vivía nunca se permitió visitarte en un sueño (y luego el despierto susurrará que si has leído a André Breton, recordarás la conspiración de silencio y de noche que se forma en el sueño en torno a un ser querido, mientras el espíritu del durmiente busca ocupación en cosas insignificantes).
¡Sube, sube, ¿no te estoy diciendo que subas? dice tu padre, ¿no ves que nos vamos a escacharrar contra el suelo? Es que el dormido está respirando mal, le contestas, qué puedo hacer, y él responde por eso te tengo dicho que mejor manejase yo el chisme este, y ¡mira, nos vamos a dar en la crisma! Haces un esfuerzo, tiras de la palanca-timón apretándola contra el pecho, y el planeador se alza un poco. Esto está bien, te dices, el viento de la Historia está soplando debajo de las alas (y cuidado, le dice el despierto al soñador, aquí hay trampa, esto ya es literatura, esto no es un sueño natural, alguno lo está escribiendo, y nadie cree los sueños escritos, fabricados, y a veces ni se creen los sueños de veras soñados).
La geografía de la ciudad capital mexicana pasa por debajo, borrosa por las nubes que flotan interponiéndose a diversas alturas. ¿Dónde estará nuestra casa? ¿Qué casa?, ¿la de Santander?, ¿la de Marmande?, ¿la de Bruselas?, ¿la de Santo Domingo?, ¿las casas de la Ciudad de México en República de El salvador, en Isabel La Católica, en José María Izazaga, en 5 de Febrero, enAvenida Río Mixcoac?, tal vez ninguna, pues ahora el sueño está expirando, borrando la ciudad, las casas, los nombres, las voces, los rostros… borrando a los soñados… Y el soñador, es decir tú, va braceando ¿hacia arriba? para impedir el despertar, pero de un involuntario puntapié lo has lanzado hacia abajo. Ahora el soñador en su caída libre va a dejar ser el soñador, ya va a parpadear, ya inevitablemente va a despertar.
-En homenaje a Carlos Fuentes y a La región más transparente
[Una versión de este texto fue publicada en Milenio Diario.]
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.